Albares todo de blanco
Albares todo de blanco es como podría denominarse, en plan “slogan turístico” a esta localidad de la Alcarria baja, rodeada de campos de yesares, y él mismo con una toponimia en la que prima lo blanco sobre otra condición.
Asienta este pueblo sobre una inclinada ladera que escolta el valle de su mismo nombre, por el que baja arroyo que, pasando por Almoguera, irá a dar en la margen derecha del río Tajo. Se circuye de alturas y mesetas alcarreñas, y va el término rehundiéndose en forma de vallejos que drenan hacia el gran río. Da cereal en los altos y huertos y frutales en lo hondo de los pequeños barrancos. Ofrece también olivares y amplios terrenos de monte bajo para la caza.
Tras la reconquista de la zona perteneció al alfoz o Común de Almoguera, siendo aldea de su jurisdicción, usando el Fuero que le concedió Alfonso X el Sabio. Pasó con Almoguera, en el siglo XIV, a pertenecer a la Orden de Calatrava, y en 1462, un maestre de ella, don Pedro Girón, concedió a Albares el privilegio de villazgo. En 1540 fue adquirida del Emperador (que había enajenado previamente todos los bienes de las órdenes militares), por don Luis Hurtado de Mendoza, marqués de Mondéjar, y en el señorío de esta casa noble llegó hasta el siglo xix. A lo largo de los siglos, los vecinos de Albares se dedicaron al agro, en forma de labranza, ganadería, olivos, etc., y también hubo familias que se dedicaron a la industria local de tejidos de lana y cáñamo.
La iglesia parroquial está dedicada a San Esteban, es obra del siglo XVI, aunque sufrió reformas y modificaciones en la siguiente centuria. Su fábrica es fuerte, de sillería en las esquinas y sillarejo. Contrafuertes de sillar bien tallado. El interior es de tres naves, con presbiterio y tres tramos, y coro alto a los pies, sobre gran arco escarzano de piedra. Las naves se separan por columnas cilíndricas de sillería, que rematan en sencillas molduras. Las bóvedas son de complicada tracería, de piedra.
En las afueras de Albares se conservan aún las ruinas de la ermita de Santa Ana, en lugar alto y estratégico, dominando la villa. Solo quedan cuatro paredes de mampostería con revoco de yeso. La tradición dice que este fue antiguo convento de caballeros templarios. En su derredor quedan vestigios y cimientos de otros edificios, pero no está documentalmente probada esta afirmación.
En la plaza mayor de Albares, que posee un gran valor tradicional alcarreño, se alza el antiguo caserón al que llaman palacio de los Alcalá Galiano, con portón adintelado rematado en sencillo escudo con ancla, que recuerda los orígenes marineros de esta familia.
Y en una casa del centro del pueblo se pueden admirar varios muros decorados con el esbozo muy elaborado de grandes pinturas murales dedicadas a los marqueses de Mondéjar, señores del lugar, y guerreros de las épocas del Imperio.
Un libro que nos refiere completa la historia de Albares, sus costumbres, y la descripción y análisis de su interesante patrimonio artístico, es el que firmaron la Asociación de Mujeres de Albares, y se titula “Albares, historia y costumbres”, editado por AACHE, como número 49 de su colección “Tierra de Guadalajara”.
Hay otra publicación en la que también aparece Albares mencionada y estudiada, desde un punto de vista singular: como sede que fue -probablemente- de los Caballeros Templarios. Véase en este sentido el libro de Angel Almazán de Gracia, «Guía Templaria de Guadalajara«, de Aache Ediciones, Colección «Tierra de Guadalajara» nº 83