El Quijote y Avellaneda
El Quijote y Avellaneda
Acaba de editar Aache, de Guadalajara, un libro singular por los cuatro costados. Un libro con el que se estrena un autor, el médico y cervantista Javier Alarcón Correa. Un libro con el que se estrena una teoría, la de que “El Quijote” es un libro cifrado y cargado de mensajes. Un libro, en fin, con el que los cervantistas/quijotistas tendrán un caudal inagotable de sugerencias, visiones nuevas, perspectivas únicas y, en fin, un pozo generoso de ideas para ver de otra manera la clásica obra de nuestras letras.
Se titula “El Quixote, Cervantes y Avellaneda” y forma como número 5 en la Colección “Tierra del Quijote” que Aache está llevando adelante con motivo del IV Centenario de la edición de la segunda parte del Quijote. El autor ha llevado durante una docena larga de años la tarea paciente, y aguda, de “buscarle la cifra” a cada nombre, lugar, personaje, escena y expresión de la obra de Cervantes. Adelantando algunas premisas que él mismo nos da para entender su obra.
El libro y su autor
Por ejemplo, ¿Quién fue Cervantes? En la respuesta que de inicio nos da Alarcón Correa, surge ya la admiración, o la polémica. Centra en la identificación del autor las raíces del significado su obra. Y aclara de entrada que don Miguel no fue un mediocre, ni un pendenciero, ni un fugado, ni siquiera se pareció (en la mental) a su personaje don Quijote. Que realmente fue un Hidalgo con tierras y castillo propios, estudiante en Salamanca y en Madrid, dominante por lo menos de seis idiomas (latín, francés, inglés, italiano, valenciano-catalán y árabe), manco de verdad, y con una profesión muy aneja a los libros. Muy lector de todo lo permitido y lo prohibido de su tiempo. De inmensa cultura, equilibrado mental y socialmente. Que despreció la gloria, el éxito y el dinero. Que fue humilde, nada envidioso, nada rencoroso, cristiano a carta cabal y paciente en la adversidad, defensor de los indios y de los jesuitas. Y algunas otras cosas que le construyen con una personalidad no muy diferente de la hasta ahora conocida, pero más sólida.
En la definición de Don Quijote, el autor de este libro aporta ya novedades sorprendentes. Porque la intención primera, y única, del autor, de buscarle una y mil cifras, significados a los nombres, y ocultas intenciones a la secuencias y aventuras, reconstruye un nuevo personaje, y un mensaje que nos hace abrir mucho lo ojos. Una y otra vez. Porque cada página ofrece horizontes nuevos. También tomado de su pluma, esta es la razón que Alarcón Correa nos da del Quijote: que es un libro hecho persona. Un Caballero Andante que es a su vez un libro. Y que no es un caballero de carne y hueso, sino de papel e imprenta. Define a don Quijote como un personaje que no se ocupa de las ideas sino del papel y tinta de los libros. Que acude en socorro de los libros maltratados. En definitiva, es un libro cifrado.
Un libro cifrado
Para dar una somera idea de por donde camina este libro, y de donde sale esa primera definición de “libro cifrado”, nos atrevemos a recoger el primer dato de algunos nombres de personas, raros de por sí, e inventados por Cervantes, que contienen las letras necesarias para una cifra en las palabras vecinas. Todos los nombres raros están cifrados. Por ejemplo: Pandafilando, Tosilos, Antonomasia, Micomicona, Cirongilio, Alifanfaron, Clenardo, Morrenago, Caraculiambro, etc. Los nombres de personajes como el Gran Capitán también están cifrados: es Colón la cifra del Gran Capitán. Y lo están los números que usa. Por ejemplo, Alarcón nos indica (entre otros muchos) que los numerales de los capítulos tiene mensajes añadidos: Que el XVI es la llegada a Trento, el XXIII alude a la predestinación en la Suma Teológica, el XXIX la llegada a América, y el XLIV alude a unos cuatros que hay en la portada y que forman parte del escudo del impresor. En la segunda parte el capítulo 59 se referiría a los autos de Fe de 1559 y el capítulo LXIII imita la clausura del Concilio de Trento en 1563. Por ejemplo, los cinco capítulos dedicados a Argel son expresión de los 5 años que el autor pasó en sus cárceles.
Son en total 360 páginas, en las que no se da descanso al lector aportándole claves, ideas, noticias, personajes que aparecen de improviso y nos sorprenden. Se enfrenta no solo a los nombres de personajes y geográficos, sino que analiza las palabras raras, únicas, que Cervantes incluye en su novela. Por ejemplo oyslo, cotufas, dornajo, ostugo, gilequelco, tunicela, alcaller, fontezilla, mantelin, atrayllado, vira, redropelo, etc. Piensa Alarcón que son únicas y están cifradas. Como también son únicas aquellas palabras usuales que aparecen una sola vez o se repiten en un solo capítulo: montaraces, grave, picas, ensalmo, etc. que aún siendo corrientes no están sino una única vez en todo el Quixote o repetidas solo en un capítulo. Hay palabras únicas que parecen estar aisladas y que no dicen nada. Por ejemplo redropelo que está en una frase anodina pero como la sigue una mayúscula no justificada lo descifra como redro pelo =r-edrop-elo = Pedro, manifestando al final del capítulo quien es ese personaje.
El autor de esta singularísima obra analiza las palabras del Quijote como un orfebre minucioso. Y así nos dice que palabras que parecen llevar erratas, en realidad tienen otro significado. En esa espiral de interpretaciones, Alarcón Correa nos dice que otro rasgo de locura (la del personaje don Quijote) es el dar a las palabras un significado extremo o equívoco. Por ejemplo un cojo, cojillo, cojín. Un estante de libros, parece querer decir instante. Un astillero es un lugar para poner astillas. Un león es un gran lector, cuya cifra nos aclara mucho… El Virrey de Lima es Rey porque Lima es la Ciudad de los Reyes. Don Diego tiene un hijo y es verdad, pero calla que tiene doce más, en total trece. Un cuento parece una historia pero es un millón. Una carta, aún con el texto escrito, es un mapa. Rectorico es derivado de rector y no errata de retórico.
Avellaneda es Cervantes
En fin: una gran cascada de gotas que nos sorprenden y nos hacen pensar. En ocasiones se hace difícil seguir el hilo de las interpretaciones, pero en otras nos supone pensar que siempre hay algo escondido en las frases y las escenas. La última de las sorpresas que revela este libro novedoso y recomendable, es el dato que Alarcón propone, con numerosas razones y claves. Con cifras desarrolladas: Avellaneda, autor de esa segunda parte aparecida en 1614, no era sino el mismo Miguel de Cervantes, que quiso darle continuación a su aplaudida obra, aun teniendo previsto escribir la tercera a la que hoy conocemos, y celebramos como segunda parte del cervantino Quijote. Dice Alarcón que ya en la primera parte de su obra cifra numerosas veces la palabra Avellaneda, con varias cifras y sobre todo con las expresiones:
andantesca C/cavalleria, A/andante C/cavalleria, y C/cavallero A/andante.
cavalleria, C/cavallero Andante= A-va-lle-n-da-e.
Insiste en el indicador de que “Cavallero Andante” significa libro, y al tiempo significa Avellaneda. Y en fin llega a encontrar, jugando a los saltos con este nombre, la increíble combinación: Tordesillas-Avellaneda = a las tres en Valladolid. Las tres, al parecer, es una hora en la que Cervantes coloca diversos trances de su obra.
En resumen, un nuevo libro sobre Cervantes, y sobre El Quijote, con una interpretación cuajada de novedades, sorprendente en todo caso. Un reto para los cervantistas. Un libro, seguro, y necesario.
Javier Alarcón Correa: «El Quixote, Cervantes y Avellaneda». Editorial AACHE. Guadalajara, 2015. Colección «Tierra del Quijote» nº 5. 360 páginas, ilustraciones. PVP 20 €.