Diego SÁNCHEZ PORTOCARRERO

Historiador. Regidor de Molina. Capitán de la Gente de Armas de Molina.
Molina de Aragón (Guadalajara), 1607 - Almagro (Ciudad Real), 1666

Vida y obra de Diego Sánchez Portocarrero
por Antonio Herrera Casado | 2007
 

Su vida

Uno de los más sugestivos personajes de la historia molinesa es don Diego Lorenzo Sánchez Portocarrero y de la Muela, nacido en Molina de Aragón, en 1607, y bautizado en la parroquia de Santa María del Conde. Acabó su vida en Almagro, en 1666, siendo parroquiano de San Bartolomé, y siendo enterrado en la capilla de los Garnica de la iglesia del convento de los frailes dominicos de aquella ciudad manchega. Desmontada por completo esta iglesia, nada queda en la actualidad de la lápida bajo la que descansaran los restos del historiador, ni, por supuesto, de esos mismos restos.

Sabemos que fue bautizado el 4 de abril de 1607 en Santa María del Conde, según constaba en la correspondiente partida del libro de bautizados de esta parroquia que abarca del año 1594 a 1724, firmada por el licenciado Arrieta.

El linaje de los Portocarrero vivió en Molina desde la Edad Media. En 1326, era alcaide de los castillos de Molina un tal Fernán González Portocarrero, nieto de Martín Pérez Portocarrero, que murió guerreando al servicio del rey Sancho IV de Castilla. Las armas de los Portocarrero molineses las menciona Julián González Reinoso, y se forman por una cruz de largos brazos, dos lobos y dos calderas, mostrando en el escusón un escudo de cinco estrellas sobre la copa de un árbol, con una orla de cinco aspas. Estas armas las corona una celada con clavos y plumas a modo de airón.

Los Portocarrero probaron su nobleza numerosas veces en las Órdenes de Santiago, Calatrava, Alcántara y San Juan de Jerusalén, según puede verse en los documentos conservados en las Reales Chancillerías de Valladolid y Granada. Un lejano pariente del molinés llamado don Luis, fue creado Conde de Palma del Río a 22 de noviembre de 1507, alcanzando el quinto de este título, don Luis Fernández‑Portocarrero y Bocanegra, la grandeza de España en 1697, siendo además marqués de Almenara y Montesclaros. Esta rama que era la primigenia del linaje, tenía armas diferentes: un escudo jaquelado de quince piezas en azur y oro.

La casa de los ancestros de don Diego Sánchez Portocarrero debía estar dentro de la jurisdicción de la parroquia de San Martín, considerada como el templo más antiguo de la ciudad del río Gallo. Tenía Portocarrero una heredad llamada Canta el Gallo, junto a este río. A lo largo del manuscrito de la inédita segunda parte de su “Historia de Molina”, don Diego menciona varias veces su habitual residencia en la localidad molinesa de Hinojosa, en la casa que había sido de sus abuelos. No se sabe en qué edificio residiera, pero sí que pasaba allí largas temporadas, escribiendo, y explorando el terreno en torno, especialmente el cerro “Cabezo del Cid” que preside el término, donde él mismo encontró numerosos restos y piezas arqueológicas que, en forma de cascos, frenos de caballo y armas varias de hierro, pensó que se trataban de elementos abandonados por el ejército del Cid Campeador cuando por allí pasara camino de Valencia, pero que en realidad eran piezas de la época celtíbera, abundantes en el castro que realmente había sido aquel alto cerro.

Es de anotar que el mismo don Diego, en el capítulo XXVI de la segunda parte de esta “Historia de Molina” que guarda manuscrita la Biblioteca Nacional, al hablar de dónde quería ser enterrado, señalaba la iglesia de San Martín, y a ser posible cerca de la pila bautismal, «con alborozo espiritual, porque en un rincón de su capilla mayor, la más fija morada que me dejaron mis abuelos, donde pienso aguardar la última trompa del Juicio Final, o quiera Dios que la entre a habitar en su gracia». Algunos dieron por seguro que fue ese el lugar de su bautismo, pero queda el documento que concreta que su bautizo fue en Santa María del Conde, y en 1607 concretamente.

En las pruebas que aportó para solicitar el hábito de la Orden de Santiago, dijo ser hijo legítimo de don Francisco Sánchez Portocarrero, también regidor perpetuo de Molina, y de doña María de la Muela; nieto por línea paterna del doctor Lorenzo Sánchez Portocarrero y de Gregoria de la Muela, y por la materna de don Salvador de la Muela y de doña Teresa Fernández Díaz, cristianos viejos de limpia prosapia, residentes en Molina. En esas pruebas, se dice que «en diciembre de 1651 tenía el optante cuarenta años de edad», de lo que se colige que fue el de 1611 el año de su nacimiento. Pero el documento existente en Santa María del Conde lo desmiente.

Aunque los hijos de hidalgos y mayorazgos cursaban, por lo general en el siglo XVII, estudios en Calatayud, Daroca, Sigüenza o Alcalá, no hay rastro de que en tales poblaciones fuera alumno de ningún Centro el joven Diego Sánchez Portocarrero. Ante esta ausencia de referencias documentales, el académico de la Historia y Cronista Provincial don Juan Catalina García López, opta por decir en su "Biblioteca de Escritores de la Provincia de Guadalajara» (Madrid, 1898), que «no parece que don Diego estudiase carrera alguna, lo que no fue parte a impedir sus grandes aficiones a las Letras, de que tan claro talento dio; antes bien, como hidalgo y regidor de Molina, parecía llamado a las armas o al menos a mandar la gente de guerra de su pueblo».

Hay que colegir de ello que fue autodidacta, lector constante de libros, de cuantos legajos o manuscritos cayeron en sus manos, anotando cuidadosamente cuanto de interés le contaban letrados y ancianos en relación con el Señorío de Molina. Su cu­riosidad desde muy joven por todo lo molinés es bien patente, insaciable desde los años mozos, pues de otra manera no le hubiera sido posible reunir tantos materiales, según veremos al tratar de su producción literaria en muy diversos aspectos. Es por ello que puede afirmarse que don Diego no estudió carrera universitaria alguna. Ni en los archivos de Alcalá ni en los de Sigüenza se encuentra la menor huella de su paso por las aulas del siglo XVII.  De ahí se colige que esa vida silenciosa, de estudio y meditación, aportó con espontaneidad en la edad adulta unos valores y calidades del mejor cuño literario.

Don Diego casó en primeras nupcias con María Muñoz de Dos Ramas Nidamiy, y en segundas con Ana Gerónima de Salcedo y Velasco, hija legítima de don Roque de Salcedo y doña Ana Martínez de Velasco. vecinos de la villa de Pozuela, quedando viudo de ésta última el año 1664. De ninguna tuvo descendencia. En 1663, algún tipo de enfermedad padecido por doña Gerónima, y viendo cercano su final, la llevó a otorgar testamento en la ciudad de Trujillo. El año de 1665, ya viudo, casaría con Antonia María de Escobar y Obando Sotomayor y Chaves, hija de los señores don Alvaro Rodríguez de Escobar, caballero de la orden de Alcántara, regidor de la ciudad de Trujillo, y de doña Teresa de Obando. Con ella tuvo como descendientes a Francisco José Sánchez Portocarrero, heredero en su mayorazgo, y que fallecería poco antes del mes de septiembre de 1695, y un segundo hijo que nació, ya muerto don Diego, en 1666 del que no queda rastro alguno a la muerte de su hermano, por dejar como heredero único y universal de todos los bienes a Bartolomé Malo de Mendoza.

Su esposa quedó como albacea de su hacienda, junto al caballero calatravo don Gonzalo de Chaves y Orellana, Gobernador de Almagro y su distrito, el licenciado Francisco Caballero, Vicario de la villa de Fuentes en la Alcarria, y don Jerónimo Arias de la Muela, su pariente, natural de Molina de Aragón.

Sus quehaceres

En la teoría de sus títulos y denominaciones, don Diego fue un hombre de armas. Sin embargo, fue mayor el gusto que tuvo por las letras. Nunca combatió, pese a su patriotismo ‑empleado en otros menesteres‑ y buen talante. Veinticinco años tenía cuando, según afirma el licenciado Francisco Núñez en su «Archivo de las cosas notables de Molina», «en lo más recio de su mocedad fue propuesto don Diego Sánchez Portocarrero al rey, quién lo nombró, por una Real Orden de 28 de abril de 1635, para regir y mandar los 150 soldados Infantes exigidos a la ciudad para que sirviesen en la guerra con Francia».

La leva debió hacerse lentamente, porque hasta el 11 de mayo de 1636 no se incorporaron los designados, para su debida instrucción militar, a la Compañía de Infantería que había de mandar su capitán. Este eligió alférez de dicha tropa a su her­mano Bartolomé Sánchez Portocarrero, que era como él regidor de Molina. Por la razón que fuera, el hecho es que la milicia molinesa no tomó parte en campaña alguna a pesar de su valor su­puesto y de su buena disposición.

Es indudable que Diego, por razones de hidalguía y paren­tesco, estaba en excelentes relaciones con la Corte de Felipe IV, por lo que Juan Catalina García, de la Real Academia de la Historia, asegura o supone que las mismas «debieron ser origen de que cuando el rey dispuso su viaje a Aragón, pasando por Cuenca y Molina, el Gobierno designase a don Diego y a su hermano Bar­tolomé para trazar el itinerario de la comitiva regia entre ambas poblaciones».

Uno de los momentos de gloria que vive don Diego es cuando en el año 1642, y al menos en dos ocasiones, la corte de Felipe IV visita Molina, se aloja en la villa, y se prepara militarmente para atacar a los sublevados catalanes, tras la revuelta que estalló en 1640. Molina fue designada como Cuartel Real y Plaza de Armas. Numerosas tropas pasaron por Molina en el verano de ese año: el 25 de julio salió el monarca de Cuenca, llegando a Molina el 29. Allí le esperaban ya diversos embajadores y personajes para tratar de los asuntos de Aragón y Cataluña. Las tropas locales, comandadas por Sánchez Portocarrero, no tuvieron que actuar. En todo caso, en esos momentos se fundaron las fábricas de balas y artillería en Orea y Corduente, debido al acopio que había que hacer para la previsible batalla contra los catalanes.

Sánchez Portocarrero debió formarse años antes en las milicias locales, que contaban, además de la mermada Compañía de Caballeros de doña Blanca, con los que crearon en tiempos de los Austrias: Cabildos de Caballeros y Ballesteros y un Batallón de infantes. Al parecer, en algún momento fue nombrado Comandante de Guerra de las fuerzas de Portugal y Cataluña, pero ni en las guerras interiores ni en las internacionales que duraron en este reino hasta su final en 1665, tomó parte activa en campaña nuestro personaje.

Como Regidor de la villa que era, y prohombre de su Concejo, don Diego Sánchez Portocarrero fue quien preparó los festejos en honor del soberano, que entró en la ciudad del río Gallo con su séquito, vía Cuenca, por Beteta y Peralejos, el día 29 de julio de 1642. El itinerario lo describe el cronista de la expedición real, Matías de Novoa, ayuda de cámara de Felipe IV, diciendo que «el camino de Cuenca a Molina era notable y mucha parte de él jamás pisado de pié humano, áspero, montañoso, desierto, todo o lo más de ello cubierto de pinos».

Del mes que duró la estancia del Rey en Molina, José de Pellicer y Gregorio Marañón refieren episodios de interés. El primero describe los festejos ideados por Sánchez Portocarrero, a la vez que anota: «El Rey tuvo el proyecto de juntar Cortes en Molina, donde se reunieron muchísimas tropas para la guerra de Cataluña». El segundo cuenta con amplitud cómo intentó un soldado matar al favorito, al Conde Duque de Olivares, aunque finalmente la bala hirió levemente a un bufón que le iba aba­nicando en su carroza.

En aquel mes, don Diego acompañó al monarca en sus diversos despla­zamientos por algunos lugares del Señorío, entre ellos Corduente y el Santuario de la Hoz, a donde fue el 18 de julio de 1642. Para visitar el convento de los franciscanos, el rey Felipe IV atravesó el río Gallo sobre el puente románico, ordenando que lo repararan adecuadamente.

Quizás como premio a estas atenciones personales con el rey y la Corte, durante su estancia en Molina, don Diego fue aceptado como Caballero de la Orden de Santiago, previo informe reglamentario ante el Consejo de las Órdenes de Caballería, en trámite ini­ciado en 1651, y en el que probó su ejecutoria de nobleza con las declaraciones de testigos que certificaron que pertenecía a familia hidalga y limpia de sangre en las cuatro ramas exigidas. También le nombró el rey Regidor Perpetuo del Concejo de Molina, y antes Comisario de los Ejércitos que operaron en Portugal y Cataluña.

Sumados a los anteriores honores, a don  Diego le llegó la recompensa real en forma de nombramiento de oficial real, de alto funcionario. Sus destinos fueron, sucesivamente, los de Administrador General de Millones en Trujillo (Cáceres) y Administrador del Tesoro Público o de Ren­tas Reales en Baena, Cabra y Lucena (Córdoba), Constantina (Sevilla), Alcalá de Henares (Madrid), Almagro (Ciudad Real) y otras ciudades, equivaliendo ese cargo a lo que hoy sería un Delegado de Hacienda. Fue además Superintendente de la Casa de la Moneda, según cuenta el licenciado Núñez en sus manuscritos molineses.

Esa actividad, y sus correspondientes viajes fuera del Señorío, la desarrolló don Diego durante más de doce años, de 1653 a 1666,  año en el que ejerciendo los cargos de Administrador General de las Rentas Reales de la ciudad de Almagro, y superintendente general de las del Campo de Calatrava, falleció en la capital manchega.

Todos los datos anteriores están recogidos en los documentos y han sido transcritos, algunos parcialmente, por casi todos los historiadores que se han ocupado de la vida y obra de este noble hidalgo, aunque su vida presenta dos lagunas o dudas que no se han podido dilucidar al día de hoy, al menos que nosotros sepamos.

Todavía nos queda la duda de si don Diego llegó a cursar estudios universitarios de algún tipo. Los elementales, por supuesto que los cursó en Molina. Sabía leer y escribir, lo cual no era demasiado frecuente en la época. Y tomó el gusto, seguro que desde niño, por la historia y la investigación y análisis del pasado. Pero no consta en documento alguno que estudiara en Universidad o saliera bachiller o licenciado, y aún menos doctor, por alguna o algunas facultades.

Existe un documento de difícil lectura en el que aparece don diego como “corregidor licenciado” que nadie más repitió o subrayó con datos complementarios. El que Abánades le citara como Corregidor Perpetuo de Molina, es quizás una exageración panegírica, puesto que para ser corregidor hacía falta ser licenciado y tener estudios universitarios. Lo que en todos los documentos consta, y en los que él mismo firma y subraya, es que tuvo el cargo, honorífico, y generalmente hereditario, de Regidor perpetuo del Señorío de Molina. Era este un cargo que se podía comprar, cosa habitual entre la nobleza, pero que no implicaba título académico.

Su obra

Solo se conoce un escrito impreso suyo: se trata de la «Antigüedad del Muy Noble y Leal Señorío de Molina. Historia y lista real de sus señores, príncipes y reyes», impreso en Madrid por Diego Díaz de la Carrera, en 1641.

Escribió Sánchez Portocarrero la Historia completa del Señorío molinés, pero su segunda y siguientes partes quedó en forma manuscrita, sin alcanzar los definitivos honores de la imprenta. Se conserva inédita en la Biblioteca Nacional, junto a unas «Noticias» sobre la vida del autor. Estos manuscritos, tres atados en 4º, llevan la signatura K‑148 a 150. De esta obra dice Catalina García en «El libro de la provincia de Guadalajara», página 160 de la edición del año 1881, que "Sánchez Portocarrero dio pruebas en su obra de ser historiador diligente, perspicuo y sensato, aunque devoto de los falsos cronicones".

Otras obras suyas, de las que se conocen títulos, son las siguientes: «Principios y progresos de la devoción a la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios en la Iglesia y en España, y de donde se deduce la particular y señalada del Noble y Leal Señorío de Molina». Por Diego Díaz. 96 folios. Madrid, 1648.

«Discurso apologético sobre los títulos de Noble y Leal que tiene el Señorío de Molina».

Manuscrito citado por Nicolás Antonio en «Bibliotheca Nova», 1‑314.

«Versos y varias noticias pertenecientes a su vida». Mss., B.N., sig. M‑87 (3.891).

Incluye composiciones de un amigo, el cual le dedica un romance y se lo manda con dos sobrinos que van a veranear a la finca “Canta el Gallo”, propiedad de la familia del autor.

«Casa de Nuestra Señora de la Hoz y antigüedad de Molina». Año 1635.

Se trata de un poema heroico que no sabemos si llegó a publicarse, lo cita también Nicolás Antonio en su «Bibliotheca Nova», 1‑314.

«Cartas originales al cronista Andrés de Ustarroz".

Manuscrito en la B.N., sig. V‑171 (8.391), y copia en la Real Academia de la Historia.

Juan Catalina García da algunas noticias sobre estas cartas dirigidas a Juan Francisco Andrés Ustarroz y José Pellicer de Salas Ossáu y Tovar (luego marqués de Mondéjar), su compañero de hábito santiagués: «Empieza lamentándose de no haber conseguido todavía la satisfacción de conocer personalmente a Ustarroz, aunque mucho le estima por sus méritos, que admira y desea que le tenga entre sus discípulos».

Dio a la imprenta otro pequeño librillo titulado «Nuevo Catálogo de los Obispos de la Santa Madre Iglesia de Sigüenza. Epílogo de sus más memorables acciones y de los sucesos seglares más señalados en el Obispado, colegido de graves autores y de instrumentos auténticos», impreso en el taller de Diego Díaz de la Carrera. Madrid, 1646. 9 hojas más 96 páginas de texto.

Va dedicado el libro a don Juan‑Antonio‑Luis de la Cerda Enríquez de Ribera y Portocarrero, marqués de Cogolludo y duque de Alcalá.

«Juramento y voto solemne que hizo el Señorío de Molina en 18 de junio del año 1644 de tener, defender y celebrar la Concepción sin culpa de la Virgen María». Madrid, 1648. Impreso en 4º y citado por Nicolás Antonio.

«Ilustración breve a los motivos del voto solemne que hizo en la Real Presencia y Capilla de la Orden de Caballería de Sant‑Jago de la Espada, renovando su antiquísima devo­ción a la Inmaculada». Manuscrito existente en la Biblioteca del Palacio Real, Sala ll, sig. M‑2. Libro de erudición copiosa, abrumadora, para probar su tesis, cayendo a veces en dar crédito a los falsos cronicones del Padre La Higuera, que entonces estaban en boga hasta que Roma los condenó.

«Soneto a don Martín de Alarcón, primogénito del Conde de Torresvedrás, que murió matando al Gobernador francés en la expugnación del fortín de San Juan de los Reyes».

Empieza así:

«Muere, Alarcón bizarro, aún más glorioso
que de la agena, de la propia herida,
coronando en su fama esclarecida,
al valor desdichado el fin dichoso». 

Puede verse en la página 53 del volumen «Corona sepulcral» que en honor del héroe citado recopiló don Alonso de Alarcón. Madrid, 1652.

«Libro sobre las alabanzas e impugnaciones a don José Pellicer». Manuscrito que se menciona en la llamada «Biblioteca de don José Pellicer de Ossau y Tovar», editada en Valencia, año 1671.

«A la muerte del Fénix de las Españas, Fray Lope de Vega y Carpio». Se trata de una décima poco inspirada incluida en el tomo XX, página 331, de la «Colección de obras sueltas de Lope”, que publicó Antonio Sancha, y en la «Fama Póstumae», folio 143, editada por Pérez de Montalbán.

«Varias poesías» de Sánchez Portocarrero pueden verse en la antología «Divinos versos o Cármenes Sagrados», realizada por don Miguel Celadrero de Villalobos, e impresas en Zaragoza, por los herederos de Lanaja en 1656.

Escribió un «Romance a Nuestra Señora de la Yedra, imagen muy devota, que está a la entrada de Constantina, en ocasión que con toda solemnidad se truxo a la Iglesia Mayor por los buenos temporales que se consiguieron luego». Sin lugar ni año, cuando era allí Administrador de Millones.

También un «Epitafio a la muerte del doctor Juan Pérez de Montalbán», en 1638 y se incluye en la obra «Lágrimas panegéricas en la muerte del doctor don Juan Pérez de Montalbán», por Pedro Grande de Tena. Se trataba de una simple décima.

Su muerte en Almagro

No sabemos exactamente cuanto tiempo residió don Diego Sán­chez Portocarrero en Almagro como Administrador General de Millones en nombre del Real Tesoro, y es de suponer que se encontraría muy a gusto en la Cabeza de la Orden y Campo de Calatrava, que tiene por Patronos a San Bartolomé y a la Virgen de las Nieves. Allí residió con su familia, entre los nobles caballeros calatravos de la mesa maestral y el cultivado ambiente intelectual que irradiaba la Universidad del Rosario, regentada desde 1574 por la Orden de Predicadores en el convento dominico de igual nombre, en todo su apogeo a mediados del siglo XVII.
Murió el 26 de octubre de 1666, estando en la plenitud de su carrera oficial y de su capacidad literaria. Esta es la transcripción de su partida de fallecimiento, según constaba en los Libros de Registro eclesiástico de la Parroquia de San Bartolomé (tomo I, folio 133): «Dn. Diego Sánchez Portocarrero del Orden de Santiago, natural de Molina de Aragón y vezino de Almagro, y parrochiano de Sant Bmé., murió en veinte y seis del mes de octubre de mil y seiscientos y sesenta y seis años, habiendo recibido los Santos Sacramentos, enterrose en el Convento de Santo Domingo en la capilla de los Garnicas. Hizo su testamento ante Manuel Sánchez Quesada excribano; dexó por su Alma mil y quinientas misas a disposición de los alvaceas, que con doña Antonia de Escovar su muger, don Gonzalo de Chaves y Orellana, del hábito de Calatrava y gobernador desta Villa y su partido; al Pro. Don Francisco Cavallero, Vicario de la Villa de Fuentes, y a don Gerónimo Arias de la Muela Cienfuegos, de la ciudad de Molina de Aragón. El maestro Joseph Abbad».

Comentarios y Opiniones

De nuestro personaje escribió don Antonio Moreno: "Gloríanse en su antigüedad las ciudades, por ser la antigüedad la principal excelencia que las ilustra y ennoblece. Tiene Molina el más venerable monumento de su antigüedad en ignorarse su fundador; porque teniendo el dios Jano abiertas las puertas de su templo en aquellos antiguos siglos, todos empuñaban la espada para ejecutar la más gloriosas hazañas, y ninguno la pluma para escribirlas. Hace 120 años, con corta diferencia, que quiso reparar éste olvido don Diego Sánchez Portocarrero... con la historia que dio a la luz de la antigüedad de este Noble y muy Leal Señorío, de la que sólo se imprimió la primera parte. No se imprimió la segunda, que prometía, porque deseando todo género de escritos un ánimo recogido y desembarazado, con el motivo de la guerra de Portugal por su levantamiento, pasó a Trujillo de orden de S. M. el señor don Felipe IV, por superintendente de la Casa de la Moneda, y con otros encargos, muy importantes, al Real Servicio.

Esta es la única historia que hay escrita, éste sólo historiador tiene Molina, pero hace por mucho este historiador solo. No envidie, no, a Roma su Tito Livio y Salustio; su Tucídides a Grecia ni su Paulo Emilio a la Francia, porque fue Portocarrero un Livio, pero sin voluntarias intenciones, un Salustio no innovador de voces, un Tucídides sin hipérbatos en sus enérgicas expresiones, y un Emilio sin supuestas arengas ni mentidos coloreos. Fue don Diego Sánchez Portocarrero un historiador de tan bello temple en su estilo que, huyendo de los vulgares desaliños, nunca se vistió con galas de poéticos adornos. Es admirable el orden con que teje la serie de los sucesos que refiere; aquella su juiciosa crítica con que discernió lo verdadero de lo falso sirvió en él reñida siempre con la credulidad, negligencia y mendacidad, vicios que en sentir de Séneca adulteran las historias. Fue, finalmente, Portocarrero historiador de su misma patria y refiriendo las cosas de su país, navegó la verdad con su pluma, sin tropezar en el escollo de la pasión, que es cuanto se puede decir. Por este conjunto de cualidades, que se halla en muy pocos escritores, don Nicolás Antonio, autor de la Biblioteca Hispana, colma de elogios y aplausos a éste historiador de Molina. A los desvelos, sudores y fatigas de éste escritor laborioso, que ni dejó archivos que no examinase, instrumentos auténticos que no viese, historias que no registrase, debe Molina su renacimiento porque, siendo historiador de sus hechos, resucitó el cadáver de las acciones de su patria, muerto por espacio de tantos años. Elogio es que, con otros muchos, da el autor don José Pellicer, cronista mayor de S.M. Sin embargo del trabajo que puso, no pudo descubrir quien fuere el fundador de su patria, siempre habla bajo los términos de presunción y conjeturas, hay algunas que verosímilmente permanecen, que Molón, capitán cartaginés y compañero de uno de los generales de los Barcinos, que ennobleció a Barcelona, le dio el nombre a Molina, si no es que en la opresión de los moros en que estuvo España lo tomase de Maramamolín o Muzlín, nombres a saber lo que es cierto, que antes de los moros se llamaba Manlia la que hoy Molina".

El historiador molinés del siglo XX, don José Sanz y Díaz, en su monografía sobre Sánchez Portocarrero incluye un epílogo en que califica a nuestro autor de forma bastante imparcial, sin dejar de lado la generosidad con que ha de tratarse a los paisanos. Dice de él que “Recogió con mejor voluntad que acierto cuanto pudo hallar en crónicas generales y particulares, se dejó guiar a veces por dudosos cronicones que en su época estaban muy en boga, introducidos por el falsario y fabulador Padre La Higuera, relatos loca­les, apuntaciones de curiosos paisanos y toda clase de documen­tos que trataran, en todo o en parte, del Señorío de Molina en los aspectos religioso, militar y civil. Fue el suyo un acarreo notable de materiales que han servido después, cribándolos en el arnero y los cedazos de la crítica y metodología modernas, para escribir la verdadera historia de nuestro territorio”. Con ello viene a decirnos Sanz y Díaz cuando debe él mismo a los libros, impresos o manuscritos, de don Diego Sánchez Portocarrero. Y añade: “Hoy no podemos exigirle más que lo hecho, máxime si tenemos en cuenta que su formación erudita era más bien endeble, aunque compensada con un rastreo vocacional intenso, insaciable, tanto en manuscritos como en libros editados, a la vez que mantenía trato y correspondencia con gentes eminentes de las letras contemporáneas, a las que solía dar más crédito que el merecido históricamente. Era el mal común de su época”.

Fray Toribio Minguella y Arnedo en el prólogo de su Historia de la Diócesis de Sigüenza y sus Obispos”, editada en 3 tomos en 1910-13, menosprecia con excesivo rigor a Diego Sánchez Portocarrero como historiador por haber aceptado los embustes de los falsos cronicones en 1645. Algo debía haber de cierto, ya que el molinés, en carta a Pellicer a 9 de julio de 1648, acusando recibo de un libro sobre San Orencio, le dice que don Pedro de Tapia, obispo de Sigüenza, estaba en Molina por esos días y se le quejaba de omisiones en su Nuevo Catálogo de los Obispos seguntinos. En ese libro empieza a describir la Diócesis e incluye parte de los términos que ocuparon arévacos, celtíberos, carpetanos y vetones. El primer obispo de Sigüenza que cita es Sergio Paulo, procónsul de Chipre, discípulo de San Pablo, dándole crédito a Dextro y otros supuestos cronistas apócrifos, acabando su Catálogo con el mentado don Pedro de Tapia.

El escudo heráldico de don Diego Sánchez Portocarrero 

Trátase de un escudo español, partido y semicortado. El primer cuartel presenta una campo escaqueado de plata y sable, propio del linaje Portocarrero, y sobre él una cruz de largos brazos. El segundo tiene dos cuadrúpedos, posiblemente lobos, andantes, diestrados, puestos en palo, que le corresponderían por su linaje materna; y en el tercero aparecen las dos calderas de los Herrera, también en palo, que traía la familia desde antiguo por lo que les tocaba de éste apellido y herencia en el mayorazgo que había fundado en Trujillo la señora Ana de Herrera, natural de Hinojosa. En el escusón, dos bandas y dos veros por el linaje de Hermosilla, que era el antiguo de su baronía y con muy notoria nobleza; Según Abánades, en ese escusón aparecerían cinco estrellas sobre un árbol con cinco cruces de San Andrés en la orla.
El escudo se timbra por una celada diestrada, con tres rejillas que la definirían como de hidalgo antiguo, y adornada de lambrequines de vistoso y pomposo plumaje que cuelga hacia los lados.
Añade la leyenda Nam vile quod aetas eruit (pues es vil lo que el tiempo destruye), que debe relacionarse con los pasajes de algunos Salmos y del Eclesiastés, citados al principio de su testamento.

La Historia del Señorío de Molina


En el cuarto centenario del nacimiento de este autor, don Diego Sánchez Portocarrero, y promovido por el Excmº Ayuntamiento de Molina de Aragón, siendo su alcalde don Pedro Herranz Martínez, hombre de letras y profesor, aparece editado como facsímil de su primera edición, la parte inicial de la gran obra escrita por Sánchez Portocarrero ofreciendo la historia del territorio en que naciera y viviera casi toda su vida.

Debe saberse que este historiador barroco pasó la vida reuniendo datos, tomando apuntes, y desarrollando con el mejor orden que pudo, la historia entera de la tierra molinesa. Su acúmulo de papeles, manuscritos, documentos y memorias debió ser enorme y hoy se considera perdida. Pero lo que sí sabe es que terminó, o al menos desarrolló de forma bien estructurada, una gran historia molinesa que sin embargo no pudo llegar a darse completa a la imprenta, principalmente por el costo económico de la operación, que no fue capaz de asumir ni el autor, ni el Concejo molinés, ni editor alguno.

Todavía joven, hacia 1640, tenía ya reunida tal cantidad de datos, especialmente eruditas anotaciones tomadas de los clásicos y no demasiado fiables cronicones, que se animó a dar a luz y poner en imprenta su Primera Parte de la Historia de Molina. Era entonces, como hemos visto, regidor de la villa y su tierra, y capitán de sus gentes de armas. Vivía a caballo entre Molina e Hinojosa, y llevaba una existencia plácida de lecturas, cábalas y escritos. Aunque no desesperaba de ver entera puesta en papel impreso su gran obra, decidió empezar a propagar su sabiduría mediante este libro, que finalmente salió a luz, impreso, en tamaño octavo, en 1641, gracias al impresor Diego García de la Carrera, de Madrid.

Como un adelanto de lo que contiene, podemos avanzar aquí que el autor escribe, tras la bella portada que luego comentaremos, una larga parrafada en honor y elogio del personaje a quien dedica la obra, se supone que benefactor y amigo suyo. Se trata de don Diego de Castrejón y Fonseca, obispo de Lugo, presidente del Consejo Supremo de Castilla, gobernador del arzobispado de Toledo, con entronques familiares en el Señorío de Molina, de lo que Sánchez Portocarrero se extiende en meticulosas averiguaciones.

Sigue, en un orden habitual para los libros de historia de la época, la censura del licenciado Andrés de Espizu, capitular del Cabildo Eclesiástico de Molina; la censura de Cristóbal de Toledo, regidor perpetuo de Molina; una carta del “Ayuntamiento del Noble y Muy Leal Señorío de Molina, escrita al Capitán D. Diego Sánchez Portocarrero, uno de sus regidores perpetuos, en julio de 1641”; la censura de D. José Pellicer de Tobar, cronista mayor del Rey; la licencia del vicario Lorenzo de Iturrizarra; la censura del licenciado Antonio de León, relator del Consejo Real de las Indias, quien dice del libro que es “obra de suma erudición y graves noticias...”; la Suma del Privilegio, por diez años, para su venta y difusión; la Tasa que firma Francisco de Arrieta por los Señores del Real Consejo; la Fe de Erratas y una Carta de Don Juan Francisco Fernández de Heredia al Autor.

Con un preámbulo de Sánchez Portocarrero titulado “A los que leen” se inicia el libro. Entre otras cosas, nos dice que “El lenguaje he procurado que sea el más propio de a Historia, con mayor atención a la claridad de la narración que a la alteza de las palabras”. Y tras ello, ya como portada de la obra, el texto que sigue, definitorio de lo que pretende: “Antigüedad del Noble y Muy Leal Señorío de Molina, título de los Reyes de Castilla con la lista Real de los Príncipes y Reyes sus Señores. Que escribió don Diego Sanchez Portocarrero, su regidor perpetuo, capitán y caudillo de sus Gentes de Guerra Antiguo, por su Majestad Católica”.

La portada que preside el libro es un grabado sobre plancha de cobre, con ilustraciones y una tipografía muy característica del siglo XVII, de gran belleza, creatividad y os­tentación. La portada está presidida por un escudo perteneciente a don Diego de Castrejón y Fonseca, obispo de Lugo, por lo que va timbrado con los símbolos de la dignidad episcopal, y la leyenda utroque gladio (con una y otra espada); debajo aparece otro escudo, el del cabildo eclesiástico molinés, de forma ovalada, con un jarrón de dos asas curvas del que surgen tres azucenas, y rodeado de la leyenda: sicut lilium, alusivo a persona o cosa especialmente calificada por su pureza o blancura.

También ofrece esta portada grabado el escudo del Señorío de Molina, timbrado de corona ducal, con un brazo armado sosteniendo entre los dedos índice y pulgar un anillo de oro, símbolo de la llamada “Concordia de Zafra” (1222), por la que el Señorío quedaba ligado ya para siempre a la corona de Castilla. Añade otra leyenda, que dice: Brachium Domini confortavit me (el brazo del Señor me ha consolado; y a su lado aparece aún otro escudo, este el de la ciudad de Molina, de corona sencilla, partido en dos, con una rueda de molino en cada una de sus partes, y la leyenda: Contrivit fines forum (el foro ha roto los límites), que se nos hace difícil de interpretar, y en la que quizás Sánchez Portocarrero quiso sintetizar lo que la villa de Molina en ese momento representaba para su entorno, y es que como la rueda del molino rompe los granos que la rodean, así hizo Molina a los que se la opusieron, en tiempos antiguos, y según leyendas. El mismo Sánchez Portocarrero así lo explica: “son... las ruedas el valor y la constancia con que quebrantó Molina a los que se le opusieron o la invadieron, como suele la rueda de molino con los granos que intentan cercarla, o impedir su progreso por lo qual puse yo por mote deste escudo en la primera parte desta Historia".

Detrás de esta portada y textos iniciales, aparece el contenido del libro, denso y un tanto árido para el lector del siglo XXI, pero con un indudable gancho para cuantos gustan de analizar la historia, los viejos tratados, las fuentes originales. El capítulo primero se titula “Antigüedad de las Ciudades. Prerrogativa grande. Ejemplos que verifican esta proposición”, y sigue el segundo capítulo con el título “Presunción de antiguas Naciones Pobladoras de Molina; grandiosidad de su origen, probado en fuentes legendarias y falsas”. Largas disgresiones sobre Alce, Segóbriga, Ercávica, Cástulo... mientras que al final Sánchez Portocarrero apuesta por Ercávica romana como antecedente y segura localización de Molina. De ahí que luego ponga entre las páginas del libro un precioso plano, en el que esta ciudad la identifica con la actual Molina.

Así prosigue hasta el capítulo diez, pasando en el once a elucubrar sobre nombres, mártires y restos romanos por el Señorío. En el 13 habla de las minas molinesas, y en el catorce del inicio del cristianismo por estas tierras. Hasta la página 198 llega hablando de los visigodos y de los concilios de la iglesia toledana. Pasando luego, lo que queda de libro, a relacionar capítulo por capítulo todos los reyes que ha tenido Castilla hasta que en el siglo XII surge el señorío molinés comandado por los Lara, estudiando a don Manrique en primer lugar, y siguiendo por sus sucesores, hasta doña María que al casar con Sancho IV hace que pase el territorio a manos de los Reyes. Los enumera y alaba, hasta llegar al monarca en ese momento reinante, Felipe IV.

Este es, pues, el contenido de este libro que ahora se ofrece y que reproduce en formato facsimilar la primera edición de esta primera parte de la Historia del Señorío de Molina.

Su autor, don Diego Sánchez Portocarrero, terminó la segunda, que quedó manuscrita y, aparte sus propios papeles, hoy perdidos, pasada a limpio por ejemplar amanuenses, quedando posiblemente en poder de la Corona, por lo que pasó finalmente a la Biblioteca Nacional, que hoy la custodia, en tres gruesos tomos, en su sección de Manuscritos.

La segunda parte de la “Historia de Molina” de Sánchez Portocarrero es, si cabe, más interesante que la primera. Mucho más interesante, sin duda. Porque ofrece, visto con los ojos de un contemporáneo, todo lo que ocurre y la situación en que viven los pueblos del Señorío, entonces, como hoy, unos ochenta, pero restallantes de vecinos, de nobles hidalgos, de poderosos ganaderos, de cientos de empresarios, de artesanos buenos... era así como estaba constituido el pueblo de Molina a mediados del siglo XVII: “Compónese la República de muchos caballeros e hidalgos de ilustres familias... tiene Molina también muchos mercaderes y hombres de negocios, y tratos, muy ricos, mucho número de oficiales y artífices de todos géneros... hay antiguos y gruesos mayorazgos”. En su libro, va desgranando don Diego los nombres y ocupaciones de sus amigos, de sus vecinos, de las gentes con quien habla y trata, de los que escriben y mandan.... así surge un retablo vívido de la sociedad de su tiempo. Aparecen don Juan Baptista Pineiro, su médico, el doctor Castillo, don Martín Fernández Enciso, alguacil mayor, don Fernan Ruiz de Villegas, corregidor, máxima autoridad real en Molina, muy amigo suyo. Y además la monja clarisa Juana Ballesteros, don Blas González, capitán del Cabildo de San Sebastián o de Ballesteros, entonces en auge, don Juan de Montesinos, clérigo, don Martín Malo de Heredia, don Pedro Cejudo, capitán en Flandes, don Juan Francisco Andrés de Uztarroz, también historiador, íntimo suyo...

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Ver la Antigüedad del Noble y Muy Leal Señorío de Molina

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aache@telefonica.net - abril 01, 2007