Jadraque y su castillo del Cid

Aunque para muchos Jadraque es un lugar donde se va a comer cabrito, y degustar migas una vez al año, esta villa que asoma desde la Alcarria al valle del Henares es mucho más: es un lugar de antigua historia y con un patrimonio artístico de indiscutible relieve.

Es esta una antigua y afamada villa incluida en la Alca­rria por estar sobre la orilla izquierda del río Henares, aunque pudiera considerarse campiñera por tener gran parte de su término, bien dotado de regadío, en torno a dicho curso de agua. El poblado asienta, nutrido de edificios, cuajado de pla­zuelas y encantadoras calles, en una hondonada o abrigo que forman las cuestas en que la paramera alcarreña se precipita sobre el Henares. Muy cerca, y sobre un alto y cónico cerro, se yergue el castillo que le confiere estampa definitiva.

De su capítulo histórico, puede decirse que, si no existen datos que afirmen su existencia en épocas primitivas, sí es cierto que por la orilla del Henares, en su término, cruzó la vía de Mérida a Zaragoza en tiempos de los romanos, y que en dicha orilla han aparecido, en diversas ocasiones, monedas y leves restos arqueológicos que confirman este supuesto.

Aquí debemos hablar, aunque sean cuatro frases, de Jadraque y su castillo del Cid. Dice la tradición que el castillo de Jadraque fue conquistado por el cid Campeador y sus mesnadas.

Tuvo asiento, aunque fuera mínimo, la raza árabe, y de ella deriva el nombre actual de Jadraque (Xaradraq en las crónicas árabes). Pudiera ser, según algunos investigadores recientes, que el Castejón que se menciona en el Poema del Cid, se tra­tara en realidad de esta villa. Ello es lógico si se considera su privilegiada situación dominando realmente el valle del He­nares, lo mismo que hacían las fortalezas de Guadalajara, Hita y Sigüenza. Además, crónicas posteriores y documentos relativamente modernos seguían denominando «Castejón de abajo» a Jadraque. De ahí quizás que todavía quede anclado en la memoria colectiva que se llama tradición, el hecho de nombrar «castillo del Cid» al de esta villa.

El hecho cierto es que, tras la reconquista del lugar, sólo formado por escasas viviendas y el fuerte castro del altivo cerro, se constituyó Jadraque en aldea repoblada del amplio Común de Villa y Tierra de Atienza, usando su Fuero y sus pastos comunales. Su crecimiento debió ser rápido y notable a lo largo de la Edad Media, favorecido por el enclave cer­cano y vigilante del río, junto al camino real hacia Aragón. Se sucedieron los pleitos con objeto de independizarse de la tutela, y jurisdicción, de los atencinos. Y a comienzos del siglo XV consiguieron que, de algún modo, se reconociera esa identidad propia del Común jadraqueño, constituyéndose en Tierra independiente de los atencinos, dividida a su vez en dos sesmos: el de Bornoba y el de Henares. Esa soltura de la jurisdicción de Atienza se hizo a costa de entrar en señorío particular, pues en 1434 el rey Juan II hizo donación de Jadraque y un amplio territorio en derredor a su parienta doña María de Castilla -nieta del rey Pedro I el Cruel- en ocasión de su boda con el cortesano castellano don Gómez Carrillo. Aparte del señorío jurisdiccional creado por estos nobles, Jadraque pudo regir, a través de su Concejo, otros muchos aspectos, entre ellos el importante de la distribución de pastos, sobre un amplio territorio situado en las estriba­ciones meridionales de la serranía atencina. Heredó el estado don Alfonso Carrillo de Acuña, quien en 1469 se lo entregó por cambio de pueblos y bienes, a don Pedro González de Mendoza, a la sazón obispo de Sigüenza, y luego gran canci­ller del Estado unificado de los Reyes Católicos. El cardenal Mendoza dejó el territorio jadraqueño, integrado en abultado y riquísimo mayorazgo, a su hijo Rodrigo, a quien llamó, por estar en la creencia de descender en línea recta del Cid Cam­peador, Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza. Este recibió, por su bravura y destacada actuación en la guerra de la recon­quista de Granada, el título de marqués de Zenete, y en oca­sión de su boda con Leonor de la Cerda, hija del duque de Medinaceli, fue mejorado con el título de conde Cid. Al unirse el marquesado de Zenete, durante el siglo XVI, con el mayo­razgo de la casa de Mendoza, duques del Infantado, en esta casa quedó, en señorío, llevado con blandura y buena armonía hasta la disolución de los mismos en los inicios del siglo XIX.

Capital de amplia, aunque pobre comarca, todavía muchos pueblos de la serranía de Guadalajara llevan el apellido «de Jadraque». Ello condicionó, a partir del siglo XV, su consis­tencia como centro administrativo, burgo comercial y artesa­nal, e incluso núcleo señorial y militar. Florecieron las letras y se cultivaron las artes. Un denso núcleo de hidalgos se asentó en Jadraque, amparados de los Mendozas, y junto a impor­tante vía de comunicación entre Castilla y Aragón. Al colo­carse el ferrocarril en el siglo XIX, Jadraque obtuvo estación de parada, y esto le hizo nuevamente crecer y despuntar comercialmente, manteniendo discretamente su tono, en este sentido, hasta hoy mismo. También ahora es núcleo turístico, logrado por sus especialidades gastronómicas del «cabrito jadraqueño» al horno, único por su sabor en toda la provincia.

Callejear por Jadraque es recuperar el tiempo ido, las esencias antiguas, y encontrar sorpresas continuas.

Puede el viajero entretener su visita con numerosos monumentos y edificios de interés. Es el primero con el que normalmente se encuentra, el castillo del Cid, puesto en la estrecha y justa cima de lo que Ortega y Gasset calificó como «el cerro más perfecto del mundo». Aunque en época árabe, y luego en la Edad Media castellana, hubo en aquella altura for­tín señalado, sería su propietario el cardenal Mendoza, a par­tir de 1470, quien inició la construcción del actual, según normas ya residenciales más que guerreras, y se mantuvo habitado por los señores durante algún tiempo. Las guerras de Sucesión y de la Independencia, y especialmente el aban­dono secular, le hicieron casi desaparecer del paisaje. En 1889, cuando los duques de Osuna, herederos de los Infantados, sacaron a la venta su patrimonio, el pueblo de Jadraque compró su propio castillo por trescientas pesetas. Y aun en los años medios del siglo XX, los propios vecinos protagonizaron una de las páginas más señaladas de la historia del patrimo­nio artístico provincial, al restaurar en gran modo, con su trabajo personal, esta fortaleza. Nuevas intervenciones a principios del siglo XXI han llegado a la conclusión de que tuvo un notable patio de estilo plateresco, del que han aparecido algunos fragmentos. Se asciende a la fortaleza por estrecho y empinado caminejo. Se compone de fuerte y no muy alto muro, que rodea por completo el recinto de planta estrecha y alargada. Los extremos se refuerzan con torreones cilíndricos, y el muro remata en barbacana almenada. Nada más entrar hay un patio de armas, luego el recinto residencial, seguido a continuación del área propiamente fortificada, de la que queda foso para algibe en su centro, y vestigios del patio y estancias. Se hace muy evocadora su visita y recorrido de estas bien cui­dadas ruinas.

Ya en la entrada de la villa, aparece la recia estampa, obra del siglo XVII, de la ermita de Nuestra Señora de Caste­jón, con muros de mampostería y sencilla portada de líneas clasicistas. En su altar se veneró, hasta el año 1936, la imagen de la Virgen de dicha advocación, una extraordinaria talla románica, ya desaparecida. Otra ermita jadraqueña es la de San Isidro, junto al cementerio, sin especial relieve artístico. La iglesia parroquial fue construida, en su edificio actual, durante el siglo XVII, y fue su tracista y constructor el arqui­tecto montañés Pedro de Villa Monchalián. La portada, orien­tada a poniente, es obra de claro estilo manierista, con ele­mentos ornamentales y estructurales que rompen totalmente la serenidad del clasicismo, y sorprenden por su arrebatada imaginación de equilibrios imposibles. El interior es de gran­des proporciones, de tres naves sin crucero y coro alto a los pies. Gruesos pilares sutentan las bóvedas, de las que destaca la semiesférica sobre el presbiterio, con las imágenes de los evangelistas pintadas sobre sus pechinas. El altar mayor es de estilo barroco, está dedicado a San Juan, y procede de una iglesia de Fromista, en Palencia. Destacan en las capillas late­rales una serie de lápidas y estatuas yacentes de caballeros y personajes jadraqueños (Juan de Zamora, su mujer María Niño, y el cura de la parroquia Pedro Blas, todos ellos del siglo XVI; una hermosa talla de Cristo crucificado, atribuida a Pedro de Mena; y un óleo de Zurbarán, el «Cristo recogiendo sus vestiduras después de la flagelación», pintado en 1661, y que es una obra genial de la época tenebrista y final del maestro extremeño).

Muestra también Jadraque varias casonas hidalgas, cons­truidas en los siglos XVII y XVIII. Así, destaca, en la calle mayor, la casa de los Verdugo, de severa fachada con gran escudo de armas. En ella, propiedad a la sazón del político ilustrado Juan Arias de Saavedra, se alojó unos meses del año 1809 el ilustre político y escritor don Gaspar Melchor de Jovellanos, quien allí recibió a diversas personalidades, como el pintor Goya, que le retrató. La habitación que Jovellanos utilizó en su estancia, decorada al fresco en sus muros por él mismo, se conserva intacta, y es curiosa de ver y evocar en ella la figura del ministro renovador. En la Plaza Mayor, además del moderno edificio concejil, y la fuente severa y hermosa del siglo XVIII, se conserva aún la casa donde se alojó la segunda esposa de Felipe V, doña Isabel de Farnesio, y sobre ella aparece, ya medio desmochado, un escudo de la Inquisición. También se conservan los muros y fachada, del convento de frailes franciscanos capuchinos, que protegidos por los señores de la villa, asentaron en ella durante el siglo XVII, quedando sobre el portón de entrada un enorme escudo de la fundadora, doña Catalina Gómez de Sandoval y Mendoza. Algunos otros caserones con escudos altivos y barrocos se conservan por el pueblo, en el que, de todos modos, siempre debe el viajero acabar su visita recorriendo sus breves plazuelas y sus callejas empinadas, una de las cua­les, la de San Juan, es exponente perfecto de la arquitectura tradicional de la Alcarria, logrando mantener viva la estampa rural y aprisionada de un tiempo ido.

Deben recordarse algunas figuras importantes nacidas en Jadraque. Así, la de fray Pedro de Urraca, que alcanzó fama de notable virtud, siendo fraile mercedario, en diversos con­ventos de la América española, y también en Madrid. Queda de él un retrato al óleo en la sacristía de la parroquia, así como una interesantísima biografía redactada, tras su muerte, en 1668, por el maestro fray Felipe Colombo, también alcarreño y cronista general de la Orden. Don Diego Gutierrez Coronel fue aquí nacido: vivió en el siglo XVII, y se dedicó, de manera provechosa y bien nombrado a estudiar temas de historia y genealogía, escribiendo una densa «Historia genea­lógica de la casa de Mendoza» riquísima de datos y conclusio­nes. Y, en fin, en nuestro siglo, uno de los mejores poetas y escritores de la provincia de Guadalajara, José Antonio Ochaíta, dedicado por entero a la creación poética, dramática e histórica de su tierra y de España. Frente a la portada de la iglesia parroquial, álzase un busto en bronce, original del escultor Navarro Santafé, dedicado a la memoria de este jadraqueño ilustre e inolvidable. También es reseñable el escritor e historiador de Jadraque, José María Bris Gallego, quien a principios del siglo XXI ha reunido en un libro definitivo todo su saber sobre la villa.

Las fiestas patronales de Jadraque se celebran, con gran animación de vecinos y forasteros, en torno al día 14 de sep­tiembre, en que se honran con función religiosa y procesión al Cristo, habiendo también otros festejos culturales y de diversión, sin olvidar los clásicos encierros y lidia de toros. La evolución de los tiempos han hecho desaparecer muchas cos­tumbres ancestrales que se guardaban en el pueblo, aunque ha crecido la gran reunión de las Migas, que congrega en cada otoño a miles de personas dispuestas a degustar este plato tradicional serrano.

Para profundizar en el conocimiento de Jadraque, su historia, personajes y patrimonio, hay que leer:

El libro de Jadraque
de José María Bris Gallego
Aache Ediciones, Guadalajara, 2010, 366 páginas con muchas ilustraciones.

El castillo de Jadraque
de Gonzalo López-Muñiz Moragas
Aache Ediciones, Guadalajara, 2003, 152 páginas con muchas ilustraciones

Historia de Jadraque y su tierra
de Andrés Pérez Arribas
Aache Ediciones, Guadalajara, 2011, 266 páginas y numerosas ilustraciones, solamente en CD.