El castillo palacio de los Obispos de Sigüenza

Historia

No necesita ponderación Sigüenza, una de las ciudades con sabor medieval mejor cuidadas de España. Ni explicar con detalle su historia, porque de ella y de su riquísimo patrimonio artístico y monumental ya hay diversos libros y guías que nos lo ofrecen. Vamos ahora a Sigüenza exclusivamente a admirar su castillo, convertido en establecimiento hotelero de la empresa Paradores Nacionales, lo que le confiere un cuidado y un uso adecuado, y nos permite su admiración a cada hora.

Fue Sigüenza asiento de una importante ciudad celtíbera, Segontia, que estuvo situada en los altos cerros de la margen derecha del río Henares. En los tiempos del Imperio romano, aquí se situó una importante estación de paso y un lugar nutrido de habitantes, quienes seguramente elevaron su primer torreón o puesto de vigilancia sobre el valle en lo que es hoy castillo‑fortaleza. Los visigodos habitaron la ciudad, y los árabes, aunque en menor número, también lo hicieron, casi reducidos a la guarnición de su reducto fuerte y atalayado en lo más elevado de la orilla.

La reconquista de Sigüenza tuvo lugar el año 1123, y dice la tradición que fue su primer obispo, el aquitano don Bernardo de Agen, quien al mando de un poderoso ejército y tras una heroica lucha, conquistó la ciudad a los árabes que la ocupaban. El hecho, más prosaico, se reduce al aspecto de la repobla­ción de este ínfimo lugar, por parte del Común de Villa y Tierra de Medinaceli, al que perteneció desde que en 1104 fuera ocupada esta importante plaza sobre el Jalón por Alfonso vi. La restaura­ción de la sede episcopal en Sigüenza por parte de la monarquía castellana, alentó el crecimiento de esta aldea, que tomó nuevas fuerzas cuando poco después, en 1138, Alfonso vii concedió a los obispos el señorío civil sobre la ciudad y sus gentes.

Desde entonces, y han pasado ya ocho siglos y medio, la historia de Sigüenza y de su castillo ha corrido pareja con la de sus obispos. Multitud de ellos, de todos los caracteres y las aptitudes, pasaron por la silla episcopal. Unos fueron valientes y organizadores, mezcla de monje y de guerrero, como el fundador don Bernardo; otros tuvieron el carisma de la santidad, como Martín de Finojosa; algunos fueron políticos eminentes, emprende­dores y estrategas, como Pedro González de Mendoza; otros aún tuvieron el sentido social suficiente como para emprender obras públicas por todo el obispado, como Juan Díaz de la Guerra…

Ellos levantaron, desde los inicios del siglo xii, este castillo que paulatinamente fue haciéndose más grande y poderoso. En él residieron estos magnates eclesiásticos, y en sus salones pusieron capillas, salas de justicia, tribunales y cárceles. Una guarnición potente de militares y servidores estuvieron siempre al cuidado de este castillo, en el que largas temporadas habita­ron los obispos.

Un hecho histórico añadido al lento discurrir de los diversos episcopados, fue el acaecido en el siglo xiv, concreta­mente en 1355, cuando en esta fortaleza fue alojada, en calidad de prisionera, doña Blanca de Borbón, esposa de Pedro i, y es de  entonces que data la leyenda de que una de las torres del medio­ día, hoy todavía nominada con el recuerdo de la joven dama francesa, albergó su cruel destino durante una temporada.

Este castillo era, en realidad, la culminación de todo un complejo defensivo de murallas y torreones que cercaban por completo a la ciudad seguntina, y que desde su inicio en el siglo xii hasta el xvi fue creciendo y perfeccionándose, alcanzando a levantar dos círculos de murallas que, abiertas a través de portillos varios, muchos de los cuales todavía se conservan, hacían de esta gran ciudad episcopal un auténtico bastión defensivo.

De esta muralla o cerca seguntina, la parte más antigua fue levantada por el obispo don Cerebruno, mediado el siglo xii, para rodear al castillo en la cuesta que desciende hacia el río. Un siglo después, en el xiii, el obispo Girón de Cisneros levantó otra cerca más abajo, y finalmente en el xvi fue el cardenal Carvajal quien ordenó completar el conjunto. De sus puertas, unas desaparecidas por inútiles o molestas, otras sumidas en las edificaciones que sobre el muro fueron surgiendo, quedan hoy el portalón del Hierro, en la Travesaña Alta, que servía de entrada accesoria en la parte más alta de la primitiva *puebla militar+ o ciudadela en torno al castillo. Más abajo de la cuesta se encuentra el Portal Mayor, que fue el acceso princi­pal, durante la Edad Media. Y por el costado de levante, sobre el arroyo del Vadillo, se ve la Puerta del Sol, que fue postigo  simplemente, y la Puerta del Toril, utilizable para salir a la Cañadilla desde la Plaza Mayor.

Si la Guerra de Sucesión pasó por Sigüenza sin apenas producir daños, la de la Independencia causó auténticos estragos en el castillo, pues la tropas de Napoleón le utilizaron desde 1808 como depósito de municiones y avituallamientos, sufriendo en ocasiones el acoso de las guerrillas de El Empecinado, pero volviendo a ocuparlo en 1811, que fue cuando ya destrozaron y mutilaron gravemente este edificio de tan antañona presencia.

Desde entonces se inició la progresiva ruina de la fortaleza. Todavía en 1827, residiendo en él don Manuel Fraile García, obispo a la sazón, se alojaron tres días Fernando VII y  la reina María Josefa Amalia, junto a su corte en la que figuraba el duque del Infantado, el ministro Calomarde y un numeroso séquito. Después sufrió otros destrozos con motivo de las guerras carlistas, y a mediados del siglo se produjo un gran incendio en el mismo que acabó de arruinarlo.

En una parte de la fortaleza, fue situado el cuartel de la Guardia Civil y el Asilo de Ancianos, mas algunas pequeñas viviendas anejas. Todo se hizo, paulatinamente, desolación y ruina. La Guerra Civil de 1936‑39 acabó por reducir materialmente a cenizas este gran castillo de luenga historia. Pero en los años sesenta del siglo xx, siguiendo la política de rescate de viejos edificios para adecuarlos a Paradores y estimular el turismo, se inició su restauración bajo la dirección del arquitecto José Luis Picardo, siendo finalmente inaugurado por el Rey de España don Juan Carlos I, en 1978. Hoy constituye el Parador Nacional *Cas­tillo de Sigüenza+ uno de los más hermosos testimonios de la arquitectura medieval hispana, en pleno uso para el turismo culto de todo el mundo.

AACHE Ediciones de Guadalajara

Descripción

La imagen de la ciudad de Sigüenza es la de su castillo coronando una ciudad entera que se extiende a sus pies. Situado sobre la altura del cerro que escolta por la izquierda el tímido discurrir del río Henares, el castillo de Sigüenza remata con su gallarda y solemne silueta la ciudad toda, en la que, vista de lejos, se confunden las torres de la catedral, los chapiteles de los templos románicos y los frontispicios de palacios y conventos, con la algarabía tierna de la arquitectura popular genuina de estas sierras ibéricas. El conjunto de la ciudad seguntina es, desde cualquier lugar que se la mire, inolvidable y sorprendente.

Presenta un amplio espacio orientado al norte, y en ese costado aparece la entrada principal, que tras un alto lienzo de sillarejo almenado, realmente una barbacana protectora, con escaleras que permiten la subida a su adarve, aparece un gran arco al que se asciende por una escalera de madera, y se escolta de dos enormes torreones de planta circu­lar también almenados.

El aspecto de la fortaleza, desde la lejanía, es muy  homogéneo, ofreciendo un nivel de paramentos lisos (roto en ocasiones por ventanales no primitivos que han sido puestos como tributo al actual destino hotelero del edificio), y algunos torreones, unas veces de planta cuadrilátera, y otras semicirculares, siempre rematados por almenas. Su desafiante tono es el propio de una fortaleza netamente medieval, de los siglos xiii y xiv que fue cuando cobró su silueta verdadera.

En el interior, hoy encontramos muchas novedades con respecto al original estado. Se hace difícil colegir cual fuera éste, pues las descripciones que han quedado son fragmentarias, y la restauración ha respetado en lo posible los restos evidentes, pero ha tenido que inventar en otros lugares donde nada quedaba. Hoy llama la atención del visitante su gran patio, que mantiene en su centro el viejo pozo, hondísimo, tallado en la misma roca. Unas portaladas con escudos, del siglo XVI, y una galería de madera y revoco esgrafiado completan los muros de dicho patio.

En la planta baja se pueden admirar diversos salones. Entre ellos el salón rojo o salón del trono, en el que grandes pilares cuadrados delimitan un amplio espacio rematado por gran chimenea renacentista, y muros decorados en un fuerte tono rojo, que se matiza con abundantes reposteros y armaduras. En este lugar impartían su justicia, civil y eclesiástica, los señores y obispos de Sigüenza. El comedor grande o salón de doña Blanca es otra pieza hermosísima, en la que se yerguen gruesos arcos pétreos apuntados sosteniendo la estructura de la sala. Varias estancias cobijan otros salones, comedores y capilla. En las plantas superiores, dedicadas a las habitaciones de huéspedes, no existe nada de admirar en el sentido monumental.

Todo el edificio se encuentra hoy recubierto, en sus paramentos, por reposteros y escudos pétreos en los que aparecen una buena copia de los escudos de armas de muchos de los obispos que ocuparon esta fortaleza. En cualquier caso, y a pesar de haber perdido en buena medida el purismo arquitectónico de lo que sería durante los siglos medievales, la restauración y recuperación de este magnífico castillo, que permite al visitante evocar tiempos de leyenda y heroísmos, es una actuación plausible, que ojalá se hubiera repetido en otros muchos de los castillos que de esta tierra de Guadalajara evocamos en estas mismas páginas.

Sugerencias para la visita

El castillo de Sigüenza merece visitarse por muchos motivos, y en cualquier caso es fácil hacerlo, pues la entrada es libre, tanto a su patio como a sus dependencias. Se llega fácilmente en coche hasta su recinto externo, y a pie se penetra en el círculo interno del patio, donde aparece el viejo pozo. Los salones con sus escudos, sus reposteros y obras de arte están abiertos a la contemplación general, e incluso puede completarse el viaje con una suculenta comida, a base de típicos platos seguntinos, en su restaurante situado en uno de los más solemnes salones. Habitualmente, en el verano se ofrecen exposiciones de pintura e incluso actos de tipo cultural en el seno de este castillo, que hacen todavía más sugerente su visita.

Castillos y Fortalezas de Guadalajara

Bibliografía

Layna escribió en diversos artículos lo que debía hacerse con este castillo. En el Boletín de la Asociación de Amigos de los Castillos, de 1955, publicó el texto de una conferencia previa, que ahora se ha visto recogida en el libro «Arte y Artistas de Guadalajara» de AACHE Ediciones, de la Colección «Obras Completas de Layna Serrano», nº 9, Guadalajara, 2104. 512 páginas tamaño gran folio. ISBN 9788415537434. P.V.P.: 60 €.

Y en este libro de Herrera Casado «Castillos y fortalezas de Castilla-La Mancha«, clásico donde los haya, entre las páginas 166 a 171 también se describe historia y aspecto de este castillo.

Sin embargo, el libro fundamental para saberlo todo sobre este Castillo-Palacio de los Obispos de Sigüenza, es el de «Castillos de Guadalajara» de Francisco Layna Serrano. Es el nº 2 de la Colección «Obras Completas de Layna Serrano«, reeditado lujosamente en 1994, y que puedes ver aquí en amplio comentario.