Admirando Mondéjar

Un viaje breve y denso a Mondéjar

El pasado 13 de marzo a media mañana emprendimos a bordo de diversos automóviles un viaje a Mondéjar. Es fácil llegar desde Guadalajara, apenas se tarda 45 minutos por carreteras poco circuladas. Nos esperaba allí Esperanza Magán, que es la Concejal de Cultura y el alma rodante de Mondéjar, que abre todas las puertas y allana cualquier pega. El objetivo de nuestro grupo, que está formado por amigos de la infancia, ahora reencontrados, era visitar lo más granado de la villa, y comer en el Restaurante Casona de Torres. Todo salió a la perfección.

Vimos primeramente el ámbito de las ruinas de San Antonio, el convento para franciscanos que fundó a finales del siglo XV el Conde de Tendilla trayéndose la necesaria Bula de cuando estuvo en Roma, con el Papa (Bonifacio) haciendo las paces con los napolitanos. De Italia se trajo también al arquitecto, el segoviano Lorenzo Vázquez, que aquí empezó a plasmar sobre la piedra las filigranas que vió en el Lacio. Este convento, que quedó vacío en 1836 tras la Desamortización de Mendizábal, se transformó en ruina, con la mayor parte de sus piedras hicieron la Plaza de Toros, y lo que quedó fue siendo tragado por la incuria y las basuras. Al final, hace 4 años, el actual Ayuntamiento adquirió terreno y ruinas, y lo ha arreglado magníficamente. Nos encantó.

Fuimos luego a la villa, dando un rodeo por salvar las obras que están haciendo para recuperar, a la entrada de Mondéjar, el Arco de la Villa, antigua entrada a través de la muralla. Llegamos a la iglesia donde pudimos comprobar su magnitud extraordinaria, lo elegante de sus proporciones (obra es de los Adonza, padre e hijo, en el primer cuarto del siglo XVI) y sobre todo nos maravillamos ante el retablo mayor, que es reconstrucción actual del que hubo antiguamente, hecho por Covarrubias y Juan Bautista Vázquez, y que en el verano de 1936, como un fruto más de la “Revolución Española”, fue transformado en cenizas. Ahora, la voluntad colectiva de los mondejanos le ha hecho resurgir, en este caso a manos de Martínez, el escultor de Horche, y a pinceles de Rafael Pedrós, el madrileño/alcarreño que pintaba como los ángeles. Luego tenemos la suerte de contemplar, tras usar las tres grandes llaves para abrir su puerta, el “tesoro” de la iglesia, germen de un futuro museo que este verano podrá admirarse.

Tras la comida en el restaurante “Casona de Torres”, (absolutamente recomendable, porque es otro valor -gastronómico- del actual Mondéjar) subimos a visitar la Ermita de San Sebastián, que amablemente nos abre e ilumina la encargada de la cofradfía. Allí visitamos despacio y con admiración sus criptas varias, cuajadas todas ellas de escena de la Pasión de Jesucristo, y que allí llaman “los Judíos”, constituido ahora en otro reclamo para el turismo. Merece la pena verlo. Después nos hacemos juntos una foto junto a un gran olivo. De fondo, los viñedos. Esos son los valores que además aesora Mondéjar: el vino y el aceite.

Felices de haber pasado un día estupendo, nos volvemos a Guadalajara. Es tan fácil organizar estas salidas, y tan amena e instructiva la contemplación de nuestros pueblos… que deberemos repetir (aunque llevamos ya varios años repitiendo por toda nuestra provincia). Esta vez, en Mondéjar, ha sido especial, muy especial. ¡¡¡Gracias, Esperanza, por tu amabilidad!!!