Un libro de García Marquina que nos ayuda a revivir un viaje eterno 

IZRAQ ibn MUNTIL ibn SALIM

Militar andalusí.
Activo en el siglo IX.

Antonio Ortiz García | Izraq ibn Muntil, el primer personaje histórico de Guadalajara | Nueva Alcarria, 27 junio 2003

Este personaje nos permite remontarnos a la etapa en la que Guadalajara ya se desarrollaba, en el siglo IX, en pleno emirato andalusí, como la Wad-al-Hayara musulmana: una cabecera de comarca, gobernada por valíes o gobernadores, uno de los cuales, Izraq o Azraq ibn Muntil ibn Salim se convierte en el primer guadalajarense concreto del que podemos tener noticia histórica debido a las crónicas musulmanas de la época, además de protagonista destacado de esta historia, cuyas raíces se pierden en los nebulosos momentos de la formación y consolidación de los reinos cristianos, en los albores de la Alta Edad Media.

Hasta el momento se ha atribuido este papel a un llamado Al-Faray, quien daría origen a uno de los topónimos de Wad-al-Hayara: Medina-al-Faray (la ciudad de Faray). Pero esta teoría puede y debe ponerse en duda: apenas conocemos testimonios históricos de todo ello y nada nos prueba que esa ciudad, en caso de haber existido, corresponda a la nuestra, así como el término “Faray” corresponda a un personaje y no a una cualidad de la propia ciudad, por ejemplo. En cambio, sí disponemos de esos testimonios (si bien escasos) de la figura de Izraq ibn Muntil.

Creo, por el momento, ser el único de los autores de la ciudad que se han ocupado del tema, por medio de un artículo en la revista Wad-al-Hayara, núm 17, titulado “Noticias en tomo a la Wad-al-Hayara musulmana: la muerte en sus muros de Muza Beni-Quasi”, cuyos aspectos, que reproduzco resumidos en estas líneas, siguen el relato de Claudio Sánchez-Albornoz, en el estudio (“Vascos y navarros en su primera historia”, págs. 262 y sigs.) que dedica a la figura de Musà ibn Musà Beni-Quasi, caudillo muladí de Tudela, quien resulta un personaje trascendental en la formación y consolidación del reino vascón de Navarra, nos ofrece las primeras noticias del personaje de quien nos ocupamos.

Maneja para ello crónicas musulmanas de autores como Ibn al-Qutiya, quien recibe informaciones muy directas de los hechos que describe, y de  Al-`Udri o Ibn `Idari.,con las que traza una precisa biografía del jefe de los Banu‑ Quasi, descendientes de Casius, conde visigodo de Tudela, que se convierte al islamismo en los momentos de la invasión musulmana a fin de conservar sus posesiones, declarándose, asimismo, “cliente” de la familia de los primeros Emires de Córdoba. Su biznieto, Musà ben Musà, es uno de los grandes personajes de la primera mitad del siglo IX: para mantener sus propiedades y aumentar su poder autónomo en ellas, oscila entre la sumisión al Emir Omeya de Córdoba y la participación en todo tipo de rebeldías contra el mismo. Tan pronto lucha contra los cristianos asturianos -con variada fortuna- en batallas como las de Albelda, como pelea contra los musulmanes aliado a sus parientes navarros, los Arista. De la misma forma lo encontramos luchando contra los invasores vikingos en el campo de Tablada, cerca de Sevilla, donde acude en defensa del Emir cordobés. Es la suya una larga vida (murió hacia los 75 años) llena de aventuras, de continuas batallas y complicadas maniobras políticas en las que teje y desteje pactos con cristianos y andalusíes, con una total falta de escrúpulos, atento tan sólo a su supervivencia personal y familiar y a la del estado que posee en el sur de Navarra. Su prestigio llega a ser tan grande que los toledanos, sublevados contra Córdoba, le solicitan a su hijo Lope ben Musà como gobernante, y el rey de los francos Carlos el Calvo lleva a enviarle embajadores y regalos... Con orgullo, pero no sin cierta razón, se hacía llamar el “Tercer Rey de España”.

Pero, ya hacia 860, vencido por musulmanes y cristianos en distintos encuentros, asiste al declive de su poder. Sus tierras, antaño inexpugnables, son ahora lugar de paso frecuente de las aceifas musulmanas en su paso hacia Navarra y León. Tanto es así que se ve obligado a solicitar del Emir que se emplee otro camino para ello, ante la ruina que le causa. Cuenta ya con cerca de 75 años y se encuentra cansado e inseguro. También intentará lograr la neutralización del lugar del que sabe que parten las expediciones cordobesas: Wad-al-Hayara.

A través del relato de Sánchez Albornoz podemos asistir a la narración, en florido y bello estilo cordobés, de lbn al-Qutiya. Cuando, a la cabeza de sus huestes, llega a Guadalajara, su valí Izraq ibn Muntil sale a combatirle. El viejo y astuto muladí finge un acuerdo: ofrece a Izraq la mano de su hija. “¡Oh Izraq! no vengo a hacerte la guerra; sólo he venido con el fin de contraer lazos de parentesco contigo. Tengo una hija muy hermosa, no hay en España ninguna que lo sea más; es ya bien moza y no quiero casarla sino con el mozo más apuesto de esta tierra. Ese mozo eres tú”. Aceptada la propuesta por el valí de Guadalajara, Musà se retira y le envía a su hija. Llegadas estas noticias al Emir de Córdoba, el Omeya Muhammad, conocedor de las argucias de Banu-Quasi, recela grandemente del mencionado pacto, y manda un mensajero a Izraq para sondear sus intenciones. Izraq asegura su fidelidad, y no sólo eso: acude personalmente a Córdoba donde hace saber al Emir que ha aceptado el pacto matrimonial para, de este modo, neutralizar al levantisco caudillo muladí: “¿Qué daño puede causarte el que tu amigo se case con la hija de tu enemigo? Si me es posible atraerlo por este enlace a la obediencia, lo haré, de lo contrario, yo seré uno de tantos que le combatirán para que se someta.” Aplacado el Emir con estas razones, le dejó ir, tras obsequiarle con agasajos y regalos.

Cuando las noticias de estos contactos (aunque llevadas en secreto) llegan a Musà, éste monta en cólera. Juzgándose defraudado por su nuevo yerno, ataca Guadalajara. Llegado ante sus murallas, sorprende a sus habitantes en plenas tareas campesinas, laborando por los huertos y jardines que se extendían por el río Henares y por el actual barranco del Alamín: dando una furiosa carga les obliga a arrojarse al río para salvarse. Izraq dormita en el alcázar alcarreño al lado de su mujer; la muchacha, reconociendo a su padre, grita jubilosa: “¡Mira, mira, aquel león qué es lo que hace!”. Izraq, airado, contesta: "¡Hola...! parece que tú crees que tu padre vale más que yo o que es más bravo... ¡De ninguna manera...!" Toma su cota de mallas y sus armas y sale al encuentro de Musà: es el combate personal entre un anciano, pero aún vigoroso guerrero, y un joven en la plenitud de sus fuerzas y muy experto en el combate. Una lanzada de Izraq alcanza a su suegro, que cae mortalmente herido.

Levantado el campo con la grave herida de su caudillo, las tropas de Musà se retiran hacia Tudela: antes de llegar a su destino, tras veintiséis penosos días de marcha en parihuelas, muere Musà de las heridas que ha recibido en el combate. El mejor epílogo para su figura son las palabras del propio Sánchez Albornoz: “ ...había llegado la hora del viaje sin regreso. Y fué de un familiar de quien recibió la mortal herida última: ¡Lentas jornadas desde Guadalajara hasta Tudela! Se extinguía poco a poco la vida de esas magnas figuras de españoles que como hombres de carne y hueso han ido haciendo y rehaciendo la historia de España...”.

Tal es el suceso, trascendental para su época, al que asiste la Wad-al-Hayara islámica del siglo IX. Nada más conocemos de Izraq, primer gobernante de la ciudad que mencionan las citadas crónicas. Posiblemente, por su nombre y el de su padre y abuelo, se tratase de un descendiente de sirios que llegan a la Península en los primeros momentos de la conquista o en ocasión de los disturbios que provocan los berberiscos que se han asentado en el centro de la misma. La autoridad de Claudio Sánchez-Albornoz y la de las fuentes musulmanas que utiliza son garantías suficientes para validar la afirmación anterior de que estamos ante el primer personaje histórico de nuestra ciudad.

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