El castillo de Calatrava la Nueva

Situación de la fortaleza

En un valle amplio que dará sus aguas al Jándula, a escasas leguas al sur de Almagro, se encuentran, casi frente a frente, cada cual en uno de los márgenes de la arroyada, los legendarios castillos manchegos de Salvatierra y de Calatrava. La historia del primero está íntimamente ligada al segundo, y éste al de Calatrava la Vieja, el origen de esta sublime historia de caballeros y cruzadas que aquí, en tierras de la Mancha ciudarealeña, tuvo su inicio y su declive.

Calatrava la vieja 

Se hace preciso recordar, la existencia de Calatrava la Vieja, ciudad situada en la orilla misma del río Guadiana, entre juncales y viñas, al norte de Ciudad Real, río abajo de Daimiel, en un lugar de encuentro de diversos arroyos y múltiples caminos, utilizados desde la remota antigüedad romana, y que luego fué tomada y fortificada por los árabes, que durante la época del califato llegaron a tener en ella (era la clásica Qal’at Rabah de las crónicas andalusíes), un punto de población denso y un lugar de vigilancia fortificado, que tras la toma de Toledo por los castellanos en 1085, tomó el papel de avanzadilla del Islam frente a la Castilla cristiana.
Esta antigua Calatrava sobre la línea del Guadiana sirvió de cabeza de puente a los almorávides para combatir conti­nuamente al nuevo reino cristiano de Toledo. En ocasiones las razzias musulmanas alcanzaron enclaves importantes del reino cristiano de Toledo. Debido a éllas, la reacción de Alfonso VII se hizo contundente, y tras una campaña perseverante y bien calculada, que alcanzó a conquistar Córdoba en 1146, aunque por pocos meses, llevó a la definitiva toma de Calatrava en 1147. A partir de ese momento, se fortificó el lugar, transformando en iglesias sus mezquitas, y siendo entregada la capital posición por Alfonso VII a la Orden del Temple.

La historia del lugar

Pero la suerte de Calatrava no permaneció segura por mucho tiempo. Sabiendo el mundo árabe lo que esa posición estra­tégica sobre el foso húmedo del Guadiana significaba para el control de las comunicaciones en el centro de la península, batallaron sobre élla los almohades, amenazándola en 1157 de tal manera que los templarios acudieron a pedir ayuda a Toledo, al rey Sancho III. Allí se fraguó el nacimiento de una nueva Orden militar, netamente española, al mandado de Raimundo de Fitero y Diego de Velazquez, quienes enseguida secundados por numerosos caballeros castellanos, formaron la Orden que recibió del monarca, como primera donación, la fortaleza de Calatrava, tomando de élla su tradicional nombre. Era el año 1158. La defen­sa de la villa y castillo calatravo fue efectiva durante algunos años, pero tras la derrota de Alfonso VIII en Alarcos, en 1195, Calatrava fue abandonada por los cristianos.
Tres años después, en 1198, los caballeros calatravos, en un golpe de mano heroico, conquistaban el castillo de Salvatierra, una fuerte posición almohade. Su defensa, también heroica, se mantuvo unos años, hasta 1211, en que la sitió, con un poderoso ejército, el califa almohade Muhammad ben Ya’qub al‑ Nasir, quien finalmente obligó a los calatravos a rendirse, trasladando los supervivientes su núcleo vital y la sede maestral al castillo de Zorita de los Canes, sobre el Tajo.
Ese empuje almohade fue la chispa que llevó a Alfonso VIII a decidir la revancha definitiva. Coaligados todos los reinos crsitianos peninsulares, con el apoyo del Papado y los ejércitos de muchos otros estados europeos, un ejército imparable penetró desde Toledo, por la Mancha, tomando todas las plazas que encontraban a su paso, y presentando finalmente la gran batalla al ejército almohade, un 16 de julio de 1212, en las Navas de Tolosa, en las vertientes meridionales de Sierra Morena. El triunfo de las armas cristianas selló definitivamente el dominio de Castilla sobre los territorios manchegos.
Calatrava la Vieja fue nuevamente pertrechada y prote­gida por el rey y el arzobispo toledano don Rodrigo Jimenez de Rada. Pero lo insano del lugar, entre aguas y lagunas de lento cauce, y la pérdida de la importancia estratégica de la zona, hizo que en 1217 se decidiera, entre el rey y el maestre de la Orden, situar en un nuevo emplazamiento la casa matriz calatrava.

El castillo en la atalaya

Se eligió para ello el mencionado valle donde ya se encontraba el antiguo castro de Salvatierra, vigilando un paso muy frecuentado hacia Andalucía. Sobre las mínimas ruinas de un antiguo castillo llamado de Dios o de las Dueñas, y en muy poco tiempo, se inició en 1217 la construcción de la gran alcazaba de Calatrava la Nueva, en la que muy pronto pasaron a residir los maestres y gran número de caballeros, que desde esta atalaya manchega gobernaban sus estados cada vez más numerosos y densos. Aquí se continuaron celebrando los Capítulos generales de la Orden, e incluso los Reyes Católicos, Carlos I y Felipe II pasa­ron algunas temporadas alojados entre sus muros.

Sin embargo, a partir del reinado de Alfonso XI, la orden calatrava trasladó su sede central, aunque no oficial, a la ciudad de Almagro, en la que levantaron un magnífico palacio. Allí tuvieron su capitalidad real, mientras que el Sacro Convento, fortaleza representativa e impre­sionante, fue su sede oficial, el emblema de sus antiguas tradiciones.
Durante los siglos modernos, mantenido siempre con cariño por los caballeros calatravos, el castillo del Sacro Convento fue uno de los lugares hispánicos donde con más densidad se podían admirar las reliquias de un pasado glorioso: en los palacios, los salones, el templo, los aposentos y recintos varios de la fortaleza, aparecían un sinfin de joyas del arte medieval, sepulcros de maestres, pergaminos, muebles y obras de arte que debían ofrecer un espectáculo inigualable.
Todo ello, inexplicablemente, fue definitivamente aban­donado a comienzos del siglo XIX. Los freiles calatravos, trasla­dados a Almagro hacía tiempo, seguían cuidando la fortaleza. Pero en 1826, y dados los tiempos que corrían, decidieron no solo abandonarla por completo, sino destruirla sistemáticamente, al parecer con la razón increíble de evitar que fuera destruída por otros.

El día de hoy restaurado 

Estas ruinas han venido siendo, sin embargo, restaura­das progresivamente a lo largo del presente siglo. Fueron decla­radas monumento nacional en 1854, y a partir de 1927, a instan­cias del Obispo ciudarrealeño D. Narciso de Estenaga y Echeva­rría, fueron recibiendo ayudas y restauraciones de las que ha sido la más reciente la que el arquitecto Miguel Fisac ha reali­zado en éllas.

Descripción del edificio

Gracias a la restauración que en los últimos años se ha estado realizando por parte de la Diputación Provincial de Ciudad Real y Junta de Comunidades de Castilla‑La Mancha, lo que durante el último siglo fueron «evocadoras y románticas ruinas del Sacro Convento de Calatrava», están comenzando a ofrecer un poder mayor de expresividad, pues se han rescatado muchas piezas y salas a medio derruir, organizando su interior conforme a un plan acorde con su pasada función, ofreciendo al visitante de hoy algo real­mente hermoso y aleccionador: una venerable ruina que, conserva­da, dignamente tratada, ofrece con pundonor sus rasgos primiti­vos, a pesar de mantener ese caracter de vestigio sobrio y elo­cuente del pasado.

La impresionante mole del castillo

Se levanta la homogénea fortaleza de Calatrava sobre un monte de suaves pendientes, de cortados niveles rocosos, estando constituido el castillo por tres recintos muy bien definidos. El más externo es un ámbito amplio, totalmente rodeado de muros firmes, a trechos salpicados por cubos de refuerzo.

Puertas de entrada

El ingreso principal lo tiene en la llamada Puerta del Hierro, formada por fuertes cubos y un largo pasadizo. El interior de ese recinto primero consiste en un espacio muy extenso, totalmente vacío, y en cuesta. Un camino o rampa va ascendiendo suavemente por él, hasta llegar al segundo nivel, el mural del castillo, en el que ya se encuentran algunos de los elementos más interesantes. Está formado ese segundo recinto por muros más altos y fuertes que el anterior, con cuatro torreones en sus esquinas. Allá se encuentra el gran templo de los calatra­vos, edificio sumamente interesante, pues está construido en un estilo que podría definirse como pulcramente cisterciense.

La iglesia del castillo

La iglesia del castillo de Calatrava es bastante grande, compuesta por tres naves separadas de firmes pilares, y cubiertas de bóvedas de crucería, con sendos ábsides en la cabecera, de planta semicircular, y levemente iluminados por ventanas que parecen saeteras, por lo delgadas. Está construida a base de piedra y ladrillo, y en la portada que se abre a los pies llama la atención la puerta de acceso, de arquería apuntada en degradación, con decoración de arquillos y elementos simples geométricos, sumada de un enorme rosetón circular al que le faltan las columnillas que, en un estilo puramente medieval, y con unas dimensiones evidentemente desporporcionadas, adornaba y daba luz al interior.
Junto al templo aparecen los restos de otras estancias y elementos constructivos que venían a formar este segundo recin­to, en el que sabemos existió un claustro de pilares de ladri­llos, las salas capitulares, el gran refectorio, biblioteca, salas de ceremonias, etc, e incluso un espacio al que llaman el campo de los mártires, en el que descansaron como cementerio los restos mortales de muchos caballeros calatravos.

La torre del homenaje

Más centrado todavía existe lo que podría considerarse como tercero y más íntimo recinto: el castillo calatravo propia­mente dicho. En él estaba la Torre del Homenaje, y las habita­ciones, salones y dependencias propias del Maestre de la Orden, en un apartamiento y defensa verdaderamente rituales. Allí se guardaban las riquezas, los documentos y archivos, los sellos, etc., que el viajero de hoy puede evocar al discurrir por sus enrevesados laberintos de estancias y pasillos.

Libros sobre Calatrava

Mucho hay escrito sobre la fortaleza de Calatrava la Nueva. Te recomendamos un libro cualificado, “Castillos y Fortalezas de Castilla La Mancha” escrito por Antonio Herrera Casado y editado por AACHE como nº 1 de su Colección “Tierra de Castilla La Macha”

Es además de gran interés la Tesis Doctoral que escribió el profesor Palacios Ontalva sobre “Fortalezas y poder político. Castillos del Reino de Toledo”, y que fue también editado en libro por AACHE como nº 8 de esa Colección “Tierra de Castilla La Mancha”. Imprescindible para conocer el contexto histórico y social de la fortaleza.

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