Luis de LUCENA

Médico. Humanista. Arquitecto. Pensador.
Nació en Guadalajara en 1491,
y murió en Roma en 1552.

Una virtud en la capilla de Luis de Lucena en GuadalajaraLuis de Lucena, médico humanista
por José Serrano Belinchón
en
"Diccionario Enciclopédico de la provincia de Guadalajara"
Guadalajara, 1994. AACHE Ediciones, página 262.

Es muy posible que Luis de Lucena sea uno de los guadala­jareños más universales de todos los tiempos. Clérigo y médico nacido en Guadalajara el año 1491. Estudió en las dos universidades españolas más prestigiosas de su época: Alcalá y Salamanca. En Francia publicaría más tarde algunos tratados sobre curación de enfermedades. Luis de Lucena pasó en Italia una buena parte de su vida, donde atendió personalmente la salud de algunos Papas.
A él se debe la construcción en 1540 de la capilla románico-mudé­ar, anexa a la antigua iglesia de San Miguel de Guadalajara, que lleva su nombre. El ilustre humanista murió en 1552 y fue enterrado en Italia. Sus restos reposan en la iglesia romana de Nuestra Señora del Pópolo.

El médico humanista Luis de Lucena

Médico humanista dedicado a la investigación arqueológica y a la arquitectura, fundador de una Biblioteca pública en Guadalajara. Nació en Guadalajara, en 1491, y murió en Roma en 1552.

Capilla de Luis de Lucena en GuadalajaraVivió Luis de Lucena su niñez y juventud en Guadalajara. Hizo sus estudios universitarios quizás en Alcalá, quizás en Montpellier. Se doctoró en Medicina en la Universidad francesa, y en Toulouse quedó a residir ejerciendo su profesión. Estando allí, en 1523, publicó un libro que poco antes había compuesto. Le preocupaban entonces los temas de la salud pública, y su enemiga, la callada y misteriosa enfermedad de la peste, y la obra se dirige "al atento cuidado de la Peste y los útiles remedios contra esta enfermedad". Este libro lo dedicó Lucena al juez tolosano D. Juan Chavanhaco La obra se divide en dos partes, constando la primera de ocho capítulos, que son los siguientes: 1º, del aire; 2º, de la comida y bebida; 3º, del sueño y la vigilia; 4º, del ejercicio y el descanso; 5º, de las pasiones; 6º, del coito; 7º, de las excreciones; y 8º, que sirve como de introducción a la segunda parte, relativa ya directamente a la enfermedad de la peste, y que se divide a su vez en dos grandes capítulos, el primero sobre las señales de la peste, y el segundo sobre sus remedios. Dicho tratado de Lucena debe ser considerado como un verdadero elemento de medicina preventiva e higiene. Hernández Morejón, al comentarlo, expresa así en resumen su impresión: "Al hablar de cuan perjudicial es comer alimentos de mala calidad o en escesiva cantidad, dice ingeniosamente, que en cada bocado se va tragando la muerte. Afirma que la medicina mas poderosa en tiempo de peste es sacudir el ánimo de vanos temores: encarga no se fatigue el espíritu con lo que engendra tedio, y que antes por el contrario se recree con lecturas entretenidas, conversaciones festivas, música, baile, poesía, moderado juego, etc."

En Italia vivió dos largas temporadas de su vida, la última de ellas, y definitiva, desde 1540 a 1552, año de su muerte. Es la época de los grandes Pontífices humanistas. Pasado el tumulto de Julio II y sus choques apasionados con Miguel Angel, vienen al solio los más mesurados Médicis, León X, y Clemente VII, este último, Julio, muerto en 1534. Son luego Paulo III, el romano Alejandro Farnesio, y Julio III, Juan María Ciocchi, quienes gobiernan la Ciudad Eterna y sus grandes estados durante la estancia en ellos de Luis de Lucena. En esa época culmina la actividad de Academias particulares, regidas y protegidas por grandes mecenas, generalmente eclesiásticos. A la gran reunión del Cardenal Colonna es a la que solía acudir Lucena en Roma, y allí compartir estudios y esperanzas, abrir nuevos caminos al saber y lanzar preguntas repetidas sobre el mundo, con otros humanistas españoles. De las relaciones que el Dr. Luis de Lucena tuvo en Roma podemos colegir la importancia de este compatriota en el ancho campo de la general sabiduría. Las citas que de él dieron unos y otros en sus libros, permiten considerar el rango de actividad y dignidad alcanzado por este hombre.

Con Páez de Castro, el humanista que en el pueblo de Quer vio la primera luz y allí, entre libro, códices y reales crónicas dejó la vida, tuvo gran amistad Lucena en la capital romana. Decía Paez que con él tenía mucha conversación y le profesaba un gran afecto. Y aún nos revela el historiador alcarreño, en las cartas a Zurita, un dato misterioso y hasta ahora poco tenido en cuenta, relativo a la personalidad de Lucena: Del doctor Lucena -dice Paez- tengo entendido es aficionado a secretos naturales. Por ahí le vemos ya como un preocupado del espíritu.

Con el también español Juan Ginés de Sepúlveda tuvo gran amistad el alcarreño. En 1549, Lucena escribió a Juan Ginés, celebrando la intención de este último de ir a Roma donde -dice Lucena- es tan grande el comercio intelectual, y hasta las murallas y las ruinas son escuela de erudición. Con el erudito don Diego de Neila trabajó también, llevando en común la tarea de corregir y editar el Breviario del Cardenal Quiñones, encargo hecho por Clemente VII, y que no se llegó a publicar hasta el Pontificado de Paulo III. De otros eruditos hispanos que en Roma amistaban con Lucena, nos quedan noticias en el testamento que redactó pocos días antes de su muerte. Con Ginés de Reina Lugo, con Francisco de Juan Pérez, con Diego Ruiz Rubiano y Juan Bautista Otonel de Gerona tuvo relaciones. La mezcla que con ellos se hacen otros nombres europeos, flamencos especialmente, nos llevan a pensar en un cierto grado de inclinación hacia algunas de las directrices religiosas y de pensamiento que tan en boga estaban durante aquellas fechas. Sabido es que el reinado de Carlos V es un auténtico hervidero de disidentes reformistas, en cuyo papel no es difícil ver a Luis de Lucena. La corte de los Mendoza, en Guadalajara y Pastrana, fue el núcleo más numeroso de estos preocupados del espíritu, siendo hacia 1520-1525 que la Santa Inquisición comenzó a hacer una sistemática investigación y persecución de todos ellos. Es en esos años que Lucena se va a Francia (escribe el libro en 1523) y posteriormente a Roma. Este es un dato capital para iniciar la interpretación de este personaje como uno más de los alumbrados o erasmistas arriacenses.

Antes de marchar al extranjero, Lucena se dedicó a recorrer España en busca de antigüedades romanas. El Renacimiento, el afán de vuelta a lo antiguo, apunta uno de sus objetivos de sabiduría al conocimiento de la epigrafía griega y romana. Cada piedra hallada, con cuatro letras dispersas y medio borrosas que tuviera, ya se consideraba un importante objeto de estudio. Don Luis buscó en los lugares de positivo interés arqueológico, desenterró lápidas, y copió sus inscripciones. Formó luego un pequeño tomo con éllas y se las llevó a Italia, donde dió forma a su estudio, que tituló Inscriptiones aliquot collectae ex ipsis Saxis a Ludovico Lucena, Hispano Médico, y que en 1546 ingresó en los archivos del Vaticano, de donde, a fines del siglo XVIII, fué copiado por don Francisco Cerdá y Rico, y llevada la copia a la Academia de la Historia de Madrid. En esta actividad de erudito arqueólogo le menciona Ambrosio de Morales, en sus "Antigüedades de España". Y como arquitecto y entendido en el arte de las construcciones, a Lucena le alaban algunos afamados autores italianos. Ignacio Danti y Guillermo Philandrier eran, con él, pertenecientes a la academia Colonna, y este último, en sus Annotationes in Vitrubium, señala a Luis de Lucena como "el más perito censor de sus trabajos". De su quehacer constructivo arquitectónico veremos luego la huella genial que nos dejó en Guadalajara.

Pero aún nos queda mencionar la faceta de Lucena como médico en la corte vaticana. Fue uno de los médicos del Pontífice Julio III. Y de don Antonio de Agustín, otro español en Roma, nos llegó la anécdota, que pone en la obra De libris quibusdam hispanorum variorum Ignacio de Asso, de cómo Lucena le dio un sabio y efectivo remedio contra el dolor de muelas. De su testamento fué albacea el conocido médico doctor Juan de Valverde, que publicó algunas obras de medicina en París y Roma. Como se puede apreciar, es notable el ambiente de exilio en el que Lucena se desenvuelve, lo que puede explicarse por el afán de saber de todos estos españoles, que les lleva a quedarse a vivir en Roma y en otros lugares de Europa o no sólo por ello, sino que corren otros aires de heterodoxia por bajo de esta actitud de pulcro humanismo.

Murió Lucena en agosto de 1552, en la casa donde había vivido, situada en la puerta Leonina, por el campo Marcio. Fue enterrado en la iglesia de Nuestra Señora del Pópulo, en Roma, y a pesar de lo dispuesto al inicio de su testamento, en el que desea ser enterrado en su capilla de Guadalajara, el hecho es que los huesos del doctor Lucena se quedaron para siempre en Italia. En dicha iglesia de Nuestra Señora del Pópulo se ve aún esta lápida bajo la que descansan los restos de Lucena:

D.O.M.
LUDOVICO LUCENÆ HISPANO, VADALAXARE ORTO,
INGENIARUM ARTIUM PHISIQÆQUE RATIONIS
IN PRIMIS PERITO SIBI ET POSTERIS ANTONIUS
NUÑEZ FRATRIS, FILIUS MOERENS. P. VIX AN. LXI.
OBIIT. IV. ID. AUGUSTI A PARTU VIRGINIS M.D.L.II.

Y en el circuito de la piedra de su enterramiento aún se lee: "Hic præter coeteras virtutes quibus longe aliis excelluit, hanc maxime coluit, ut omnibus asidue benefaceret, et neminem ob id sibi devinctum esse vellet".

Poco nos dejó en herencia escrita nuestro humanista. Pero en aquellas páginas que dictó y rubricó en los últimos días de su vida, fundando y ordenando hasta el más mínimo detalle una "Librería" o biblioteca pública, impuso su espíritu sereno de sabio y pensador, y encabezó el largo párrafo con frase tan lapidaria como ésta: "pues que la importancia de nuestro ser, de nuestro saber e ignorar, no consiste en saber latín, ni griego, ni una lengua más que otra, sino en saber conocer y discernir realmente lo bueno de lo malo, y lo falso de lo verdadero..." señalando luego que hacía tal fundación "por la necesidad que hay tan manifiesta de remedio para la ociosidad en que tan comúnmente y demasiadamente todos pecamos..."

La fundación de una "Biblioteca" pública, meticulosamente organizada en el aspecto teórico, es quizás el elemento más destacado de la biografía de Lucena, por el que debemos considerarle en este Diccionario de autoridades científicas. Su modo de disponer dicha "Biblioteca" es ya todo un ejemplo de lo que se considera Ciencia, y como se considera a esa Ciencia, en el Renacimiento español. Los detalles con que ordena la Biblioteca son numerosísimos y pintorescos: quería que se pusieran libros principalmente en idioma castellano, preocupado de que pudieran ser entendidos de todos, y, sólo si quedara sitio en las estanterías, colocar otros en latín, italiano, portugués, valenciano, catalán o cualquiera otra lengua. El concepto de ciencia que Luis de Lucena tenía, queda bien patente, y es tema que merecería más amplio comentario, al leer las que quiere sean materias representadas, y aquellas otras de las que no debía existir libro alguno.

Y así, con sus palabras, dice a favor y en contra: "que de estos bancos (o armarios) uno sea diputado para los libros de Gramática, Lógica y Retórica; y otro para Libros de Aritmética y Geometría; y otro para Libros de Música y Astrología, y otros para Libros de artes manuales como son Arquitectura, Pintura y semejantes; y otros dos para libros de Filosofía Natural; y otro para Libros de Historia, y otros dos para libros de Filosofía Moral". Y finalmente se expresa, como preocupado por las cosas del espíritu y de la Medicina, diciendo: "por cuanto, entender las cosas de Teología y Medicina, son de tanta importancia, y porque querer formar de suyo opiniones en estas ciencias es cosa tan peligrosa, en la una para la Salud de la Anima, y en la otra para la del cuerpo; y porque esta Librería ha de servir para la mayor parte a personas no muy fundadas en letras y por ventura algunas de no tan maduro ingenio y juicio quanto estas ciencias requieren, por ende mando y ordeno, que de ellas no se ponga Libro alguno en la dicha Librería".

El otro tema capital por el que la memoria de Luis de Lucena ha vivido hasta hoy en Guadalajara, es ese monumento singular y bellísimo de la capilla de Nrª Srª de los Angeles, que fue añadida a la iglesia de San Miguel del Monte, y luego superviviente de élla cuando el siglo pasado fue derribado todo el templo. Es la llamada capilla de los Urbinas o de Luis de Lucena. Él mismo diseñó y trazó este edificio, que estaba terminado en 1540, según se lee en la lápida latina del cubo esquinero. La razón por la que un hombre plenamente renacentista, enamorado de la antigüedad clásica, de sus modos expresivos y sus soluciones plásticas, elige la estética mudéjar, a base de ladrillo, para la edificación por él trazada es algo en principio extraño, que podríamos explicar como un deseo de acudir a la fuente popular y revitalizarla. En cualquier caso, también ese monumento capital de Guadalajara es plenamente expresivo, por su forma, su contenido, y su simbolismo, de la ciencia practicada por este personaje, el doctor Luis de Lucena.

Bibliografía

Obras Manuscritas

Inscriptiones aliquot collectae ex ipsis Saxis a Ludovico Lucena hispano medico, 1546, Madrid, Academia de la Historia.

Obras Impresas

De tuenda presertim a Peste integra valitudine deqz. huius morbi remedis nec iutilis neqz. contennendus libellus, Tolosa 1523
Carta latina de Luis de Lucena a Juan Ginés de Sepúlveda, en SEPULVEDA: "Epistolarum libri VII", de las "Obras completas de Juan Ginés de Sepúlveda", Edit. R. Academia de la Historia, Tomo III, pp. 255-256
Herrera Casado, A.: La capilla de Luis de Lucena, en Guadalajara (Revisión y estudio iconográfico), en "Wad-al-Hayara", 2 (1975): 5-25.
Herrera Casado, A.: La Capilla de Luis de Lucena en Guadalajara. AACHE Ediciones, Colección "Tierra de Guadalajara" nº 5, 1991.
Villaverde Gil, A.: El manuscrito de Lucena. Excmº Ayuntamiento de Guadalajara, 2000.
Campos Pallarés, L.: "Luis de Lucena, humanista y médico de Julio III. A propósito de su testamento". Aache Ediciones. Guadalajara, 2011. Colección "Claves de Historia" nº 3.


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- febrero 23, 2013