Caminando con Taimado

Por Servacio Flores Piqueras

Extracto de TAIMADO, para los que todavía no lo tengan. Se trata de una novela de un cazador que escribe.

….. – ¿Qué haces? -me preguntó, aportando su punto de intriga.

-Una chapuza que me ha encargado el ingeniero para su casa -lo primero que se me ocurrió.

Coge una varilla el tío, la mira detenidamente, y suelta con esa gracia que siempre le caracterizaba:

– ¡Uy copón!… esto es un artilugio de los tuyos.

-Sí hombre, tú ya sólo ves inventos -contesté al despiste.

Se quedó un poco confundido pero, sin soltar la pieza, enseguida entró en materia.

– ¿Qué pasa, ¿cómo lo llevas? ¿Cuántos has trincao? -me interpeló, apuntándome con la varilla en las costillas.

Esto lo hacía siempre que tenía una herramienta en la mano para hacer referencia a algún lance y, a veces, quería darle tanta veracidad al asunto que hasta me hacía daño.

-Bueno, parece que le voy cogiendo el tranquillo -le dije.

-Oye, ¿y no tienes problemas con las que montan los cochinos? -aquí estuvo muy agudo.

-De momento no… pero, llevas razón, los han tenido que oír muy lejos – respondí sin caer en la cuenta de que era una pregunta trampa.

Éste no daba puntada sin hilo ya que, a renglón seguido, me preguntó que dónde tenía las trampas. Con esta tuve que hilar más fino para contarle una milonga que, por más que se la argumenté, no se la tragó de ninguna manera. Me di cuenta de ello por la expresión de su cara mas, sin dejarle reaccionar, pasé a relatarle la vivencia que había tenido la noche anterior. Y esta sí que se la creyó enterita. Aunque, la verdad sea dicha, no supe si le impactó más la exposición de los hechos o la historia que él se estaba fraguando, porque parecía ido y sólo se limitó a hacer exclamaciones.

-Pero, ¿cómo tienes a este prenda por socio? Os podían haber trincao por su culpa -fue lo primero que soltó cuando volvió a tomar tierra.

-Bueno… si yo te contara. Por cierto, hablando se socios, tú Flores… no habrás hablado nada de esto con Luciano, ¿no?

– ¡Cómo me dices eso! Yo no he hablado nada con el Raspas –dijo sorprendido por mi pregunta con una expresión que derrochaba sinceridad. Un artista.

-No, por nada, por un comentario que me hizo un amigo -objeté.

No insistí más, para qué, estaba seguro de que no se pudo resistir a contarle alguna batalla y más conociendo al Raspas. Él tampoco me porfió.

-Pues, dices tú… A mí me ocurrió algo parecido a lo que te pasó a ti.

Enseguida cambió de tema, él a lo suyo.

-Estaba yo pescando en el Cabrillas a la caída de la tarde, no te lo pierdas, un mes antes de abrirse la veda, y oí un ruido de ramas a mi espalda. Chico vuelvo la cabeza y, me cagüen sos, que no veo na y el ruido que sigue como a unos veinte o veinticinco metros Yo con un mosqueo de tres pares de narices ni me moví del sitio, qué iba hacer, si lo primero que pensé es que ya me había trincao el forestal. Pero, dejo de oír el ruido, pasan los minutos, que se me hicieron interminables y, como allí no se oía nada de nada, con las mismas seguí pescando.

– ¡Coño, Flores! Eso fue un ciervo que cruzó o vete tú a saber -le dije

-Sí, eso me imaginé yo, que el ruido lo hizo un bicho y no le di importancia. Pero, ¡ah, copón!, no hago más que echar un lance y otra vez el mismo ruido. Ya estoy pillao, me dije. Éste ha esperado a que echara la caña y viene derecho a por mí, ¿a ver qué me iba a figurar?

-Pero bueno… Flores, un forestal te tiene controlado de antemano.

– ¡Que no, que no! Que yo dejo el coche a tomar por culo y entro al río por los sitios más difíciles. Él sólo controla lo fácil. No ves que son muy vagos. Pero sí, algo de razón llevas, que se la he jugado muchas veces, por eso era mi mosqueo.

– ¿Y no te ha pillado nunca, Flores? -le pregunté con retintín.

-No ha tenido güevos, y mira que se ha hinchao a preguntar por el pueblo. No ves que siempre que voy de estraperlo salgo de noche del río y, luego, otra cosa, la mayoría de los días le quito las truchas con sedales que dejo atados entre la maleza. Bueno… y, por la mañana, también entro antes del amanecer, ¿qué te piensas tú?

-Y el coche qué, ¿eh?

Ahí le intenté poner contra las cuerdas.

– ¡Uy el coche!… pillarme, si cada día le dejo en un sitio y a tomar por culo.

Éste tenía una salida para cada encerrona y siguió con su delirio de relato adornándolo convenientemente.

-Sí, pero, espera… estoy con la mirada fija en el borde del río, que se me salían los ojos, que andaba ya un poco tarumba esperando que asomara el guarda o lo que fuera, cuando, de buenas a primeras, otra vez que dejé de oír ruido.

-Flores, ya te vale, ¿estabas tonto o qué?

– ¡Ah copón! Sí tonto, ya verás…

En esos momentos se puso serio y contestó concediendo al asunto un cariz misterioso.

Esa mañana el Flores debía tener las espaldas cubiertas y excitado con mí relato o, mejor dicho, alucinado con el que él mismo se había formado, no tenía prisa por volver a su puesto de trabajo. A mí no me estorbaba, al contrario, yo seguía con mis varillas escuchando sus batallas, todas inventadas, claro, pero el tío había cogido el hilo de tal manera que ya no lo soltaba y así el tiempo pasó tan deprisa que el ingeniero nos cogió a los dos en pleno apogeo: yo con mis varillas y el Flores con su fantasía.

-Mira, te voy a decir una cosa, ahora mismo todavía me tiemblan las piernas sólo en recordarlo -continuó el Flores que se expresaba gesticulando con las manos para dar más veracidad a los hechos- ¿Tú sabes el pánico que me entró? Cuando en medio de aquel silencio, entre dos luces, capté como un extraño silbido…

– ¿Qué, de tertulia? -preguntó don Jacobo sin dar ni los buenos días y con el recochineo propio de habernos cazado infraganti.

– ¡Arrea, costipao! Ya me ha pillado éste -pensé para mí.

No es que me preocupara mucho, porque siempre estaba haciendo chapuzas para todo el mundo pero, el Flores, que estaba donde no tenía que estar, se me quedó mirando al tiempo que, de reojo, observaba al ingeniero.

– ¿Qué está haciendo, Isidro? -insistió, siempre de usted. A ver, si es que nosotros éramos los obreros.

-Unas varillas que le hacen falta a éste para el almacén -así se la solté, confiando en que el Flores no abriera la boca.

– ¿Pero no decías?… -fue lo único que le dejé decir porque, mientras el ingeniero me echaba la charla, todas las varillas se las metí en el bolsillo y le sugerí que saliera echando leches de allí…

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