El padre Manuel Sanz, monje jerónimo José Serrano Belinchón / Nueva Alcarria, 5 julio 2002 De
la larga lista de guadalajareños ilustres, pero un poco perdido entre la
neblina del anonimato,
podemos encontrar a este hombre de bien que, según sus biógrafos,
nació en el pueblecito de Sotodosos el último día del año 1887. Su
primer nombre fue el de Silvestre, en honor al santo del día en que nació,
nombre que sus padres cambiarían por el de
Manuel el día de su confirmación. Una vida inquieta la de este
hombre, dinámica, imparable, una vida de servicio en ocupaciones tan
dispares como la de ferroviario, empleado de banca, y monje de la Orden Jerónima,
hoy en proceso de beatificación y canonización como santo de la
Iglesia. Una sencilla biografía impresa de este paisano ilustre, obsequio
generoso de las religiosas de clausura del monasterio de Yunquera, me
obliga en justicia a hablar de él a las gentes de su tierra como
personaje nada común, producto humano de esa Guadalajara de siempre a la
que antes nos referimos. Se
educó siendo niño con un tío suyo, hermano de su madre y párroco de
Coscurita en la provincia de Soria, quien pensó llevar a Manuel por los
caminos del sacerdocio, pero los trenes que pasaban a diario por el pueblo
y el ambiente del ferrocarril, parece ser que le torcieron su primera vocación,
a lo que su tío, respetuoso con la libertad del chiquillo, accedió
gustoso. Allí en Coscurita hizo sus primeras prácticas ferroviarias, y
allí recibió la Confirmación de manos del obispo de Sigüenza
fray Toribio Minguella, momento que el niño y su familia aprovecharon
para cambiarle de nombre, como ya se ha dicho. En
1903 ingresó previo examen en la Compañía de Ferrocarriles de Madrid
a Zaragoza y Alicante, llegando a alcanzar por su aprovechamiento e ilusión
en el oficio, el puesto de factor en la estación de La Roda (Albacete),
para pasar poco después a las oficinas centrales de Madrid en la
calle Pacífico, donde prestaría sus servicios hasta 1918, año
aquel en el que presentó su dimisión en la Compañía
para ingresar en el Banco London Cuntis Lda., donde pensó tendría mejor
porvenir pensando en el futuro, como así fue; pues no tardaría mucho en
ocupar el cargo de director del Banco Rural en la madrileña calle de
Alcalá. Allí estuvo varios años, compartiendo su quehacer como hombre
de banca con el apostolado en aquel Madrid de los años veinte, hasta que
aquella primera vocación de niño que había brotado en él en Sotodosos,
volvió a aparecer con mayor fuerza e ímpetu en plena madurez y de forma
irresistible. Con mil vicisitudes que pasaremos por alto, ingresaría en
el monasterio segoviano de la Orden Jerónima
de El Parral en el año 1925. Antes
había servido, empujado por las inquietudes a las que le llevaba su fe,
en la Adoración Nocturna, se había planteado su vocación seriamente con
repetidas visitas a altos representantes de la Jerarquía, incluso
teniendo contactos con alguna otra orden religiosa más, como la de los
Jesuitas, por ejemplo. Pasó por el seminario, donde recibió las debidas
órdenes y haciendo profesión de votos solemnes en 1920. Años de gozo
en el monasterio de El Parral, del que los monjes jerónimos
tomarían el gobierno poco después, y luego... la República,
la persecución religiosa, la quema de conventos, una grave enfermedad que
le retiene en Madrid para recuperarse, un intento inútil para consolidar
la restauración de la Orden dado el momento y la situación, y después
la muerte. La
muerte del Padre Manuel Sanz, como es fácil suponer, fue precedida de una
persecución previa, de varios traslados de un sitio a otro escondiéndose
de quienes pensaban que asesinando a sacerdotes y religiosos se arreglarían
los graves problemas del país, de un ingreso en la Cárcel Modelo, para
ser fusilado una madrugada del mes de noviembre de 1936, y enterrado con
otros muchos compañeros de martirio dentro de un foso común en aquellas
masacres colectivas que tuvieron lugar en Paracuellos del Jarama, de tan
nefasto recuerdo y de los que, unos por una razón y otros por otra, todos
nos tenemos
que arrepentir. Las
guerras siempre traen cosas como éstas. Son las verdaderas manchas negras
en la historia de los pueblos, y el nuestro a través de los siglos es de
los que más saben de guerras, ha sufrido con demasiada frecuencia los
resultados crueles de la sinrazón, del odio desmedido entre los hombres,
más duro y sanguinario cuanto más próximo. [Panel de Alcarreños Distinguidos - Página Principal]© Panel mantenido por A. Herrera Casado - Guadalajara |
||