Hita y la memoria de su Arcipreste
Hita y la memoria de su Arcipreste
El aspecto de la villa de Hita, “la villa del Arcipreste”, es de los más singulares de Castilla. Hita y la memoria de su Arcipreste, aparece recostada en la ladera meridional de un cerro cónico, puntiagudo, de colores pardorojizos, que otean las onduladas tierras de la Alcarria entre su meseta primera y los valles del Badiel y el Henares. Desde lejos, parece emerger de la profunda historia, y su caserío, hoy muy mermado, contrasta apenas con el fondo de tierras, cuevas y matojos, todo ello abrigado por los restos del castillo en la altura.
La Historia
La importancia estratégica, e histórica, de Hita, comienza en la Prehistoria, siendo lugar fuerte de población ibérica autóctona, y posteriormente ocupación señalada de los romanos, que durante varios siglos la ocuparon con el nombre de Caesada, tal como se le menciona en el itinerario de Antonino Pío, 22 millas arriba de Arriaca (Guadalajara). Situada sobre la calzada romana que conducía desde Mérida a Zaragoza, el puesto o «mansión» que Roma tenía allí instalado vigilaba el camino que desde Guadalajara ascendía por la margen derecha del Henares, pasando por tierras de Marchamalo, Fontanar y Yunquera, cruzando el río por donde luego estuvo la «barca» de Heras. Continuó la población hispano-romana creciendo en siglos posteriores, y el año 712 vio arrasada su fortaleza y conquistada su posición por las tropas árabes de Witiza. En el mismo siglo VIII, un moro rebelado contra Abderramán, llamado Saquía, se hace dueño de amplias zonas de las orillas del Tajo y el Guadiana, y viene a los alrededores de Hita a establecer su cuartel general: en el cerro de Sabatrán, entre los actuales lugares de Hita y Torre del Burgo. Todavía se encuentran en este lugar restos de edificaciones y cerámicas que demuestran la estancia guerrera de este moro rebelde.
La población de Hita, bajo el dominio árabe, siguió engrandeciéndose. Gran parte de ella era cristiana, mozárabe, y otra numerosa colonia de judíos fue asentándose, como siempre al murmullo del comercio que en los cruces de caminos tiene su puesto.
Próspera y fortificada, Hita fue uno de los objetivos de las tropas castellanas en su reconquista de la Transierra de las vertientes más norteñas del Tajo. Alfonso VI, por medio de su capitán Alvar Fáñez, reconquistó la zona del Jarama y el Henares, llegando hasta Toledo en 1085. Tras esta toma de posesión de Hita por parte de las armas castellanas, la villa continuó albergando entre sus muros a la población heterogénea de razas y religiones que eran los cristianos -de gran carga mozárabe- los hebreos y los moros -ya en su aspecto mudéjar-. Es ésta, la de los siglos XII y XIII, la época de mayor apogeo de Hita, en que se crea su Concejo y su Tierra se hace poderosa y ancha, abarcando al Común que encabeza, más allá de los ríos de Ungría y de Tajuña, amplias zonas de la Alcarria. Las milicias concejiles de Hita participan en todas las batallas cruciales de la reconquista con Alfonso VIII (en las Navas), y Fernando III (en Sevilla). Su población hebrea, establece uno de los puntos de recaudación de impuestos de Castilla, bajo la dirección de Samuel Levy, que en su castillo hace centro de operaciones financieras. La población mudéjar, en fin, se dedica a construir edificios, iglesias, obras públicas y a la artesanía manual de todo tipo. En estos momentos, Hita cuenta con un Fuero propio, que se extiende, homogéneo, a toda su población y a toda su Tierra y Común. El año de 1348, en que aparece la gran «peste negra» en España, es el momento en que se puede marcar el inicio del declive de Hita.
El señorío de Hita durante la Edad Media castellana pasó con frecuencia de unas a otras manos: conquistada por Alvar Fáñez para el poder real, la reina doña Urraca se lo regaló, en 1119, a su «pariente» Fernando García, también conocido en las antiguas crónicas como Ferrán García de Hita, que estuvo casado en primeras nupcias con una hija del conquistador Alvar Fáñez. Sucedió en el dominio del lugar su también pariente Martín Fernández, famoso capitán en las tropas castellanas de Alfonso VII. En el siglo siguiente, en 1274, aparece como señora de Hita la infanta doña Berenguela, hija de Alfonso X, a la que sucede su sobrina la infanta doña Isabel, hija de Sancho IV. Junto a Hita y Ayllón, doña Isabel figura como señora de Guadalajara en 1280. Pasó luego al ricohombre don Diego Fernández de Orozco, y de éste a su hijo Iñigo López de Orozco, gran capitán en los ejércitos de Alfonso XI, y hombre que llegó a apoderarse y hacer señorío de grandes extensiones en la actual provincia de Guadalajara. Extensiones que, por unos y otros medios, habrían de pasar luego, aun ampliadas, a la familia Mendoza. Así ocurrió con Hita. El enganche de don Iñigo López de Orozco al partido de Pedro I el Cruel, y el de don Pedro González de Mendoza al de su hermanastro Enrique de Trastamara hizo que, ya en camino de victoria este último, y aun sin haber logrado su total asentamiento en el trono, le hiciera donación al Mendoza de los señoríos de Hita y Buitrago, por carta dada en 1 de enero de 1368. Este don Pedro González de Mendoza instituyó en 1378 un mayorazgo dejando a su hijo don Diego Hurtado de Mendoza, almirante de Castilla, estas villas de Hita y Buitrago, con sus ya anchos territorios. Así fue éste de Hita, enclave primero de la presencia mendocina en tierras de Alcarria.
Estos magnates fortificaron la villa, levantaron definitivo y majestuoso el castillo en lo alto del cerro, tallaron su bellísima puerta fortificada a la entrada de la población, y establecieron en ella para su cuidado y defensa, a diversos alcaides entroncados con su propia familia. De mediados del siglo xv datan, pues, la puerta y el castillo, hoy este último totalmente en ruinas, y aquella muy bien restaurada conforme a su primitiva estructura. Incluida en el señorío de los Mendoza, Hita fue desde el siglo XIV asiento de una importante aljama hebrea; centro de convivencia de mudéjares; y reducto de linajudas familias de hidalgos castellanos, representando fielmente, todavía durante varios siglos, el espíritu aglutinante de razas y culturas que había mantenido la Castilla Nueva de la Baja Edad Media. Hasta el siglo XIX estuvo incluida en el señorío de Mendoza y Osunas. En la Guerra Civil de 1936-39, largo tiempo mantenida como línea de frente de batalla, quedó reducida a escombros, desapareciendo prácticamente incluso sus más distinguidos monumentos, entre los que se encontraba alguna iglesia mudéjar y varios palacios.
El Patrimonio
El viajero de hoy puede admirar en Hita muchas cosas. La primera, el espíritu medieval que emana de su estampa, tanto en la distancia como en el interior de su caserío, al abrigo de muralla y al amparo del castillo ruinoso. Subiendo la cuesta desde la carretera CM-1003 por la que se llega al pueblo, lo primero que se contempla es la puerta de Santa María. Construida en tallado y limpio sillar, con estrecho arco apuntado entre dos torreones, y en ella esculpidos los escudos de Mendoza e Hitas. Algunos mínimos restos de la primitiva muralla se pueden ver en diferentes costados del pueblo, con semiderruidos torreones esquineros. En lo alto del cerro, solamente los cimientos y el arranque de algún muro de su famoso castillo. La plaza mayor es un buen ejemplar de arquitectura popular castellana. Calles cuestudas, casas-bodega construidas bajo el cerro, con múltiples pasadizos y estancias, y la Casa del Arcipreste, un edificio popular rescatado para centro de cultura y Museo Local, son otros aspectos a contemplar.
Finalmente, restos del ábside mudéjar de la que fue iglesia de San Pedro, y la actual iglesia parroquial de San Juan, en lo más alto de la población, y algo retirada de ella, que es un edificio de origen mudéjar pero reconstruido en gran parte. Guarda de interesante el magnífico artesonado de la capilla de la Virgen de la Cuesta, y la imagen de esta advocación, talla exquisita de estilo gótico, policromada. Rodea como zócalo todo el templo, que es de tres naves, una larga e interesante serie de lápidas recogidas entre los escombros de las iglesias que poseyó Hita y que vienen a ser pétreo documento, sellado por magníficos escudos de armas tallados, de lo abundante del grupo hidalgo que habitó Hita en los siglos del Renacimiento y Barroco. Es una de las más antiguas e interesantes lápidas la que cubrió los restos del alcaide de la villa y fortaleza, don Fernando de Mendoza, cuyo escudo se ve, repetido, engarzado entre bellos trazos góticos y exquisitas cardinas. Dentro del templo se guarda una numerosa colección de objetos y ropas de culto, con algunos ternos en los que se ven bordados en vivos colores los escudos de familias donantes, así como un interesante archivo. Del convento de frailes dominicos, que bajo la advocación de la Madre de Dios fundó doña Elvira de Mendoza, en 1538, no quedan sino mínimos restos ruinosos.
Las fiestas
Una de las causas por las que Hita es conocida en todos los ambientes, es la de haber asociado su nombre al del gran poeta del Medievo español Juan Ruiz, que tuvo durante largos años la prebenda de arcipreste de Hita en el cabildo catedralicio de Toledo. Este dato, y el de haber sido ejemplo vivo de esa sociedad mozárabe-judeo-morisca que Juan Ruiz retrata magistralmente en su «Libro de Buen Amor», han hecho de Hita enclave propicio para la remembranza medieval y la celebración anual de unos «festivales nacionales» en los que se trata de fundir al espectador y al pueblo con la presentación, erudita y callejera, de un espectáculo-estudio en torno a la cultura popular medieval de Castilla. El profesor Manuel Criado de Val ha consagrado en estos Festivales Medievales de Hita la presencia de diversos grupos y figuras folclóricos (botargas, cencerrones, etc.) junto a la revitalización de torneos y justas caballerescas, lidias de toros a la antigua usanza, multitudinarias comidas al aire libre, puesta en escena de piezas teatrales engarzadas con figuras de la época bajomedieval, rondas moriscas y un sin fin de iniciativas que han conseguido revitalizar, frente a un amplio sector del turismo, este pueblo.
Libros sobre Hita
De la enorme variedad de bibliografía sobre Hita, destacamos dos fundamentales. El primero es la «Historia de Hita y su Arcipreste» que escribió el profesor Criado de Val, y que alcanzó en 1999 su 2ª edición, aún viva aquí. Y para saber de los multitud de testigos de la hidalguía de siglos pasados, el catalogo de «Heráldica de Hita» del cronista Herrera Casado. Ver más datos aquí.