El libro de García Marquina que nos conduce por el camino del eterno viaje de Cela. 

El infante don Juan Manuel
(Escalona, Toledo, 1282 - Córdoba, 1348)

Nacido en Escalona,
desarrolló su vida a lo largo de la ancha Castilla.
Especialmente fue activo en la tierra de Guadalajara,
teniendo la posesión de los castillos de Cifuentes, Trillo, Galve de Sorbe, etc.

Uno de los más interesantes estudios que existen
sobre este personaje es el de A. Herrera Casado
sobre "El Estado itinerante de don Juan Manuel"
publicado en el Tomo II de las Actas del I Congreso Internacional
de Caminería Hispánica
.

Don Juan Manuel, su época y El Conde Lucanor

de la edición de El Conde Lucanor, de Taurus, Madrid 1970
Introducción por Jesús Lizano

Don Juan Manuel, escritor y político

Don Juan Manuel, no cabe duda, tenía una gran personalidad. Claro que el oficio de los nobles consistía casi exclusivamente en culti­var su personalidad, pero eso no obsta para considerar su talento, ya que no todos los que pueden cultivarla lo logran, precisamente. Don Juan Manuel es un intelectual, un hombre cultivado, no es un simple guerrero. Pero no debemos llevarnos a engaño con su humanismo es un humanismo mental. Es, en realidad. un hombre de mundo, que milita, intriga y escribe y vive «como un señor». Era un pragma­tista (un pragmatista ingenuo, claro está) y lo que hoy llamamos un reaccionario, lo cual se demuestra en sus mismos cuentos. En ningún momento está presente la lucha, el conflicto real de nuestro vivir, un estudio profundo de las causas de los «males» de la sociedad; él, por supuesto, no ve la sociedad, sino los individuos, y así, sus cuentos son todo abstracciones, idealizaciones, subjetivismos disfrazados de observaciones objetivas (como son todos los cuentos). El pragmatismo flota por todos ellos, el culto a la personalidad, una concepción idealista del mundo, inconsciente de su propio devenir. Escribía sus cuentos para un pueblo imaginario, porque él era, al mismo tiempo, un rey imaginario. Empleaba sus horas de solaz con estas aventuras mentales, mientras, afuera, en la realidad, en la cruda batalla por subsistir, los hombres de carne y hueso no comprendían nada. Su pretendida intención «moralizante» era, por tanto, inútil y lo es más todavía para nosotros que no podemos leer su libro, sino desde un punto de vista lingüístico. En realidad era un desconocedor del ser humano y de su realidad. Y mal podía conocerla según la vida que llevaban por aquel entonces los Caballeros.

El Infante nació en Escalona (Toledo) en el año 1282, y era hijo del Infante Don Manuel, hermano del rey Alfonso X, heredando de su padre el cargo de Adelantado de Murcia. En 1294, reinando su primo Sancho IV El Bravo, comienza su vida de relación en la Corte, interviniendo poco a poco en las intrigas políticas entre Castilla y Aragón. En 1299, casa con Doña Isabel, Infanta de Mallorca, la cual muere al poco tiempo, casándose de nuevo el Infante, en 1311, con Doña Constanza de Aragón, hija de Jaime II. Siguen sus andanzas políticas y en 1327 capitanea un levantamiento contra el propio rey, aunque no tarda en lle­gar la paz entre ambos caballeros, enviudando de nuevo el Infante y volviéndose a casar, esta vez con Doña Blanca Núñez. En 1343 interviene en la batalla de Algeciras junto a Alfonso XI y entra vencedor en ella. Por fin, hacia 1345, se retira del mundanal ruido (para ser uno de los pocos sabios que en el mundo han sido) y muere, en la paz del Señor, en 1348.

Las obras más importantes del Infante Don Juan Manuel son: Libro de Caballería (escrito en 1325); Libro del Caballero y del Escudero (escrito en 1326); Libro de los Estados (que data de 1330); la Crónica abreviada, el Libro de los Sabios, el Libro del Infante, la Crónica cumplida, el Libro de la Caza y el Libro sobre la Fe, además de El Conde Lucanor. Algunos sostienen que la Crónica cumplida no es del Infante y que la Crónica abreviada viene a ser una síntesis de la Crónica General, dirigida por Alfonso X. En el Libro del Caballero y del Escudero trata de compendiar los conocimientos de entonces sobre Teología, Astronomía y Cien­cias Naturales, inspirándose en las Etimologías de San Isidoro y en las obras de Alfonso X, así como en las de Vicente de Beauvais. También en esta obra influye el famoso libro Del ordre de cavayleria, de Ramón Llull. Después de su libro más famoso, quizá sea el Libro de los Estados el más interesante, en el cual revisa a la sociedad española del siglo XIII y en el que un hombre de piadosas costumbres, llamado Lulio, convierte al cristianismo a los personajes de la obra.

La época de don Juan Manuel

Por aquellos tiempos las discordias políti­cas entre Castilla y Aragón (cuando Aragón tenía su personalidad, que no se sabe bien en qué consistía) prenden la atención de todos los caballeros y la vida del Infante está llena de estos episodios. Por aquella época (el In­fante era nieto de Fernando III, a quien la Iglesia Católica tiene entre sus santos) el Papa tenía su corte pontificia en Avignon, comen­zaba la guerra de los «Cien años» y tiene lugar la Gran Peste (1347), el auge de las ferias de Medina del Campo; se pierde Gibraltar (1333), nacen Petrarca y Bocaccio (1304 y 1313), el Arcipreste escribe su libro «del buen amor»; el siervo de la gleba va dejando paso al arte­sano, al naciente burgués (que entonces será revolucionario); el cristianismo militante va alcanzando sus notas más impresionantes, la economía del mercado surge... Es una época de «inflación y déficit permanente de la ba­lanza comercial», época en la que nace la famosa Mesta (algo así como una mafia ganadera), época en la que los reyes cristianos tienen que pedir prestado dinero a banqueros judíos; época en la que, según convenía, se aceleraba la «reconquista» o se dejaba paralizada... La Edad Media se dirigía hacia su fin, pero no hacia el fin de sus consecuencias...

El Conde Lucanor

El Conde Lucanor o Libro de los ejemplos  o Libro de Patronio es la obra no sólo de un escritor, sino de un militar y de un político. Es, además, la obra de un noble y la obra de un cristiano. Pero, sobre todo, es la obra de un Infante que no llegó a reinar. Si El Conde Lucanor es la obra más representativa de Don Juan Manuel, y por la que ha pasado en realidad a la historia de la literatura, es debido, principalmente, a que en ella trata con rara astucia, entre, consciente e inconsciente (como siempre ocurre en estos casos) de cumplir de alguna manera sus reprimidos deseos de gobernar dando buenos consejos a unos hipotéticos súbditos. Y de que Don Juan Manuel hubiera querido gobernar no puede dudar nadie sabiendo que era político, militar, noble, Infante y cristiano (y, por tanto, seguro de que el poder viene de Dios; a los nobles, naturalmente) Lucanor, el Conde, es, en realidad, Don Juan Manuel, y Patronio viene a ser una especie de primer ministro, de consejero real, de valido o privado, del que gobierna «en la som­bra», o de representante de algún grupo de presión.

El sistema que utiliza no carece de concreción y de cierta objetividad literaria, de cierto contrapunto, que hace de El Conde Lucanor una obra bien trabada, propia para leer fragmentariamente y, de cuando en cuando, co­mentando en voz alta sus ingenios. Mucho se ha dicho, además, de la originalidad del estilo y de la contribución a la creación del castellano de esta obra. Y ése puede ser, quizá, su mérito más destacado. El lenguaje es algo capital en nuestro vivir. Sin lenguaje, sin términos, no podríamos seguir desarrollando nues­tro conocimiento. De este libro puede decirse, como de tantos, que lo valioso no es la letra sino la música (y ya es mucho!).

El Conde va ofreciendo al consejo de Pa­tronio problemas que éste soluciona contando una historia como ejemplo de aquello que preocupa al Conde, y el Conde encuentra dig­no de escribirse indeleblemente lo que dice Patronio, delegarnos unas tablas que recogen la experiencia del «consejero» y la sabiduría del «rey». Algunos de estos cuentos "o ejemplos" se han hecho famosos, gracias a ellos mismos o a adaptaciones posteriores: el cuen­to de la lechera, el del sabio pobre (que luego Calderón tenía que inmortalizar en una céle­bre espínela, siguiendo fiel a su concepción del mundo reaccionaria: La vida es sueño, El gran teatro del mundo, etc.); el tiernísimo de un padre con su hijo y un burrito, uno de los cuentos más deliciosos que se conocen y que da lugar a una serie de meditaciones objeti­vas acerca de nuestro subjetivismo. Alguno hay que viene a ser como un precedente de

obras posteriores, como el cuento número VII de nuestra edición, que es un claro precedente del Retablo de las maravillas, de Cervantes. Otros, en cambio, son menos poéticos y contienen mayor carga «moralizante» (y éstos parecen los más originales del Infante), como los que tratan del honor, de la docilidad que conviene a la mujer casada (de la sumisión, por supuesto), del triunfo del bien sobre el mal (y de los «buenos» sobre los «malos», por consiguiente), así como un repaso de las virtudes y vicios de la época para no ser menos. Otros temas son entre históricos y legendarios, como los que tratan de Fernán González o de los amores del poeta y rey Almutamid con la sultana Romaiquia, etc. Hay en el libro elementos que corresponden a la tradición oriental en España (la Disciplina Clericales, del converso Pedro Alfonso; el Calila e Dimna, de Alfonso X, y la versión del mismo de Barlaam y Josafat (versión de la leyenda de Buda), así como restos de la lírica derivada de los «zéjeles» con temas de los antiguos musulmanes es­pañoles, lo que significa el acompañamiento de voces árabes de uso común.

Hay otros elementos de origen clásico (del padre del cuento, Esopo), de la historia fran­cesa o de las famosas Cruzadas: Hay, también, derivaciones de la Sagrada Escritura (sobre todo del Eclesiastés y del Evangelio). Fedro influye también en el Infante y en sus derivaciones medievales (Gesta Romanorum), de don­de se sabe que los predicadores obtenían manantial inspirador. Una de las cualidades más brillantes es la ingenuidad y el gracejo de algunos personajes, por obra y gracia del len­guaje, los cuales forman un retablo vivo de tipos humanos, difuminados y condicionados por la intención paternalista, pero auténticas creaciones literarias, o en otros casos, como hemos visto, buenas transcripciones de otros autores. Contiene el libro frases y palabras graciosísimas; sólo por esto valdría la pena leer en voz alta este libro: palabras poéticas v llenas de vitalidad.

Esta prosa, en efecto, supera con mucho a la de las obras legislativas (Fuero Juzgo e, incluso, las Partidas) y de otros libros (Libro del Saber de Astronomía). Puede decirse que hace castellanos todos esos cuentos de tan diversa procedencia, siempre merced al lenguaje.

Finalmente, en cuanto al capítulo de influencias, cabe añadir la que ejerció sobre el Infante, Don Jaime de Xérica, magnate de Aragón, contribuyendo a modificar su estilo, heredado de las obras anteriores, sobre todo del Rey Sabio.

También merecen destacarse las diferencias señaladas por algunos tratadistas literarios entre los cuentos de El Conde Lucanor y las de El Decamerón, señalando a los primeros como idealistas y a los segundos como materialistas. Por supuesto que esta clasificación es harto ingenua v proviene de viejas concepciones ya muy superadas. E1 materialismo ha venido identificándose con ideas y sentimientos poco nobles y elevados (los solapados en el idealismo...) en contra del idealismo que ha venido representando todo lo bueno. Célebre, y también superada, es la comparación entre el idealismo de Don Quijote y el materialismo de Sancho Panza, idealistas los dos... (piénsese en Dulcinea y Barataria). La comparación entre El Decamerón y El Conde Lucanor la creo un poco forzada. Sería mejor hablar del realismo de El Decamerót2 y del idealismo de

El Conde Lucanor, aunque en muchos cuentos de este último libro aparece un realismo muy castellano (piénsese en el cuento del padre y del hijo) y en algunos pasajes de El Decamerón, por imperativo de la época, se da paso a diversos aspectos idealistas. Fuera de lugar, por otra parte, el querer dignificar los cuentos de El Conde Lucanor por su «moralidad» en contraposición de los cuento de Bocaccio, procaces y obscenos. Bocaccio pinta la vida tal como es, al menos en uno de sus aspectos, y no sin cierta exageración literaria, algo comprensible, y el Infante, intimista, subjetivista, escribe un libro como resultado de sus represiones. E1 libro de Bocaccio, salvadas las agudezas de su forma, me parece un libro mil veces más moral que el libro de Don Juan Manuel, pues así como el primero es un canto a la vida abierta y llena de esperanza, el segundo es una solapada canción a la falsa prudencia, al individualismo, a considerar la vida estática, al paternalismo y a la huida de la realidad objetiva. Lo que hoy constituiría un libro de «evasión».

El idealismo y el materialismo son dos concepciones del mundo, en pugna desde siempre (toda la historia de la Filosofía es su historia) v en este sentido sí que cabe situar al Infante en el idealismo y a Bocaccio, aunque con algunos reparos, en el materialismo. Bocaccio desemboca en la comprensión de la realidad objetiva. Juan Manuel en todas las formas de «evasión» conocidas.

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