Vocerío de tripas

Cuando se nos mueve el contexto de las tripas, señal es segura de que hay hambre, y de que es menester echarle algo al conducto inicial del aparato digestivo, so pena de que se avengan enseguida males mayores. Bien es verdad que al estómago se le puede echar cualquier cosa. En caso de necesidad, se ha demostrado que la gente sobrevive con suelas de zapato y orines de camello, pero lo normal, digo yo, es poner en sazón otras viandas, cortarlas bien, hervirlas, freírlas, masacrarlas en una túrmix, calentarlas, echarles algo de sal, poca, y preparar junto a todo ello un trago de agua pura, de buen vino tinto, o de cualquier líquido que lubrique las paredes esofágicas.

De todo ello se ocupó, hace ya muchos años, un alcarreño de pro, que se llamaba Antonio Aragonés Subero. Hombre sabio y con un gran sentido del humor, además de cocinillas y expurgador de viejos archivos, en especial los de la memoria. A mi me llevó un día a comer a su casa de Yélamos, y aún conservo nostalgia de ello, a pesar de haber perdido ya muchos datos por el camino. Aragonés era un gran sabedor de recetas, de sistemáticas gastronómicas, y de hacenderas con lo de comer. Tanto, que se puso a recoger las formas en que las mujeres de la Alcarria organizaban su despensa y la montaban sobre la mesa en delicadas jornadas manducatorias. Esto es: se dedicó a coleccionar recetas clásicas alcarreñas. Con todo ello montó un libro al que la le dio un premio, primero, y luego lo editó, y hasta dos veces.

Gastronomia de Guadalajara

El libro de Aragonés Subero se titulaba Gastronomía de Guadalajaray vió la luz por vez primera en 1973. Y lo hizo de la mano de Camilo José Cela, quien le puso el prólogo cuajado de ironías y buena amistad, con frases como esta: “La Guía Gastronómica de Guadalajara, bella y eficazmente escrita por mi amigo Antonio Aragonés Subero desde su aromática y reconfortadora bodega de Yélamos de Abajo, guarda en sus páginas muy saludables y nutricias filosofías del bandujo, que es la víscera por la que el hombre se mueve y baila solo y sin que nadie le empuje”. El Prologuillo jolgorioso de Cela al libro de Aragonés es de las mejores páginas que le he leído al Nobel.

El libro se agotó, se hizo otra edición en 1985, y también desapareció. Enseguida llegó Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo, cronista de Sigüenza, y experto como el que más en llantares y fogones, que escribió su libro La Cocina de Guadalajaraen compañía de su hija Sofía,que también conoció dos ediciones y del que ya quedan pocos ejemplares en la estantería. Qué grandes, ambos, sabedores de recetas, expertos en sabores, geniales conductores de cenas y celebraciones. Un recuerdo para ellos, ya fallecidos. Una esperanza de que alguien surja a renovar el patio, porque en esto del comer va mejorando la calidad de lo que nos dan, pero aumenta el secretismo en cómo se hace.