Alvar Fáñez
Figura clave en la historia de la ciudad de Guadalajara es el caballero castellano Alvar Fáñez, de quien la leyenda dice que conquistó la ciudad a los musulmanes el 24 de junio de 1085, y de quien la historia confirma esa intervención, aunque en el contexto de la entrega por parte de Al Andalus al reino cristiano de Castilla de todo el territorio que en ese momento ocupaba.
De Alvar Fáñez hoy puede decirse, gracias a los estudios del historiador Plácido Ballesteros San José, que había nacido en una familia de infanzones de la Bureba, concretamente en el valle de Orbaneja, y que casó con Mayor Pérez, hija del conde Pedro Ansúrez, uno de los más firmes apoyos en Castilla de la monarquía. Su infancia la vivió sabiendo de los conflictos surgidos entre los hijos del rey de León Fernando el primero, los cuales fueron sucesivamente anulados (García preso de por vida, Sancho asesinado en el cerco de Zamora, y Urraca y Elisa de figurantes en corte) por el más fuerte de todos, Alfonso el sexto, quien gobernaría una nación fuerte y unida durante largos decenios (Galicia, Portugal, León y Castilla, con todas sus Asturias del Cantábrico) y acabaría conquistando la gran ciudad, Toledo, en 1085, tras una sabia urdimbre de pactos, alianzas y compromisos. Posiblemente sin derramar una gota de sangre.
Si el rey se enfrenta en esos años, de finales del siglo XI, al poderoso caballero Ruy Díaz de Vivar, y a pesar de que las sagas legendarias ponen a Alvar Fáñez junto al héroe caballeresco enfrentado al Rey, lo que Ballesteros propone es algo nuevo, y es la razón sencilla y evidente de que Alvar se alineó siempre en la corte junto a su Rey, figurando en sus documentos con diversos títulos, y apareciendo (sobre todo a través de las crónicas históricas escritas por los árabes en esos años) como el principal adalid y capitán del ejército castellano en la comprometida tarea de someter a los reinos islámicos de taifas, de acuciarles en el pago de sus parias e impuestos, de tratar alianzas con unos y otros (los reyezuelos de Valencia, de Zaragoza, de Sevilla, de Murcia y Badajoz, entre otros) y finalmente en planear con sabiduría y determinación las acciones que llevarían a la toma del reino completo de Toledo, y el mantenimiento de esta tierra para siempre ya ajena al imperio almorávide, gracias a la defensa difícil y heroica en ocasiones de la Toledo asediada.
Tras una vida intensa de acción, de ejemplo y de memorias, Alvar Fáñez vino a morir a manos de sus paisanos, “la gente de Segovia”, en una acción ocurrida en el verano de 1114 en lugar inconcreto de Castilla, defendiendo (él) a la reina legal de la nación, doña Urraca, y ellos al que aún siendo su marido, Alfonso el primero “el Batallador” de Aragón, no era reconocido como rey en muchos lugares del reino castellano. En cualquier caso, avatares de la política del momento, que todo lo dirimía con un espadón en la mano o una ballesta agazapada.
A Alvar Fáñez le fue reconocido su valor y su aportación suma a la nación con diversos títulos, que varían de un documento a otro, pero que le muestran como uno de los cortesanos más destacados del reinado de Alfonso VI: Duque de Toledo es quizás el más rimbombante. Señor de Zorita, también, alcaid toledano, “dominantem in Toletum et Pennafidele” poco después de la muerte de Alfonso VI, y por supuesto los títulos que en sus últimos años le dan los documentos de “strennus dux christianorum” y “tunc temporis Toletani principis” que vienen a ser la consideración suma de una figura que se dedica a defender, como general en jefe, la ciudad de Toledo, asediada durante meses por los almorávides africanos.
Nada que ver con la figurilla de “ayudante del Cid” como personaje que corre y vuela sobre las mesetas castellanas acosando moros y conquistando ciudades, en un papel de “par” del rey que Menéndez Pidal y otros historiadores del siglo XX quisieron dar a este caballero burgalés. Para desmontar esa leyenda del Cid y de Alvar Fáñez, el profesor Ballesteros San José ha dedicado un libro al análisis limpio y sereno de todos los documentos de la época. De lo [poco] que dicen esos documentos, y de las deducciones [absolutamente lógicas] que de ellos saca, alcanza a construir una figura nueva, alejada de la visión que dieron en añejos siglos los Cantares de Gesta y las leyendas que corrieron de boca en boca y que llegaron, con éxito, a anclar en los libros de la vieja historia castellana, como la General Estoria de Alfonso X, en la que se incluye el Cantar de Mio Cid como fuente indiscutible.
La nueva visión de Alvar Fáñez es la de un hombre cabal que asciende en la escala del poder militar y político de una Castilla medieval en la que el rey Alfonso VI es protagonista magno. Y su tarea es la de ayudarle, colaborar en su visión integradora (alianzas en Europa, contención de los islamistas, relación cordial con los aragoneses) y mantenedora de una difícil paz a la que él se dedica con pasión diaria. Es, además, señor de amplios territorios, aquellos a los que las crónicas de la época denominan como “illam terram quae fuit de Alvaro Fannici” y que comprendían la parte del sur y el oriente de la actual Guadalajara y casi entera la actual provincia de Cuenca, con Zorita, Ercávica, Uclés, Huete, Cuenca y Alarcón como hitos capitales de un territorio que pretendía ser frontera entre la Castilla agrandada y la Valencia árabe, ambas acosadas desde 1086 por el imperio integrista de los almorávides de Africa.
Tras los estudios del profesor Ballesteros destaca el hecho de que a nuestro héroe arriacense deberemos cambiarle (reducirle, mejor dicho) el nombre, dejándoselo en Alvar Fáñez, aunque agregándole, como mucho, lo “de Zorita” por haber sido allí [y eso ya se sabía desde hace tiempo] capitán, castellano, y señor… y parece clara la conclusión de que la conquista de Guadalajara en noche de luna sanjuanera con ardides y esfuerzo queda en la más pueril (aunque bonita) de las leyendas, dejando la imagen del caballero arrogante y su mesnada ante las murallas de la vieja ciudad como buena imagen de un tiempo ido en un escudo heráldico bueno para los desfiles.