Trinitarias de El Toboso

La historia

Es esta quizás la más importante fundación y elemento patrimonial de tipo monasterial que encontramos en El Toboso. El inicio de esta institución religiosa toboseña es muy propio de la grandiosidad y opulencia en que vivió la decadente sociedad hispánica de la segunda mitad del siglo XVII.

En el año 1660, el clérigo don Alejo Martínez Nieva y Morales decidió dedicar sus caudales para crear en El Toboso un convento de clarisas “a lo grande”. Fallecido pronto, en 1662, su sobrino don Juan de Morales Martínez, Caballero Santiaguista, queda como patrono del monasterio, con la obligación moral de acabar las obras comenzadas por su tío, obteniendo al año siguiente, en 1663, la necesaria licencia eclesiástica para la fundación de un Convento de Santa Clara por parte del Prior de Uclés. A pesar de su intención de acabarla en solo un año, esto no pudo cumplirse porque en 1664 murió, quedando como nuevo patrono y heredero de tamaña empresa su hijo, don José Gregorio Ramírez de Arellano que, por ser menor de edad, quedó bajo la tutela de su tío don Carlos de Villamayor, Caballero de la Orden de Calatrava y Consejero del Rey.

Alguno de los sujetos que formaron esta cadena debió de gastar con alegría, ­–y en otras cosas–, los caudales que el clérigo don Alejo dispuso para tan santa misión. Todo a medias y en precario, las clarisas renunciaron a este alojo, y en su lugar vinieron trinitarias recoletas, comandadas por una mujer excepcional, sor Ángela María de la Concepción, que a la sazón no tendría más de treinta años, pero que venía inyectada del fragor espiritual que Santa Teresa de Jesús había extendido por Castilla toda, y que ella había alimentado en el convento de Trinitarias de Medina del Campo, donde había estado diez años sumida en un profundo dinamismo ascético-místico con algunos toques de revelación divina, y que la catapultaron a El Toboso donde llegó, en 1680, dispuesta a crear en el todavía vacío convento manchego el primer reducto de la Reforma Trinitaria que ella promovió junto con el que luego sería San Juan Bautista de la Concepción. La decidida oferta de esta mujer, de carácter y fijeza seguras, hace que el Sr. Villamayor recoja unos cuantos ducados que aún le sobraban y termine las obras comprometidas. A finales de 1680, la monjas se instalan en ese lugar y comienza una historia que hace saltar a El Toboso a las primeras páginas de la reforma trinitaria.

En su camino de Valladolid a El Toboso, sor Angela María hace parada en la madrileña mansión de los Condes de Monterrey, y les saca la promesa de mayores ayudas. Ahí se fragua la grande aventura del convento y sus edificios, que aún hoy vemos en pie, brillando.

AACHE Ediciones de Guadalajara

El edificio

Sin duda el de las Trinitarias es el conjunto de edificios conventuales que más sabor hispano le dan a El Toboso. Alguien ha denominado a la iglesia de las monjas como “El Escorial de La Mancha”, apelativo que se pelea con el otro Escorial que sobresale sobre los campos conquenses, en Uclés.

De líneas hispanas tradicionales, en un severo estilo herreriano, con una soberbia fachada en la que sobresalen los dos torreones que se levantan sobre la plaza, y la iglesia en una esquina, sin duda impresiona a quien por primera vez lo contempla, pensando que se encuentra ante uno edificio de solemnidad y lujo.

El conjunto es espectacular por sus dimensiones, con elevado crucero rematado con cupulín y aguda cubierta de pizarra. A la plaza, el convento presenta como fachada un gran lienzo de piedra de sillería bien labrada, con dos grandes torreones y espadaña intermedia; allí pueden verse dos interesantes escudos: el del fundador dentro de un blasón barroco (el mejor entre los conservados en la villa) y otro pequeño de la congregación del Ave María, entre dos angelotes excelentemente labrados.

Del interior del templo llama la atención el gran cuadro del presbiterio, una representación de la Santísima Trinidad, con los protectores de la orden y los titulares del monasterio, obra del pintor gallego Manuel de Castro, discípulo de Claudio Coello y pintor del Rey, realizado en el tránsito del siglo XVII al XVIII, con una cierta elegancia formal y rica gama cromática. Fue lo único que se salvó en la Guerra Civil del conjunto de piezas artísticas que adornaban este templo.

En la epístola hay un lienzo de grandes dimensiones que representa el Cristo de Burgos, de hacia 1700, de autoría desconocida. Frente al anterior puede verse la pintura de Las fundadoras ante la Santísima Trinidad, obra realizada en 1725 por el sacerdote Zamorano, hijo de El Toboso. Finalmente destacan las magníficas puertas y los soportes de los ciriales, de piedra labrada con las armas trinitarias y el emblema del Ave María.

El autor de este solemne espacio fue muy probablemente fray Lorenzo de San Nicolás, arquitecto de la orden.

El interior del convento, más humilde, no se priva sin embargo de un bonito claustro, y de numerosos escudos de armas tallados sobre piedra, y otros elementos artísticos que el efusivo siglo barroco fue dejando por muros y coronaciones.

El conjunto de iglesia y convento viene a ocupar una superficie de más de 9.000 metros cuadrados, contando con una fachada larga de 100 metros, en cuyas esquinas se alzan los famosos torreones, expresando con la rectilínea desnudez de sus muros un modo de ser que solo a España corresponde: severidad, espiritualidad, comunicación directa del alma humana con Dios.

Tiene además en su interior un señalado museo en el que puede admirarse una valiosa colección de pinturas e imaginería de la escuela española del siglo XVII, orfebrería, bordados en oro, etc.

Yo diría que es esta la principal meta de los amantes del Arte cuando llegan a El Toboso. En la primera sala de este Museo trinitario, dedicada a las artes textiles (que dicho sea de paso aún siguen ejercitando las actuales monjas, siguiendo la tradición de la casa) destaca un precioso palio chino (que desfilaba en las procesiones del Corpus Christi por las calles de la villa), unos preciosos ternos donados por los reyes Carlos IV y María Luisa de Parma (tejidos en los talleres reales en 1789), y otros bellísimos que se utilizaban en las celebraciones litúrgicas por el rito mozárabe. También en esta sala pueden verse retratos de superioras, trabajos de bordado, pequeñas tallas de devoción, cantorales, libros y documentos, y hasta una pequeña talla pequeña del Ecce Homo del círculo de Gregorio Fernández.

Puede verse luego una recreación de la austera celda de la Fundadora, y atravesando luego el claustro, se llega a la segunda sala en la que se exhibe otro conjunto de pinturas y piezas de orfebrería de subido valor. De forma destacada hay que referirse al óleo sobre tabla del Cristo coronado de espinas (Ecce Homo), del pintor de los Países Bajos Albert Bouts, sin duda la joya del Museo (fue restaurado y formó parte de la exposición de Isabel la Católica en la Catedral de Toledo en 2005) y que sería donación de los condes de Monterrey a la Fundadora. Le sigue en mérito el lienzo La Predicación del Bautista, de Alonso del Arco, de los años finales del siglo XVII, obra que se sitúa entre las mejores de su producción. Otras lienzos son el Cristo Varón de Dolores, atribuida a Mateo Cerezo, el Cristo recogiendo las vestiduras de escuela española del XVII, la Cabeza de San Anastasio de escuela sevillana, a lo que se suman piezas diversas y valiosas de orfebrería barroca: copones, relicarios, diademas, sacras, incensarios,…

Monasterios y Conventos de Castilla la Mancha

Puedes encontrar más información sobre este Museo en el libro de Ferrer y Herrera «Museos de Castilla-La Mancha«, de editorial AACHE, año 2006, 352 páginas, 25 €.

También se puede encontrar información sobre este monasterio de monjas trinitarias, y de muchos otros monasterios y conventos en el libro «Monasterios y Conventos de Castilla-la Mancha» de A. Herrera Casado, editado por AACHe en 2005, con 272 páginas. PVP: 20 €.