La fórmula literaria de este libro es sencilla, antigua y efectiva: narra el autor su paso por ciudades y pueblos, y va describiendo con claridad lo que ve, señalando con quien habla, incluso reproduciendo sus diálogos, de tal modo que el libro no solo es narrativo, sino vivencial. Al llegar a cada albergue fin de ruta, el autor/viajero se entretiene en leer fragmentos sucesivos del libro que le va a servir de guía y búsqueda, un relato histórico sobre el Obispo Prisciliano, que busca saber los orígenes de este santo emérito, y la posibilidad de que fueran sus restos los que se encontraran en el sepulcro pétreo del Campo de la Estrella.
Esa guía de antiguos pergaminos, y el rastro por senderos, viñedos altos y pueblos grises, es la que sigue Yela en este libro. Cuajado de amistades, de descubrimientos, de sufrimientos a veces, y de alegrías. Como todo libro viajero, entretiene al lector y le anima a emprender el viaje (que puede ser el mejor de su vida, porque todos son así, prometedores).