Salmerón
Desde las altas mesetas que por el norte cierran el amplio valle del río Guadiela van descendiendo arroyos entre los que destaca el de Valmedina, en cuya orilla derecha, y sobre un otero, asienta el pueblo de Salmerón. Las mesetas son el último reducto de gran planicie elevada que muestra la comarca de la Alcarria de Guadalajara. Su caída hacia el Guadiela se hace con manchas densas de sabinares y carrascales, y algunos olivos y viñedos en las partes bajas. Salmerón es pueblo grande, de aspecto pulcro, muy bien cuidado y urbanizado, con vida activa y medida en su ambiente rural.
Su historia es común a los otros pueblos y lugares que conforman la «Hoya del Infantado», de los que sobresalen Alcocer, Valdeolivas y el propio Salmerón. Tras la reconquista de la comarca, en la segunda mitad del siglo XII, cuando las fuerzas cristianas de Alfonso VIII arrinconaban progresivamente a los árabes hacia Cuenca, esta zona quedó incluida en la Tierra y Común de Huete. Pasó de ser señorío real, a propiedad particular cuando, mediado el siglo XIII, Alfonso X el Sabio, entregó el señorío de los pueblos de la «hoya» de Cifuentes, Viana, etc., a doña Mayor Guillén de Guzmán. De esta pasó a su hija doña Beatriz, reina de Portugal, y a la hija de ésta, la infanta doña Blanca, quien acabó vendiéndoselo a don Juan Manuel. Este infante, a comienzos del siglo XIV, levantó junto a Salmerón un fuerte castillo, en el que vivió y terminó de escribir su conocido libro «El Conde Lucanor». De este pasó al infante don Pedro, marqués de Villena y conde de Denia, a quien se lo compró don Micer Gómez de Albornoz en la segunda mitad del siglo XIV. Sucedió en el señorío don Juan de Albornoz, y a éste su hija doña María de Albornoz, la cual casó con don Enrique de Villena el Nigromántico, quien en el castillo de Cifuentes durante largos años se dedicó a escribir libros de extrañas temáticas astrológicas. María de Albornoz lo donó a su primo el condestable don Álvaro de Luna, mediado el siglo XV. Al Condestable le heredó su hijo don Juan, menor de edad, y a éste se lo quitó el rey Enrique IV para entregárselo, en 1471, a don Diego Hurtado de Mendoza, segundo marqués de Santillana, a quien en 1475 hicieron los Reyes Católicos primer duque del Infantado. En poder de esta familia prosiguió durante las siguientes centurias.
En Salmerón destacan, por una parte, el noble ámbito de su plaza mayor, en una de cuyas vertientes se alza el ábside de la iglesia; en otro costado el Ayuntamiento, edificio del siglo XVIII con soportales, que muestran en su fachada grabadas curiosas frases o arengas moralizantes, además de un par de escudos con leones rampantes. El resto de la plaza con casas típicas alcarreñas, que abundan por el resto del pueblo, con soportales y limpios enfoscados. Varias casonas nobiliarias se reparten por el caserío, algunas con escudos tallados; otras con fachada de sillería y portones adovelados, todas interesantes muestras de construcción civil de los siglos XVI al XVIII. En la calle Mayor vemos un caserón de sillares de gran empaque. donde estuvieron situadas las antiguas escuelas. Se le denomina El Pósito y Casa de la Inquisición. Es este uno de los edificios más antiguos del pueblo, y a lo largo de su existencia ha servido como cárcel, pósito municipal y Casa Consistorial. Tiene un portón de arco semicircular adovelado y cuatro grandes ventanales en el piso superior.
La iglesia parroquial es un enorme edificio de sillería que muestra al exterior tres portadas. La meridional es severamente clasicista, mientras que la del muro occidental presenta un estilo plateresco popular con múltiple arcada semicircular, en algunos de cuyos arcos se inscriben rosetas, y bustos de apóstoles, con cruz de Calatrava en la clave. La portada del norte, mal tapada por una valla, presenta una línea renacentista más purista, adornando sus enjutas con un par de escudos. El interior es de aspecto noble y de limpia arquitectura renacentista, con algunos retablos interesantes.
Del antiguo castillo de don Juan Manuel, que construyó en el siglo XIV junto al pueblo, ya nada queda si no es el recuerdo. Estuvo situado en un oteruelo al sur del pueblo, donde hoy está el cementerio. Cerca también de Salmerón, existió hasta el siglo XVIII otro castillo que llamaron de «Alvar Fáñez», del que tampoco quedan restos.
También en el mismo arroyo de Valmedina, antes de llegar a Salmerón, y al pie de alta sierra que se ondula en la caída de la meseta hacia el Guadiela, se ve la abierta ermita de Nuestra Señora del Puerto, situada aguas debajo de donde hasta hace unos años estuvieron las ruinas de lo que fue convento de frailes agustinos de Nuestra Señora del Puerto. En ese monasterio se impartieron enseñanzas de artes y gramática, y acabó su vida con la Desamortización. La leyenda dice que fue fundado por alto dignatario de la corte de Alfonso XI, don Gil Martínez, a quien le salió en este paraje, estrecho «puerto» para la imaginación popular, una gran sierpe a la que venció invocando a la Virgen María y prometiendo erigir en aquel lugar un monasterio. Hoy queda viva la devoción a esta Virgen del Puerto en la pequeña ermita que está junto a la carretera que conduce al pueblo.
Es sumamente interesante el libro escrito por la profesora Pilar Hualde Pascual: «Historia del Convento de Agustinos de Santa María del Puerto de Salmerón», Aache Ediciones. Guadalajara, 2009. 144 páginas, muchas ilustraciones, en el que se narra al detalle la historia, patrimonio, leyendas y datos sobre esta antigua institución monástica.
En otra publicación aparece referida la historia de este Santuario de Santa María del Puerto. Es en el manuscrito de Baltasar Porreño: «Santuarios del Obispado de Cuenca y personas ilustres en santidad que en él ha habido», en edición sobre CD, con estudio introductorio y biográfico del autor de Pilar Hualde Pascual. Aache Ediciones. Guadalajara, 2015. 480 páginas en formato PDF sobre CD.