10 Castillos que has de ver en Castilla la Mancha
Una tierra grande, ancha, antigua. Una tierra que hoy vemos luminosa, con viñedos, ciudades monumentales, industrias, juventud que se entrena. Pero Castilla la Mancha es también una tierra de hondas tradiciones, y, sobre todo, un lugar en el mundo donde surgen altos y severos los vestigios de una historia cierta, irrenunciable, cargada de símbolos, certezas y misterios. En ella se alzan (es Castilla… recuerda) los castillos, a docenas. En cualquier recodo del camino surge a lo lejos, en el horizonte, la alzada presencia. Y en llegando se levanta sonoro, poderoso, el oscuro perfil de sus almenas. Los castillos de Castilla la Mancha tienen mucho que decirte, todavía.
1. Atienza. En la parte mas al norte de la tierra castellano-manchega, se alza la villa amurallada y roquera de Atienza, poblada hace miles de años por los celtíberos, bastión luego de los musulmanes, y desde hace siglos ocupada de labriegos que admiraron siempre a sus señores, los reyes castellanos, los condes guerreros, dueños de las distancias.
Atienza tiene un castillo roquero sorprendente, al que es muy fácil subir, a pie, desde la plaza mayor. En lo alto de la roca, la torre del homenaje, y al final de sus escaleras, las terraza. Sube allí, observa en torno, escucha y aguanta el viento, poderoso.
2. Almonacid de Toledo. Sobre la llanura parda toledana se alza en lo más alto de un poderoso cerro esta fortaleza que fue durante siglos propiedad de los arzobispos toledanos. Su estructura es muy curiosa, y muy demostrativa de cómo fueron las construcciones militares medievales: cerca exterior, castillo interior y torre fuerte o del homenaje en su centro.
3. Belmonte. En la tierra de Cuenca, sobre las anchas llanuras de la Mancha, esta riente pirueta de la arquitectura y la historia. Propiedad de los Pacheco durante siglos, el buen hacer de un arquitecto borgoñón, Juan Guas, levantó esta complicada mezcolanza de torres y patios, de salones y ventanas. Todo tiene el marchamo de lo gótico en Belmonte, y allá se celebran, ahora, luchas y torneos con armas antiguas, entre bravos muchachos que entrenan con sus espadas, lanzas y dagas.
A Belmonte es fácil llegar, subir en coche hasta la puerta misma del castillo, y vagar por su patio, sus salones que evocan a Eugenia de Montijo, sus almenadas torretas donde los guerreros marqueses de Villena nos llaman.
4. Almansa, el castillo de los Pacheco, que primero árabe y luego cristiano marcó durante siglos la señal de frontera entre Valencia y Castilla. Aunque de origen templario, y real luego, fue poseído por el infante rebelde don Juan Manuel, pasando finalmente a poder de la Corona en tiempos de Enrique III.
Sirvió de referencia en multitud de guerras y batallas, y cumplió fielmente su misión de ser bastión guerrero, perfil de victorias. Hoy luce magnífico sobre la llanada albacetense, y su torre del homenaje, con la cola de muros almenados detrás, es singular y resulta espectáculo.
5. Sigüenza, también en las tierras altas y fronterizas de la región, es hoy un destino turístico y admirativo. Durante siglos, tras ser fortaleza celtíbera y musulmana, pasó a ser la sede del obispado, y de allí a lugar fuerte y regulador de mestas, impuestos y artistas.
El castillo de Sigüenza se construyó, con el aspecto que hoy vemos, en el siglo XIV, y a mediados del XX estaba en los suelos, en la ruina absoluta. El Estado lo levantó de nuevo, y le dio el destino en el que hoy le encontramos, como Parador de Turismo, meca de la admiración de los viajeros y lugar de encuentros para muchos.
6. Calatrava la Nueva. Como surgido de una novela de caballerías, la altura exagerada del cerro de los Alacranes ve cómo en su altura se despliega, generoso y abierto, el castillo que llegó a ser la cabeza de la Orden Militar de Calatrava.
Sobre el valle que desde la Mancha baja hacia las sierras béticas andaluzas, la Orden puso en este lugar, inexpugnable, su alcazaba mayor, dándole la estructura perfecta de un castillo medieval de libro: varios cintos, caballerizas, el patio de los caballeros, el templo cristianos, románico puro, la sala del Maestre, y, en lo más alto, la biblioteca, donde se guardan los libros de la sabiduría, los manuscritos del poder.
7. Guadamur. Que ahora se muestra a los viajeros en visitas guiadas, pero que durante muchos años fue severo lugar de secretos bien guardados. Su perfil enorme y variopinto nos desvela las formas del clásico alcázar castellano. En este caso propiedad de una familia, los López de Ayala, que lo mantuvieron bien cuidado muchos siglos, cabeza y eje de un amplio alfoz feudal. Luego lo tuvo en su poder el marqués de Campoó, y al final ha venido a ser de general conocimiento y fácil visita.
8. Chinchilla de Montearagón es otro de esos lugares que se ven desde muy lejos, porque su perfil castillero destaca sobre las planas mesetas de los Llanos albacetenses. Aunque acabó siendo uno de los penales más temidos de España, antes escribió largos capítulos de la historia castellana, con capítulos firmados por los Pacheco, marqueses de Villena, que no dudaron, generación tras generación, en ir aumentando la fortaleza hasta dejarla como hoy la vemos, espléndida en su lejana presencia y con mil detalles de arquitectura militar medieval en sus detalles, también visitables.
9. Molina de Aragón, en el límite más septentrional de la región, tiene el castillo más extenso de España, una colosal fortaleza que además se completa con una torre albarran la “Torre de Aragón”, que por sí mismo ejercía de castillo completo.
Este complejo castillero, que domina desde un suave cerro la ciudad entera que junto al río Gallo se extiende a sus pies, tuvo su origen en una fortificación celtíbera, luego rehecha por los musulmanes, y al fin transformada en eje del territorio feudal de los Lara, condes de Molina, señores que mantuvieron la propiedad y el control de este Señorío molinés durante más de dos siglos, como un estado independiente entre Aragón y Castilla. De visita obligada.
10. Toledo. El Alcázar. Sí, este también es un castillo de Castilla La Mancha. Quizás el más antiguo, el más importante históricamente. Porque ahí donde está, en lo más alto de la ciudad, sobre el foso del Tajo, fue lugar de residencia de los reyes visigodos de Hispania, y también alcázar real de muchos reyes castellanos, incluido el emperador don Carlos, su último y más solemne inquilino. En el edificio pusieron manos los mejores arquitectos y artistas, incluso el gran patio central lo diseñó y labró Alonso de Covarrubias.
Sede luego de la Academia de Infantería, finalmente ha quedado destinado a sede cultural, la más prestigiosa biblioteca de la Región, y el Museo del Ejército Español. Un lugar, por tanto, de obligada visita.
Herrera Casado, A.: «Castillos y fortalezas de Castilla La Mancha«. Aache Ediciones, 2ª edición, 2007. 272 páginas, muchos grabados. Esta es en realidad la 4ª edición de este libro emblemático y capital para conocer la Región Autónoma de Castilla La Mancha, porque las dos primeras las realizó el Servicio de Publicaciones de la Región, y posteriormente ha sido reeditado y reimpreso por Aache. Una obra hermosa y documentada.