Nacido en Escalona, Don Juan Manuel, su época y El Conde Lucanor de la edición de El
Conde Lucanor, de Taurus, Madrid 1970 Don
Juan Manuel Don
Juan Manuel, no cabe duda, tenía una gran personalidad. Claro que el
oficio de los nobles consistía casi exclusivamente en cultivar su
personalidad, pero eso no obsta para considerar su talento, ya que no
todos los que pueden cultivarla lo logran, precisamente. Don Juan Manuel
es un intelectual, un hombre cultivado, no es un simple guerrero. Pero no
debemos llevarnos a engaño con su humanismo El
Infante nació en Escalona (Toledo) en el año 1282, y era hijo del
Infante Don Manuel, hermano del rey Alfonso X, heredando de su padre el
cargo de Adelantado de Murcia. En 1294, reinando su primo Sancho IV El
Bravo, comienza su vida de relación en la Corte, interviniendo poco a
poco en las intrigas políticas entre Castilla y Aragón. En 1299, casa
con Doña Isabel, Infanta de Mallorca, la cual muere al poco tiempo, casándose
de nuevo el Infante, en 1311, con Doña Constanza de Aragón, hija de
Jaime II. Siguen sus andanzas políticas y en 1327 capitanea un
levantamiento contra el propio rey, aunque no tarda en llegar la paz
entre ambos caballeros, enviudando de nuevo el Infante y volviéndose a
casar, esta vez con Doña Blanca Núñez. En 1343 interviene en la batalla
de Algeciras junto a Alfonso XI y entra vencedor en ella. Por fin, hacia
1345, se retira del mundanal ruido (para ser uno de los pocos sabios que
en el mundo han sido) y muere, en la paz del Señor, en 1348. Las
obras más importantes del Infante Don Juan Manuel son: Libro de Caballería
(escrito en 1325); Libro del Caballero y del Escudero (escrito en 1326);
Libro de los Estados (que data de 1330); la Crónica abreviada, el Libro
de los Sabios, el Libro del Infante, la Crónica cumplida, el Libro de la
Caza y el Libro sobre la Fe, además de El Conde Lucanor. Algunos
sostienen que la Crónica cumplida no es del Infante y que la Crónica
abreviada viene a ser una síntesis de la Crónica General, dirigida por
Alfonso X. En el Libro del Caballero y del Escudero trata de compendiar
los conocimientos de entonces sobre Teología, Astronomía y Ciencias
Naturales, inspirándose en las Etimologías de San Isidoro y en las obras
de Alfonso X, así como en las de Vicente de Beauvais. También en esta
obra influye el famoso libro Del ordre de cavayleria, de Ramón Llull.
Después de su libro más famoso, quizá sea el Libro de los Estados el más
interesante, en el cual revisa a la sociedad española del siglo XIII y en
el que un hombre de piadosas costumbres, llamado Lulio, convierte al
cristianismo a los personajes de la obra. La
época de don Juan Manuel Por
aquellos tiempos las discordias políticas entre Castilla y Aragón
(cuando Aragón tenía su personalidad, que no se sabe bien en qué
consistía) prenden la atención de todos los caballeros y la vida del
Infante está llena de estos episodios. Por aquella época (el Infante
era nieto de Fernando III, a quien la Iglesia Católica tiene entre sus
santos) el Papa tenía su corte pontificia en Avignon, comenzaba la
guerra de los «Cien años» y tiene lugar la Gran Peste (1347), el auge
de las ferias de Medina del Campo; se pierde Gibraltar (1333), nacen
Petrarca y Bocaccio (1304 y 1313), el Arcipreste escribe su libro «del
buen amor»; el siervo de la gleba va dejando paso al artesano, al
naciente burgués (que entonces será revolucionario); el cristianismo
militante va alcanzando sus notas más impresionantes, la economía del
mercado surge... Es una época de «inflación y déficit permanente de la
balanza comercial», época en la que nace la famosa Mesta (algo así
como una mafia ganadera), época en la que los reyes cristianos tienen que
pedir prestado dinero a banqueros judíos; época en la que, según convenía,
se aceleraba la «reconquista» o se dejaba paralizada... La Edad Media se
dirigía hacia su fin, pero no hacia el fin de sus consecuencias... El
Conde Lucanor El
Conde Lucanor o Libro de los ejemplos
o Libro de Patronio es la obra no sólo de un escritor, sino de un
militar y de un político. Es, además, la obra de un noble y la obra de
un cristiano. Pero, sobre todo, es la obra de un Infante que no llegó a
reinar. Si El Conde Lucanor es la obra más representativa de Don Juan
Manuel, y por la que ha pasado en realidad a la historia de la literatura,
es debido, principalmente, a que en ella trata con rara astucia, entre,
consciente e inconsciente (como siempre ocurre en estos casos) de cumplir
de alguna manera sus reprimidos deseos de gobernar dando buenos consejos a
unos hipotéticos súbditos. Y de que Don Juan Manuel hubiera querido
gobernar no puede dudar nadie sabiendo que era político, militar, noble,
Infante y cristiano (y, por tanto, seguro de que el poder viene de Dios; a
los nobles, naturalmente) Lucanor, el Conde, es, en realidad, Don Juan
Manuel, y Patronio viene a ser una especie de primer ministro, de
consejero real, de valido o privado, del que gobierna «en la sombra»,
o de representante de algún grupo de presión. El
sistema que utiliza no carece de concreción y de cierta objetividad
literaria, de cierto contrapunto, que hace de El Conde Lucanor una obra
bien trabada, propia para leer fragmentariamente y, de cuando en cuando,
comentando en voz alta sus ingenios. Mucho se ha dicho, además, de la
originalidad del estilo y de la contribución a la creación del
castellano de esta obra. Y ése puede ser, quizá, su mérito más
destacado. El lenguaje es algo capital en nuestro vivir. Sin lenguaje, sin
términos, no podríamos seguir desarrollando nuestro conocimiento. De
este libro puede decirse, como de tantos, que lo valioso no es la letra
sino la música (y ya es mucho!). El
Conde va ofreciendo al consejo de Patronio problemas que éste soluciona
contando una historia como ejemplo de aquello que preocupa al Conde, y el
Conde encuentra digno de escribirse indeleblemente lo que dice Patronio,
delegarnos unas tablas que recogen la experiencia del «consejero» y la
sabiduría del «rey». Algunos de estos cuentos "o ejemplos" se
han hecho famosos, gracias a ellos mismos o a adaptaciones posteriores: el
cuento de la lechera, el del sabio pobre (que luego Calderón tenía que
inmortalizar en una célebre espínela, siguiendo fiel a su concepción
del mundo reaccionaria: La vida es sueño, El gran teatro del mundo,
etc.); el tiernísimo de un padre con su hijo y un burrito, uno de los
cuentos más deliciosos que se conocen y que da lugar a una serie de
meditaciones objetivas acerca de nuestro subjetivismo. Alguno hay que
viene a ser como un precedente de obras
posteriores, como el cuento número VII de nuestra edición, que es un
claro precedente del Retablo de las maravillas, de Cervantes. Otros, en
cambio, son menos poéticos y contienen mayor carga «moralizante» (y éstos
parecen los más originales del Infante), como los que tratan del honor,
de la docilidad que conviene a la mujer casada (de la sumisión, por
supuesto), del triunfo del bien sobre el mal (y de los «buenos» sobre
los «malos», por consiguiente), así como un repaso de las virtudes y
vicios de la época para no ser menos. Otros temas son entre históricos y
legendarios, como los que tratan de Fernán González o de los amores del
poeta y rey Almutamid con la sultana Romaiquia, etc. Hay en el libro
elementos que corresponden a la tradición oriental en España (la
Disciplina Clericales, del converso Pedro Alfonso; el Calila e Dimna, de
Alfonso X, y la versión del mismo de Barlaam y Josafat (versión de la
leyenda de Buda), así como restos de la lírica derivada de los «zéjeles»
con temas de los antiguos musulmanes españoles, lo que significa el
acompañamiento de voces árabes de uso común. Hay
otros elementos de origen clásico (del padre del cuento, Esopo), de la
historia francesa o de las famosas Cruzadas: Hay, también, derivaciones
de la Sagrada Escritura (sobre todo del Eclesiastés y del Evangelio).
Fedro influye también en el Infante y en sus derivaciones medievales
(Gesta Romanorum), de donde se sabe que los predicadores obtenían
manantial inspirador. Una de las cualidades más brillantes es la
ingenuidad y el gracejo de algunos personajes, por obra y gracia del lenguaje,
los cuales forman un retablo vivo de tipos humanos, difuminados y
condicionados por la intención paternalista, pero auténticas creaciones
literarias, o en otros casos, como hemos visto, buenas transcripciones de
otros autores. Contiene el libro frases y palabras graciosísimas; sólo
por esto valdría la pena leer en voz alta este libro: palabras poéticas
v llenas de vitalidad. Esta
prosa, en efecto, supera con mucho a la de las obras legislativas (Fuero
Juzgo e, incluso, las Partidas) y de otros libros (Libro del Saber de
Astronomía). Puede decirse que hace castellanos todos esos cuentos de tan
diversa procedencia, siempre merced al lenguaje. Finalmente,
en cuanto al capítulo de influencias, cabe añadir la que ejerció sobre
el Infante, Don Jaime de Xérica, magnate de Aragón, contribuyendo a
modificar su estilo, heredado de las obras anteriores, sobre todo del Rey
Sabio. También
merecen destacarse las diferencias señaladas por algunos tratadistas
literarios entre los cuentos de El Conde Lucanor y las de El Decamerón,
señalando a los primeros como idealistas y a los segundos como
materialistas. Por supuesto que esta clasificación es harto ingenua v
proviene de viejas concepciones ya muy superadas. E1 materialismo ha
venido identificándose con ideas y sentimientos poco nobles y elevados
(los solapados en el idealismo...) en contra del idealismo que ha venido
representando todo lo bueno. Célebre, y también superada, es la
comparación entre el idealismo de Don Quijote y el materialismo de Sancho
Panza, idealistas los dos... (piénsese en Dulcinea y Barataria). La
comparación entre El Decamerón y El Conde Lucanor la creo un poco
forzada. Sería mejor hablar del realismo de El Decamerót2 y del
idealismo de El
Conde Lucanor, aunque en muchos cuentos de este último libro aparece un
realismo muy castellano (piénsese en el cuento del padre y del hijo) y en
algunos pasajes de El Decamerón, por imperativo de la época, se da paso
a diversos aspectos idealistas. Fuera de lugar, por otra parte, el querer
dignificar los cuentos de El Conde Lucanor por su «moralidad» en
contraposición de los cuento de Bocaccio, procaces y obscenos. Bocaccio
pinta la vida tal como es, al menos en uno de sus aspectos, y no sin
cierta exageración literaria, algo comprensible, y el Infante, intimista,
subjetivista, escribe un libro como resultado de sus represiones. E1 libro
de Bocaccio, salvadas las agudezas de su forma, me parece un libro mil
veces más moral que el libro de Don Juan Manuel, pues así como el
primero es un canto a la vida abierta y llena de esperanza, el segundo es
una solapada canción a la falsa prudencia, al individualismo, a
considerar la vida estática, al paternalismo y a la huida de la realidad
objetiva. Lo que hoy constituiría un libro de «evasión». El
idealismo y el materialismo son dos concepciones del mundo, en pugna desde
siempre (toda la historia de la Filosofía es su historia) v en este
sentido sí que cabe situar al Infante en el idealismo y a Bocaccio,
aunque con algunos reparos, en el materialismo. Bocaccio desemboca en la
comprensión de la realidad objetiva. Juan Manuel en todas las formas de
«evasión» conocidas. [Cifuentes
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