Trillo y sus baños
Trillo asienta en uno de los lugares más pintorescos de la provincia de Guadalajara, allí donde las aguas del río Cifuentes caen en bravías cascadas y entre espesas arboledas, al cauce ancho y manso del Tajo. El emplazamiento lo tiene en estrecha repisa sobre el río, y al pie de altos murallones rocosos, que a lo largo de las orillas del Tajo se vienen sucediendo hasta varios kilómetros arriba. El contorno del pueblo, a base de alamedas, roquedales, huertas y bosquecillos de nogales, es encantador. Su término, por el que atraviesa el Tajo entre abruptos riscos y hoces, con la presencia altísima de las rocas denominadas «Tetas de Viana», todo ello cubierto de pinares y chaparrales, hacen que pueda colocarse entre los más hermosos de esta tierra, y se justifica con ello el que, ya desde hace muchos años, y aun siglos, Trillo sea escogido para pasar las vacaciones y el descanso veraniego por gran cantidad de personas.
Desde muy antiguos tiempos existe población en Trillo: en lo alto del cerro de Villavieja y en las inmediaciones de la ermita de San Martín hubo población desde los tiempos prehistóricos. La población, más moderna, junto al río, tiene su origen tras la reconquista de la zona, que se verificó a finales del siglo XI, cuando la recuperación definitiva, por Alfonso VI, de Atienza, Uceda, Guadalajara y Toledo. En el Común de Villa y Tierra de Atienza quedó Trillo, rigiéndose por su Fuero. El señorío de esta que entonces era simple aldea quedó en manos de particulares, al menos desde el siglo XIII. Así, vemos que hacia 1244 era señor de Trillo don García Pérez de Trillo, noble castellano, de quien lo heredó su hijo don Pedro García de Trillo. Su viuda doña Mayor Díaz y su hija Francisca Pérez lo poseían en el comienzo del siglo XIV, cuando en 1301 las amparó el rey Fernando IV ante el asalto que por parte de alborotadores del reino sufrieron en su cortijo o castillete.
Poseía esta señora «el lugar entero de Trillo». En 1304 le fue confirmada esta posesión por parte del mismo rey Fernando IV, contra Rodrigo Pérez que pedía inexistentes derechos. El 20 de octubre de 1313 tomó posesión de lugar, como señora del mismo, doña Francisca Pérez, que había casado con don Gil Pérez. En 1315 tuvieron que mantener lucha contra don Diego Ramírez de Cifuentes, que las usurpó parte del señorío. Las hijas de este matrimonio, doña Sancha, doña Toda y doña Mayor Pérez vendieron Trillo y su entorno, con todas sus pertenencias, sus términos, vasallos, molinos, montes, etc., al infante don Juan Manuel, en 1325, en precio de veinte mil maravedís. Y éste comenzó ese año la construcción de poderoso castillo en el pueblo. Desde esta fecha hasta mediado el siglo XV, Trillo siguió los mismos avatares históricos que Cifuentes. En 1436 pasó a poder de la familia de los Silva, condes de Cifuentes, y a la jurisdicción de esta villa. Durante largo tiempo, Trillo sostuvo pleitos contra Cifuentes arguyendo que tenía jurisdicción propia, y que no tenía por qué ser considerada un barrio de la villa. Pero este derecho y solicitud no fue plenamente reconocido hasta que en 1749 Trillo fue declarado Villa por sí con jurisdicción propia. En el siglo XVIII sufrió graves daños en la guerra de Sucesión, y luego en el XIX los franceses hundieron el puente, en su retirada, no siendo reconstruido hasta 1817.
Los hombres de Trillo se dedicaron, desde hace muchos siglos, al duro oficio de transportar las maderadas sobre el Tajo. Los grandes árboles cortados en las serranías de Cuenca, de Peralejos, desde el Alto Tajo bajaban arrastrados por sus aguas y sabiamente conducidos por hombres, «los madereros», cuya tarea durísima se ejercía sobre el agua, en las cortadas y pasos difíciles que a cada trecho presenta este río, a lo largo de decenas de kilómetros. Al llegar las maderadas a Trillo, sufrían su primera transformación en las sierras de agua que en el río Cifuentes existían. En el siglo XVI había tres de estas sierras de agua, que Ambrosio Morales, anotador incansable de las maravillas de la antigua España, calificó de «grandes artificios de ingenio». También había en las aguas de este río un molino y un batán. Las maderas ya serradas eran así más fácilmente conducidas hacia Madrid. Pero los trillanos, gentes alegres y emprendedoras como pocas de la Alcarria, aún apuraron la posibilidad de transformación de la materia prima con la que trabajaban, y así a lo largo del siglo XVII fue creándose una potentísima industria de carpintería en el pueblo, al extremo de que hacia 1750 existían en Trillo 27 maestros carpinteros y gran número de oficiales y aprendices del oficio. De aquí salieron elevado número de obras de carpintería, y entre las más artísticas cabe recordar las cancelas de las puertas de la catedral de Sigüenza, impresionantes muestras barrocas de un buen hacer artesano. Aún creció más el pueblo cuando en la segunda mitad del siglo XVIII fueron arreglados y puestos en explotación los «baños» o manantiales de aguas termales y medicinales que a dos kilómetros del pueblo existían y eran conocidos desde remotos tiempos. Se puso entonces de moda Trillo como lugar de veraneo y descanso, incluso entre altas personalidades de la Corte, ministros y aún la familia real, quedando hasta hoy este modismo del veraneo en Trillo.
Patrimonio de Trillo
Para el viajero son de interés no sólo las calles y plazas del pueblo, en las que a pesar de las modernizaciones de los últimos años, y que han destruido en gran parte el ambiente tradicional, aparecen buenos ejemplares de casonas típicas, con clavos y alguazas antiguas, etc., y muchos rincones de gran belleza urbanística rural.
Destaca la iglesia parroquial dedicada a Santa María de la Estrella, situada en eminencia sobre el río y llegándose a ella desde la plaza mayor, o desde un puentecillo que cruza sobre el río Cifuentes. Es obra grandiosa del siglo XVI, con fuerte fábrica de mampostería y sillar, alta torre, y atrio cubierto rodeado de barbacana sobre el río. Tiene tres puertas de acceso, pero es la del mediodía la principal, con detalles ornamentales del período renacentista (segunda mitad del siglo XVI) y buenos hierros en clavos, argollas, cerrajas, etc. El interior es de una sola nave, con techumbre de madera muy sencilla. El muro de la cabecera se preside por un gran altar en forma de retablo de pinturas, con estimables escenas pintadas sobre tabla, representando acontecimientos de la Vida de Cristo, obra estimable del siglo XVI en sus inicios, y restaurada para ser colocada aquí, pues su origen es la localidad de Santamera, en la serranía atencina, de donde se trajo. Se conserva una buena cruz de plata, repujada, obra de finales del XVI, con talla de Cristo y medallones con Evangelistas y Padres de la Iglesia, así como gran macolla plateresca. También es interesante una cruz relicario para un fragmento del Lignum Crucis, de cristal de roca, y guarnecida de bronces cincelados y piedras vistosas.
Recientemente se ha recuperado el antiguo rollo de villazgo, que se ha reconstruido y hoy luce como antiguamente. Su fuste, muy esbelto, está coronado por un capitel con caras, rematando en un bolón. Asienta en su vieja basamenta de gradas escalonadas, y era el símbolo de la capacidad de jurisdicción propia que la villa tuvo desde largos siglos.
Entre algunas casas y corrales de la parte alta del pueblo, se quieren adivinar los restos del antiguo castillo medieval que construyera don Juan Manuel hacia el año 1325. El puente sobre el río Tajo es magnífico. Dice la tradición del pueblo que fue construido por los moros. Su origen es medieval, y en el siglo XVI ya llamaba la atención por ser de un solo ojo, muy firme y bello. Necesitó reparaciones en el siglo XVIII. En el XIX, los franceses le derrumbaron, y en 1826 se volvió a reconstruir de nuevo, durante el reinado de Fernando VII, como puede leerse en una piedra de la baranda. Esta es la leyenda que figura en dicha piedra, en la orilla izquierda del Puente: Reinando Fernando VII se reedifico este puente volado por el ejército invasor de Napoleón el 23 de octubre de 1816 en su vergonzosa y precipitada fuga monumento eterno del heroísmo de los españoles y los paternales desvelos de Su Majestad y de la gloria de su trono a 18 de Junio de 1826. Aún modernamente ha sufrido reformas, ampliaciones y añadidos. Son destacables y curiosas algunas ermitas, como la de Nuestra Señora la Virgen del Campo patrona del pueblo, y otras. También es curioso el puente sobre el río Cifuentes, un par de kilómetros aguas arriba de Trillo, por donde cruzaba el «camino real» que procedía desde el Tajuña y la Alcarria. Es obra interesante de buena y recia sillería.
Es muy rico Trillo en restos arqueológicos. Sobre el cerro cercano que llaman de Villavieja, bastión rocoso natural sobre el río Tajo, que le rodea por levante y mediodía, existen abundantes restos de muros de edificios, y aún enormes moles pétreas como señal de construcciones ciclópeas. Allí decía la tradición que estuvo la ciudad de Capadocia, o el enclave romano de Bursada. Allí encontró el erudito cronista provincial don Juan Catalina García López una piedra tallada en caracteres latinos en la que se leía: SOL. AVG.V.DIO.G.LIB.SI… que se interpretó como «Al Sol Augusto, Razonable Ex‑ Voto de Valerio Dion, liberto de Gayo», lo que confirma la existencia de población romana en lo alto de esta meseta. De todos modos, los restos actuales parecen ser más modernos, altomedievales, y se prestan indudablemente a un estudio sistemático desde el punto de vista defensivo, de las formas de hábitat y organización urbanística de la época; pero aún deben realizarse más excavaciones sobre ella. Junto a la ermita, ya en ruinas, de San Martín, al pie de Villavieja por su cara norte, se han encontrado un buen número de tumbas que constituyen una necrópolis de importancia. Analizados los objetos del ajuar de una de ellos (pendiente y anillos) parecen confirmar una datación de la época visigoda, y aún posterior, altomedieval. Aun la misma ermita de San Martin se ha comprobado que asienta sobre más antigua construcción, posiblemente una pequeña basílica o templo visigodo o alto‑medieval que actualmente se investiga.
Los baños de Trillo
A dos kilómetros río arriba de Trillo se encuentran los Baños de Carlos III, que pervivieron en su utilización balneoterápica hasta mediados del siglo XX, y sobre los que en los años cuarenta del mismo fue instalada la Leprosería Nacional, hoy prácticamente cerrada. La utilización de las aguas termales que surgen en la orilla izquierda del Tajo (aguas clorurado‑sódicas, sulfato‑cálcico‑ferruginosas y sulfato‑ cálcico‑arsenicales) es muy antigua, pues se sabe que los romanos tuvieron aquí asentamiento y de ellas se aprovecharon (se llamaban Thermida por ellos). Durante siglos, y en plan absolutamente espontáneo, se ofrecieron estas aguas a cuantos precisaban la salud o la mejoría en sus afecciones reumáticas, hasta que en el siglo XVIII, y por parte de la Administración del Estado Borbónico, se puso en marcha el plan de su racional aprovechamiento y uso. A partir de 1772 se iniciaron estudios, a cargo de don Miguel María Nava Carreño, decano del Concejo y Cámara de Castilla, para aprovechar mejor estas aguas, que entonces se acumulaban «en inmundas charcas donde se maceraba el cáñamo y sin limpieza alguna». Las obras consistieron en arreglar las fuentes del Rey, Princesa, Condesa, Piscina y el edificio para ser Hospital, arreglando también el camino procedente de Madrid por Aranzueque y Yélamos, poniendo posadas en el mismo. En el edificio se puso, a su entrada, un busto de Carlos III, y en el interior una imagen de la Virgen de la Concepción, patrona de los establecimientos. Se hicieron magníficos jardines, paseos, fuentes, bancos de piedra, transformando todo en un recinto auténticamente versallesco. Don Casimiro Ortega, profesor de Botánica del Real Jardín de Madrid fue encargado de estudiar la composición química y propiedades salutíferas de las aguas. Se inauguraron los baños en 1778, y en 1780 se abrió el Hospital Hidrológico, en el mismo pueblo de Trillo, del que aún queda el edificio. También el obispo de Sigüenza levantó otro edificio para servir de albergue a los pobres y militares, en 1802. En 1860 quedó encargada de la administración de estos baños la Diputación Provincial de Guadalajara. Años después, el Estado vendió su aprovechamiento a las familias Morán y Andrés, la primera de las cuales lo regentó hasta casi mediados del siglo XX. Tanto por la excelencia de las aguas, de propiedades antirreumáticas, como lo paradisíaco y amable del sitio e instalaciones, hizo que desde su fundación en 1778 fueran multitud las personas que pasaban el verano y aun largas temporadas en Trillo y en sus baños. Así, en el verano de 1798, tras haber cesado en su puesto de ministro de Gracia y Justicia, acudió a los Baños para descansar una temporada de sus preocupaciones de gobierno don Melchor Gaspar de Jovellanos. Se representaban obras de teatro (y aún se escribieron algunas comedias con argumento centrado en los mismos baños), se hacían fiestas continuamente, y la economía del pueblo se vio favorablemente modificada por esta institución, que hoy ha sido recuperada, con nuevos edificios acordes con la época, aunque respetuosos en estructura y alturas, manteniendo los jardines en torno, y dejando el espacio como un auténtico oasis muy visitado y utilizado por el turismo.
Notas de folklore
En el antiguo folclore de Trillo, figura como pieza destacada la fiesta de San Bernardo, que se celebraba ante la gran explanada del monasterio de Ovila, y allí acudían en romería los vecinos de Sotoca, Ruguilla, Huetos, Carrascosa, Morillejo y Azañón, mientras que los de Trillo -nos refiere Layna Serrano en su libro sobre el monasterio- acudían acompañados de sus tradicionales confiteros, quienes armaban sus tenderetes y vendían sus rosquillas bañadas, las garrapiñadas almendras, los duros empiñonados y otros dulces por el estilo, no faltando la fritanza de peces o de buñuelos, y las «orejas de fraile» que no son sino delgadas chapas de masa, fritas en aceite muy fuerte y rociadas con agua‑miel. Los dulces de Trillo aún son hoy muy típicos y apreciados en toda la Alcarria.
El repertorio festivo de Trillo es actualmente muy amplio. El hecho de que se haya construido en su término la Central de Energía Nuclear “Trillo I” ha propiciado un fuerte crecimiento económico de la villa, que ha renovado por complete sus tradicionales estructuras urbanas, y ha propiciado actuaciones culturales y festivas en gran número. Entre todas ellas es muy curiosa la fiesta de las “Vacas por el Tajo” que se celebran en el inicio del verano, desde 1996, y que consisten en correr a las vacas a través del agua del río. Es fiesta que congrega a miles de visitantes.
Para conocer mejor la historia de Trillo y de sus Baños Reales, lo mejor es hacerse con este libro, en el que se encuentra documentación, historia, imágenes y anécdotas:
García López, Aurelio: El Balneario Real de Carlos III en Trillo. Aache Ediciones. Guadalajara, 2012. Colección «Tierra de Guadalajara», nº 81.