Alocén, alegría de la Alcarria
Asienta este bello pueblo alcarreño , del que bien podríamos lanzar el slogan de «Alocén, alegría de la Alcarria«, en la altura de la abrupta margen derecha del río Tajo, sobre empinada cuesta y entre arboledas y arroyos que desde la meseta de Alcarria van descendiendo con prontitud y violencia hacia el cauce hondo del gran río, ahora amansado en el amplísimo embalse de Entrepeñas. No sólo es hermoso el lugar en que se encuentra Alocén, sino que es también de gran valor el paisaje que desde el mismo pueblo, o aún desde el borde de la meseta, puede contemplarse. El llamado mirador de Alocén es un enclave junto a la carretera que va al pueblo, procedente de El Olivar, y donde existen aparcamientos de automóviles, bancos y rústicas barandas; la vista que desde él se vislumbra es de increíble amplitud, abarcando hasta las serranías de Cifuentes, con los resaltes de las Tetas de Viana, y frente a los cuestarrones de Pareja y Chillarón, mientras que río abajo se pierde la distancia sobre el cauce del Tajo y llega a los montes de Altomira, de Huete y serranías de Cuenca. Por uno y otro lado, el pantano con sus miles de hectáreas de límpida agua forma contrapunto a esta belleza. Sin duda alguna, uno de los más reveladores y hermosos parajes de la Alcarria.
Deriva el nombre de Alocén de la arábiga palabra alfoz, que viene a significar lugar o paso. Desde el momento mismo de la reconquista de la Alcarria, en los finales años del siglos XI, perteneció Alocén en calidad de pago o alquería al monasterio cisterciense de Monsalud, fundado por Alfonso VIII. Los monjes aprovechaban la agricultura, molinos, ganado, etc. del término, sobre el que ejercían señorío y cobraban impuestos. La jurisdicción correspondía a Huete, en cuyo Común estaba el lugar. En el siglo XV, en sus finales, Alocén se hizo Villa. Y en 1562, los monjes de Monsalud decidieron vender el enclave alcarreño a un hidalgo santiaguista, vecino de Huete: don Gaspar Fernández de Parada, quien pagó por ello 4.000 ducados. Inmediatamente, la villa decidió ejercer derecho de tanteo, para así comprarse a sí misma, y tener no sólo su jurisdicción, sino su propio señorío, eligiendo a los oficiales y escribanos entre sus propios vecinos. Obtuvo su pretensión en 1587, pagando al anterior poseedor la cantidad de 6.400 ducados, y colocando entonces horca y picota, instalando también cárcel, cuchillo y cepo. Nada de particular sucedió después que perturbara la tranquila vida rural de la villa alcarreña.
Es pintoresco el pueblo, de calles empinadas, casas antiguas, de recia textura de sillarejo calizo, con detalles típicos de la arquitectura popular alcarreña, aleros tallados, ventanas con rejas de forja, parras adosadas a las fachadas, escudo, etc. La iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción asienta en un estrecho rellano de la montaña, con un atrio descubierto y rodeado de barbacana al sur del mismo. Esta es una magnífica construcción de avanzado el siglo XVI, de robusta fábrica de sillar, torre cuadrada, y una portada sobre el muro meridional de clásicas y severas aunque elegantes líneas. El interior es de tres naves separadas por cilíndricos pilares, y cubiertas por bóvedas de crucería y aristones. El retablo mayor es barroco, no malo, con su estructura policromada. Otros dos retablos, también barrocos y de buen arte, ocupan los brazos del crucero. En uno de ellos se venera la talla del Santo Cristo del Amparo. En la sacristía hay una buena colección de ropas litúrgicas, con un terno de seda, del siglo XVIII, en cuya capa figura un gran faldón con la imagen de la Virgen. También hay un cuadro representando la aparición de la Virgen del Madroñal, por la que existe gran devoción en Alocén. También pueden verse diversas piezas de orfebrería, entre las que destacan algunos cálices, un portapaz regalado por el cardenal Tavera, una lámpara de plata barroca, muy buena, y diversas insignias de cofradías. Con todo ello se ha montado un curioso “museo parroquial” visitable. A la entrada del pueblo, junto a la carretera, en la zona denominada “la Castellana”, se alza el rollo o picota, muy deteriorada, que en el pueblo denominan “la horca”. Debe admirarse, además, los restos de la que fue última estación del ferrocarril del Tajo, que desde el valle se subió al pueblo cuando subieron las aguas del embalse. Y en su término asienta, sobre la orilla derecha del embalse de Entrepeñas, la Escuela Provincial de Vela, un lugar idílico en que puede practicarse con los medios más modernos el deporte de la navegación a vela.
Natural de Alocén fue fray José García Doblado, fraile agustino que vivió en el siglo XVIII, y que adquirió justa fama por su maestría como buen dibujante y extraordinario grabador, tanto de temas religiosos como profanos, mapas, etc.
Quien mejor ha estudiado la historia y el patrimonio de la villa de Alocén es el historiador Aurelio García López, quien en 2010 vio publicado, con lujo de imágenes y en un libro espléndido, su trabajo investigativo en torno al pueblo, siendo esta obra titulada «Historia de la Villa de Alocén» la que se hace imprescindible para conocer en toda su dimensión el devenir de esta población alcarreña.
Además aparecen otros datos sobre Alocén en el libro de Serrano Belinchón «La Alcarria de Guadalajara».