Iglesia de San Gines

En el centro de la ciudad, se alza la mole pálida de la iglesia parroquial de San Ginés, que antiguamente fue conventual de Santo Domingo de la Cruz. El monasterio dominico que en el año 1502 fundó en el lugar de Benalaque, hoy despoblado junto a la carretera nacional de Madrid a Guadalajara, en término de Cabanillas, don Pedro Hurtado de Mendoza, séptimo hijo del primer marqués de Santillana, heredero de algunos lugares serranos, como Tamajón y Palazuelos, y adelantado de Cazorla en la guerra de Granada, junto con su mujer doña Isabel de Valencia, fue pronto traído a la ciudad de Guadalajara, siendo erigido frente a la antigua puerta del Mercado, extramuros del burgo, en 1556.

Profesó en este convento, en 1521, fray Bartolomé Carranza y Miranda, luego famoso arzobispo procesado por la Inquisición y desterrado a Roma por publicar un catecismo de pretendidas ideas heréticas, y a él se debe el impulso y los dineros para levantar esta iglesia alcarreña, que por su caída en desgracia quedó a medias del proyecto, seguramente grandioso, que se intentaba realizar en ella. El convento fue construido anejo, y sin ningún detalle artístico, tras sufrir destrozos en la guerra de la Independencia, y habilitado para sede de Hospital Militar tras la Desamortización, fue derribado y hoy ocupado para Centro de Enseñanzas Profesionales.

La iglesia es de recia contextura, con muros de sólida mampostería reforzados por contrafuertes y horadados en su altura por ventanales sencillos de medio punto. La gran fachada orientada al norte, sobre la plaza, es de tallada piedra de los altos alcarreños de Horche. Se forma de dos gruesos machones laterales rematados en pequeñas espadañas de un solo arco que tuvieron campanas. sobre los machones se ven tallados sendos «hércules» provistos de mazas. En el centro del hastial, a la parte inferior, un gran arco de medio punto, casetonado en su intradós, y modernamente recubierto de piedra artificial e inventada puerta de imitación renacentista, sobre lo que fue proyectada fachada cubierta de ornamentación plateresca al estilo de San Esteban de Salamanca, pero que quedó simplemente tapizada de ladrillo y doble arco durante varios siglos. En la parte alta, un óculo central rodeado por moldura sencilla, rematado de escudo de la orden de Santo Domingo sobre flamero y escoltado de desgastadas tallas de posibles apóstoles o santos.

El interior es de una sola nave, con capillas laterales amplias, comunicadas entre sí por pequeños pasadizos. Gran coro alto a los pies del templo. Acusado crucero, con presbiterio alto. De la antigua riqueza que en el orden artístico atesoraba esta iglesia, sólo quedan los destrozados restos de algunos enterramientos, violentamente maltratados en julio de 1936.

A los lados del presbiterio están los enterramientos de los fundadores, don Pedro Hurtado de Mendoza y doña Juana de Valencia. Sus figuras, orantes, con magníficas vestiduras de la época, aparecían ante un fondo de tallada decoración geométrica, orlados de columnas y frisos platerescos, con escudos, y sobre un podio en que las virtudes teologales escoltaban a las armas de los respectivos apellidos. Hoy son estos enterramientos una masa informe de piedras machacadas. Eran obras del siglo XVI en sus comienzos, traídas a este templo desde el abandonado y derruido de Benalaque.

Rematando los brazos del crucero, en sendas capillas de manieristas bóvedas con relieves antropomorfos, están los enterramientos de los primeros condes de Tendilla, don Iñigo López de Mendoza y su mujer doña Elvira de Quiñones, magníficas piezas de la estatuaria funeraria gótica a fines del siglo XV. Estaban en el monasterio jerónimo de Santa Ana, en Tendilla, fundado por ellos, y fueron traídas en el siglo XIX a este templo de la capital para salvarles del abandono. En ellas se veía al señor y señora, yacentes, ataviados a la usanza noble de la época, y a sus pies un paje teniendo la celada del conde, y una dama vigilando el sueño de la señora. Gran profusión de hojarasca, cardinas y animales fantásticos propios del estilo. El asalto del templo en 1936 dejó estas hermosas piezas destruidas en gran manera.

Un libro en el que se habla más ampliamente, con todo detalle, de la historia y el arte de San Ginés, es este:

«Conventos antiguos de Guadalajara» de Francisco Layna Serrano, Aache Ediciones, Guadalajara 2010, 500 páginas en tamaña grande, ilustraciones, encuadernación de lujo.