Valverde de los Arroyos, uno de los pueblos más bonitos de España

Enmarcado por uno de los paisajes más bellos de la pro­vincia, en el circo altísimo que forman los picachos de Oce­jón, Piquerinas y Cerro del Campo, que rondan e incluso sobrepasan los 2.000 metros de altitud, y escoltado por varios costados por los diversos arroyos que desde ellos bajan y le dan nombre, Valverde de los Arroyos es meta soñada por muchos viajeros que aprecian lo lejano, lo difícil, lo descono­cido. Viajar a Valverde fue siempre una auténtica aventura, pues si por Arroyo de Fraguas y Umbralejo se intentaba lle­gar, el camino se perdía a veces entre el monte, mientras que por Almiruete y Palancares los precipicios que era necesario atravesar ponían miedo al más atrevido, si no era que alguna tormenta se había llevado los pequeños puentes que ayudaban a cruzar arroyos y torrenteras que bajan en gran número de las montañas. Espesos boscales de roble, matas de jara y mucha piedra, forman el paisaje verde-gris de estos entornos, presidido por la corona blanca del nevado Ocejón. Paulatina­mente se han ido arreglando los accesos hacia Valverde, debido en gran parte a la tenacidad y trabajo personal de sus propios vecinos, y hoy es posible llegar a este hermoso pue­blo serrano por carretera asfaltada en toda su extensión desde Guadalajara, por Tamajón y Almiruete.

Perteneció este pueblo al Común de Atienza, y ya en el siglo XIII quedó incluido en el señorío de Galve, del que era dueño el infante don Juan Manuel, de quien pasó sucesiva­mente a la Corona; luego a Iñigo López de Orozco; de éste a los Estúnigas o Zúñigas, que en el siglo XVI lo vendieron a doña Ana de la Cerda, viuda de don Diego Hurtado de Men­doza, uno de los vástagos del cardenal Mendoza, en cuya casa de Mélito, unida luego a la ducal de Pastrana, quedó desde el siglo XVI al XVIII, en que definitivamente entró a formar parte de los estados de los duques de Alba.

El conjunto del caserío de Valverde es de un gran valor para el estudio de la arquitectura serrana, superviviente aquí a todos los embates del modernismo, pues sus vecinos han tenido el buen criterio de construir algunas casas nuevas con los mismos materiales, y siguiendo las mismas técnicas here­dadas de sus antepasados. Las viviendas y corrales son de pie­dra desbastada, madera de roble y pizarra. Algunas poseen grandes galerías altas abiertas al sur, todas de madera. Posee el pueblo un par de fuentes públicas, y en la plaza Mayor lucen algunas de las más bellas construcciones populares. Junto a la fuente, en el centro, está el juego de bolos, que se practica con asiduidad por los habitantes de Valverde. En el costado sur de la plaza se alza la iglesia parroquial, construc­ción del siglo XIX, sin más características que su peculiar estampa serrana, y un arco de ingreso hecho con ladrillo, que confiere un toque de exotismo a la construcción con este material antaño tan poco utilizado por esta región. Se he recuperado su interior con la construcción de una gran bóveda tabicada autoportante de tres roscas que merece admirarse, porque es muy llamativa. Esta igle­sia guarda de interés, aparte algunos ornamentos no valiosos, su antigua cruz procesional, soberbia obra de orfebrería renacentista, hecha en el siglo XVI en los talleres de Segovia por el orfebre Diego Valles. En el centro del anverso aparece Cristo crucificado, y en el reverso un grupo de la Piedad rematada por un friso de traza gótica. Este es el aire que tiene la cruz por ser de iguales dimensiones sus cuatro palos. En los extremos de los brazos, y en los medallones romboida­les de su achatada macolla, aparecen grabadas toscamente varias figuras de santos y santas con sus atributos.

La ermita de la Virgen de Gracia, en las afueras del pue­blo, se utiliza todavía para enterramiento de los vecinos que fallecen. La estampa de un gran recinto con su pavimento cuajado de losas, de montones de tierra, de flores y frases, nos transporta a los lejanos siglos en que ésta era una práctica común en todas partes. Fue construida esta ermita en el siglo XIX con la ayuda de dos hijos del pueblo, misioneros en Filipinas.

Hay un libro que te explica, con todo detalle, la historia de este pueblo, sus costumbres, sus personajes, su patrimonio y su increíble entorno paisajístico. Lo escribió Juan Antonio Marco Martínez y se titula «Valverde de los Arroyos, parroquia y parroquianos«. Míralo aquí.

Lleva la fama Valverde de los Arroyos, además de por los paisajes y sus aspecto serrano peculiar, por las conocidas fies­tas de la Octava del Corpus. Se celebran éstas el domingo siguiente a la octava de la festividad del Señor, esto es, diez días justos después, siempre en domingo. Esta es la fiesta que centra todo el folclore, riquísimo y vario, muy peculiar, que posee este enclave de nuestra sierra. A esta fiesta le dan vida el grupo de danzantes con su botarga. Son ocho en total, y portan una vestimenta muy peculiar, consistente en camisa y pantalón blanco, cuyos bordes se adornan con puntillas y bor­dados; en el cuello se anudan un largo y coloreado pañuelo de seda; el pantalón se cubre con una falda que llega hasta las rodillas (sayolín) de color rojo con lunares blancos estampa­dos. En la cintura se coloca un gran pañuelo negro sobre el que aparecen bordados, con vivos colores, temas vegetales. El pecho y espalda se cruzan con una ancha banda de seda que se anuda a la altura de la cadera izquierda. Los brazos se anu­dan también con cintas rojas más estrechas, y en la espalda, pendientes de una cinta transversal, aparecen otras múltiples de pasamanería. Sobre los hombros hay flores. La cabeza se cubre con un enorme gorro, que se adorna con gran cantidad de flores de plástico, presentando en su parte frontal un espe­jillo redondo. Calzan sus pies con alpargatas anudadas con cinta negra. Les acompaña «el botarga» ataviado con un traje de pana en que alternan los colores marrón, amarillo, rojo y verde. Sobre su espalda, las iniciales A. M., del sastre que lo confeccionó a principios del siglo XX. En la cabeza una gorra compuesta de varios trozos de tela dispuestos radialmente, rematados en una borla roja. Finalmente, forma también parte del grupo el «gaitero». Ataviado con traje de fiesta, de chaqueta y pantalón oscuro, corbata discreta y camisa blanca, sin tocar, cruzando el pecho gruesa correa de la que pende el tambor, y sujetando en su mano derecha el palillo, y en la izquierda la flauta o «gaita», pieza metálica de agujeros hecha con el cañón de una antiquísima escopeta.

La fiesta comienza con una misa, a la que asisten los dan­zantes, sentados en el presbiterio, y tocados con sus gorros ante el Sacramento que porta el sacerdote, bajo palio, escol­tado de los danzantes, el botarga y el resto de los hermanos de la cofradía. En la plaza Mayor se expone el Sacramento sobre una mesa y casa ataviados con grandes colchas de colo­res, formando el «monumento». Luego suben hasta la era, un alto prado sobre el pueblo, rodeado de las altas montañas antes citadas, y allí danzan ante el Sacramento varias veces, formando el baile de «la Cruz», que se ejecuta al son del tambor, la flauta y las catañuelas que hacen sonar los propios danzantes. Luego se baja a la plaza, y allí se ejecutan otros bailes rituales: «el Verde», «el Cordón», «los Molinos» y «la Perucha», de paloteo y cintas, de gran belleza plástica, acompañadas del monótono y peculiar sonido del músico. Entre una y otra danza se realiza la «Almoneda» de las roscas, que van colocadas en una especie de árbol gigante.

En esta fiesta valverdeña de la Octava del Corpus, se integraban una serie de representaciones teatrales que corren a cargo de los vecinos del pueblo y cofrades del Santísimo. Se trataba de sencillos «autos sacramentales» o piezas costum­bristas en las que se mezclaba un fondo de teología con los afanes diarios del pueblo. Algunas de estas piezas, como el «Papel del Género Humano», «Sainete de Cucharón», «Auto Sacramental de San Miguel» y «La Infancia de Jesús», se han conservado entre los pobladores de Valverde, representándose algunas de ellas, con motivo de la fiesta.

Conserva Valverde un nutrido repertorio de celebraciones rituales, surgidas de la tradición más pura y popular: rondas, mayos, matanzas, villancicos, y larga serie de leyendas que se transmiten de generación en generación al calor de las lum­bres hogareñas en los largos meses del invierno.

En el aspecto paisajístico, Valverde de los Arroyos encie­rra abundante copia de lugares y entornos de gran belleza: de la altura rocosa del Ocejón se despeñan «las chorreras de Despeñalagua», con una caída sobre la pared de roca de 80 metros, apareciendo heladas en el invierno. Son recomenda­bles las ascensiones al Ocejón y al cerro del Campo, y para los atrevidos es recomendable la marcha desde Valverde a Cantalojas, atravesando el sorprendente y remoto valle del Sonsaz.