Un libro que explica el viaje de Camilo J. Cela por la Alcarria 

Manuel Leguineche

Periodista. Ensayista. Escritor.
Arrazua (Vizcaya), 1941 - Madrid, 2014.

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Manu Leguineche,
un alcarreño de adopción y de corazón

por Antonio Herrera Casado   | Manu Leguineche, que hoy vive feliz y en trabajo en su “Casa de los Gramáticos” de Brihuega, es el lujo literario de Guadalajara, y, aunque no nacido en esta tierra, podemos y queremos considerarle como un alcarreño más, un “alcarreño de vocación”, que son los mejores.
Entre los muchísimos galardones que ha recibido, están el Premio Nacional de Periodismo, el Pluma de Oro, el Cirilo Rodríguez, el Godó, el Julio Camba, y el Ortega y Gasset.

Ha escrito numerosos libros, de viajes, de crónicas, de reportajes, de análisis históricos de figuras y hechos. Por recordar algunos, “La vuelta al mundo de un periodista”, “Adios, Hong Kong”, “Annual 1921”, “El viaje prodigioso”, “Yo te diré”, “Hotel Nirvana”, “Yo pondré la guerra (Cuba 1898: la primera guerra que se inventó la prensa)”, y “La Felicidad de la Tierra”, en la que hace un análisis de su vida y sus impresiones vitales en la Alcarria de Guadalajara en la que vive. Posteriormente publicó "El Club de los Faltos de Cariño" (Seix Barral, 2007) en cuyas páginas vibra de nuevo su pasión por la tierra alcarreña, silenciosa y emotiva, cuajada de verdades tras cada árbol, en cada segundo del atardecer, en los tics de los aldeanos y en la esencia de su prosapia.
A Manu Leguineche se le han dedicado, últimamente, muchos homenajes: los merece todos, por su forma de ser y vivir, por su sinceridad y maestría, como periodista, escritor y amigo. La Diputación de Guadalajara le ha nombrado en Octubre de 2008 "Hijo Adoptivo de la Provincia de Guadalajara" y ha editado un libro "Guadalajara ya tiene quien le escriba" que es homenaje de muchos otros escritores a Manu, y una recopilación de su biografía, bibliografía y mejores textos.

Algunas cosas que ha escrito Manu Leguineche sobre la tierra de Guadalajara:

La Calle Mayor de Guadalajara viene a ser como la de Palencia, la que pinta Bardem en su película. Se diría que no ha pasado el tiempo por ella, territorio de chalanes y chamarileros, de cacharreros, aunque algunos comercios se modernizan. Esta calle tiene su encanto. Los martes, frente al bar Soria, se congregan labradores de los pueblos para comprar y vender, para informarse del precio del cereal; los ganaderos cierran tratos... los tratantes van al grano.

Estos atardeceres son de tarjeta postal. Los que viven por aquí en general no los aprecian. Forman parte de sus vidas. La postura del sol marca de rojos y dorados toda la cordillera en forma de dientes de sierra- Hemos pasado de los colores crudos, abrasados, al diseño oscuro, a la silueta.

A la "finitiva", como diría Nino, después del bochorno rompió la tormenta. Es un consuelo abrir la puerta. Las gotas, gruesas como uvas, caen como una bendición sobre la baldosa. Me dejo empapar por la lluvia y aspiro el olor a tierra mojada. Tula, que estaba de excursión, entra en casa asustada por el espasmo de los truenos. He mirado hacia el cielo, a las nubes de estaño atravesadas por los vencejos. Ellos no le tienen miedo al padre trueno.

El pan que en otro tiempo besábamos cuando se caía al suelo, el pan sagrado y bendecido. Es una pena que ahora se fabrique para los pueblos un pan apresurado, gris. Lo importante por lo general es que llegue a tiempo, de más o menos igual la calidad, la textura ¿Qué habrá sido de las viejas tahonas? Son raros los sitios en los que se fabrica el pan con el antiguo mimo, redondo, de harina poco cernida, levadura y sal. Los arrieros le daban pan con vino a las mulas, los pastores se metían en el zurrón media hogaza, un huevo frito, y un par de torreznos...

de La Felicidad de la Tierra, de Manu Leguineche, Editorial Alfaguara, 1999

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aache@ono.com - enero 25, 2014