Gaspar CRUZ MARTIN

Escultor, nacido en Ujados (Guadalajara), en 1867.
Muerto en Madrid, en 1909.

De Historia de una imagen y del artista que la creó | Julio Cruz y Hermida, de la Real Academia Española de Medicina

Gaspar Cruz Martín nació en Ujados, una pequeña aldea del Partido Judicial de Atienza (Guadalajara), el 6 de Enero de 1.867. Sus modestísimos orígenes nos llevan a recordarle en sus 6 ó 7 años, pastoreando cabras y ovejas en el monte de la pequeña aldea. Mientras cuidaba del ganado que le confiaban los lugareños, él se entretenía en hacer, con trozos de madera de los árboles de la zona y con la ayuda de una pequeña navaja, remedos de las imágenes que veía en la pequeña y rústica Iglesia del lugar con connotaciones de vetusto arte románico. La simiente de gran artista que atesoraba, comenzaba a dar señales de lo que podía llegar a ser en el futuro Gaspar Cruz.

A los 14 años, al impulso natural de sus fuertes instintos artísticos y siguiendo el principio de que el artista nace y después se hace, se desplazó a la Villa y Corte, entrando a servir de criado del famoso escultor de aquella época, el prestigioso Subirá, que fue, al tiempo que su patrono, su primer maestro.

Por otra parte, el Conde de Romanones, que gustaba de alternar la política con la honrosa faceta de mecenas e intuitivo descubridor de figuras en agraz, pero prometedoras de serios logros futuros, apreciando en él notorias condiciones artísticas, intercedió ante la Diputación Provincial de Guadalajara, que le concedió una beca para estudiar en Madrid en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, donde comenzó a desarrollar y pulir su formación. Pasados los años de la adolescencia, ya en plena juventud, vemos al pastorcillo convertido en un maestro de la modelación del barro, del esculpir la piedra y de tallar las maderas nobles.

Fue Cruz y Martín un hombre muy modesto, y su obra, realmente de gran mérito, era minusvalorada por él mismo, lo que le impedía que la presentara a exposiciones y certámenes nacionales y extranjeros, pese al consejo de notables críticos en el arte de la escultura, como el afamado fundador de la Escuela de Cerámica de Madrid, don Francisco Alcántara, que no dudó en proclamar que su modestia y su temprana muerte, no permitieron que obtuviese el refrendo nacional e internacional que por la calidad de su obra merecía.

Dentro de esa faceta de modestia innata, cabe constatar que parte de sus grandes obras fueron firmadas por artistas de relumbrón en el cénit de su fama, apropiándose de una paternidad que no les correspondía. La causa de vender su arte innominado, también era la resultante de así poder compensar los pequeños y obligados estipendios económicos que precisaba para nutrir y vestir una numerosa y necesitada familia. Siempre han existido "negros" en el campo de las artes plásticas y del pensamiento escrito, que han cedido a los "blancos" su arte anónimo como exigencia obligatoria para atender perentorias necesidades de subsistencia. El sentido de la dignidad y hombría de bien heredadas de mi padre a través del abuelo, me impide el impulso de delación del plagio, señalando con el dedo acusatorio obras de arte en piedra (monumentos y frontispicios), en barro y en madera, que llevan la firma de famosos, aunque las manos que las crearon pertenecieran a un artista modesto y necesitado.

 Amante del purismo anatómico, disciplina ésta en la que Gaspar Cruz poseía profundos conocimientos, como he podido observar personalmente en algunas tallas que han quedado en la propiedad familiar, le facilitó el llegar a ocupar el puesto de escultor anatómico de la Facultad de Medicina de San Carlos, cuyo Decano era el célebre Conde de Calleja y en cuyo claustro académico figuraban los nombres gloriosos de Federico Oloriz, Corral y Oña, Amalio Gimeno, Alonso Sañudo, Alejandro San Martín, y un sabio y cascarrabias investigador con quien trabó, en mutua correspondencia de empatía y simpatía, una estrecha y gran amistad. Aquel sabio cascarrabias que se llamaba don Santiago Ramón y Cajal, lsentaba sobre sus rodillas a mi padre, para mostrarle en la platina del microscopio aquellas inigualables preparaciones histológicas teñidas de vistosos colores que delataban neuronas y sus sinapsis. Un auténtico y polícromo caleidoscopio para aquella criatura.

El estudio del escultor y el del genial patólogo, estaban contiguos en el llamado Museo Velasco, próximo al Museo Antropológico y al Jardín Botánico. Por cierto, que al doctor Velasco, pintoresco personaje de la época, se le atribuye el pasaje de que, al perder a su joven y bella hija por una tuberculosis fulminante, la embalsamó personalmente, dedicándose a pasearla por las noches en su coche de caballos por el Paseo del Prado y otras calles de la Villa y Corte.

La obra de Cruz Martín

Corría el año 1.905, cuando el Conde de Torreanaz, pródigo mecenas y benefactor de la ciudad de Torrelavega, sabedor de la calidad del escultor, le encargó a éste la realización de una imagen de la Virgen de la Asunción, para ser venerada por la religiosidad mariana del pueblo cántabro. Gaspar Cruz puso manos a la obra del honroso encargo y en su taller de la madrileña calle de Alcala 141 (llamada castizamente la "casa de las bolas"), próximo al Parque del Buen Retiro y la mítica Puerta de Alcalá, comenzó a trabajar en la misma, creando una talla de madera policromada de grandes dimensiones, en la que la Virgen, tocada de manto azul y sostenidapor los brazos de una legión de ángeles alados, asciende a los cielos en vertical encuentro con su Hijo-Dios. La talla es bellísima y envuelta en un variado y múltiple milagro. Me explicaré: adornada de un halo de serena divinidad, se torna en curioso contraste con el inequívoco agnosticismo de su creador, siempre respetuoso con las creencias religiosas, y hombre de gran bondad, al que los amigos llegaron a calificar de santo laico, por su generoso desprendimiento hacia los más necesitados (a veces el sueldo no llegaba a manos de mi abuela, por haberse cruzado en el camino "alguien que lo necesitaba más").

Cuando Cajal recibió el Premio Nobel, Gaspar Cruz y Martín le modeló el rostro, de perfil, para ser plasmado en una placa conmemorativa. Al morir don Alejandro San Martín, uno de los más importantes catedráticos de patología quirúrgica de San Carlos, antes de que su cuerpo sirviera a los estudiantes para realizar prácticas de disección anatómica, según postrer deseo , Gaspar Cruz le hizo una mascarilla de su noble rostro, que sirvió posteriormente para figurar en el monumento que se le erigió en el madrileño Paseo de Recoletos.

Su hermano Miguel, y el hijo de este, Antonio Cruz, fueron también extraordinarios escultores. Para ver más información sobre ellos, visitar la web de Cruz escultor.

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